Vistas de página en total

martes, 21 de agosto de 2007

TERREMOTO: REPORTERA DICE EN CAMARA, NO ME ACERCO AL MUERTO POR QUE APESTA

La comentarista del canal nueve dijo en cámara que no se acercaba al lugar donde hallaron un nuevo cadáver por el olor. Alvaro Ugaz y Juliana Oxenfor, no se dieron cuenta del dislate, mientras la indignación me llevó casi hasta la contorsión. Me pregunto que si así como se toma examen a los futbolistas según su record de pases, atajadas o goles en el campeonato, ¿No sería correcto que a los periodistas se evalúe por sus primicias, anticipaciones o capacidad innata de brindar ángulos diferentes de la noticia? Eso sería, siempre y cuando en los medios la realidad tenga al menos la importancia de un excusado portátil en un festival de caballos de paso. La pregunta es cómo corregir el silencio. Comencemos por la metáfora.
Si una cosa aprendí es que el cirujano no debe tener miedo a la sangre, el político al olor a axila, y el periodista a los hedores de la podrida realidad, sobre todo cuando EL OLFATO, -y esto es metafórico si me lee algún ingenuo-, es su mas importante arma de trabajo.
El periodista de calle, que es el periodista investigador, debe aprender a crear al instante códigos de relación con sus informantes, y leer las dudas, mentiras, o alegrías, en el modo como dan la mano, en el temblor de sus pupilas, o en sonrisa, pues las hay de todo tipo. Y nuestros políticos distan de poseer sonrisas profesionales. Siempre están mal manejadas, con excepción de Luis Gonzales Posada, que dificilmente se ríe en cámaras, a diferencia de los líderes norteamericanos, como Bush, que son tan artificiales que uno de sus mejores presidentes fue un actor de Holiwood. Reagan.
El periodista no tiene el tiempo de un recolector sistemático de datos que se la pasa buen tiempo en el café haciendo el planteamiento de preguntas de un cuestionario, que antecede a un burocrático análisis multivariable. Esa rapidez, pienso, son los reflejos de los cuales no puede carecer ningún reportero, sea gráfico o escrito.
Alguna vez he estado en una comisión con un gráfico que por temor a que se la roben, ocultó su cámara mientras discurría una balacera en el peligroso barrio de la Victoria. Se que es injusto decirlo, pero tal vez en ese instante, por proteger a su cámara, el reportero se perdió la mejor imagen de su vida.
Paradójicamente, a mi amigo Esteban Felix, hoy fotógrafo de AP en Nicaragua, le ayudó mucho que se le arruinara la cámara en plena selva, precisamente cuando de manera clandestina estábamos agazapados tras las ramas viendo imágenes prohibidas del Ejército entregando armas a nativos asháninkas. Y digo que fue importante que se le arruinara -mas piña, cambiaba de lente cuando una piedra que levantó el helicóptero rompió el espejo- pues solamente así sintió ese ahogo de estar en el valle mas peligroso del Perú, el del río Ene, sin ningún instrumento para poder registrar las imágenes obvias en esa selva plagada de senderistas, militares y narcotraficantes. Recuerdo la cara de esteban, su aspecto osuno se replegaba en un gesto de aflicción, capaz de conmover al mismo demonio. Pero se repuso lleno de ira y con mucha suerte consiguió que un amigo del Pronaa le preste su cámara, con la que Esteban volvió a la pista a tomar fotos menos obvias. Le hablé de una historia recogida al vuelo en la noche. Un sacerdote franciscano, muy pobre y con una vida de leyenda. Decían que se la pasó cincuenta años luchando contra los secuestradores de niños asháninkas, que una vez hubo plaga de otorongos a los cuales hubo de batir a escopetazos, también dicen una noche que Sendero Luminoso le quemó su misión. Esteman me siguió hasta la entrada del río Tambo, y verlo ya era un espectáculo. Llevaba la sotana desteñida, y cosida con mas remiendos que las uniones originales- Sus manos eran una escultura de Guacometti, nudosas, recias, gastadas, con las que tomaba de los hombros a dos ashámimcas mellizos, abandonados por sus padres. Esteban perdió la foto de la entrega de armas, pero fueron estas últimas, las menos obvias, las fotos que lo llevaron a ser elegido como el mejor por World Press.
Naturalmente, en ese viaje, ni a Esteban ni a mi nos pareció tan apestoso, pues es obvio que el sitio tenía el inequívoco olor a muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario