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jueves, 21 de octubre de 2010

LA ESPONTANEIDAD PERDIDA

(...) me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es una locura" D J Salinger


"Cuando empecé, la gente no podía conjugar mi imagen con el hecho de que fuera capaz de expresarme con claridad, de que me gustara hablar de ideas"
Brian Eno


Hay muchas cosas que no amo. Barrios, calles, personas, sean lejanas y cercanas que en mucha medida son simplemente argumentos. Para que alguien posea la cualidad de serme simpático o simpática, inequívocamente todo depende de su dimensión maldita, cómica o inteligente, eso si, sin la presencia de aniñamientos que por lo general duran toda la vida.

Hay muchas cosas que no me agradan.No me agradan demasiado los niños, gatos y chicas que se paran en medio de la mesa diciendo "discúlpame voy al servicio". No me agradan algunas calles. José Gonzales en Miraflores, silenciosa, con edificios agraciados tan hipócritas como ciertos pintores o sus moradores arribistas, donde me escapaba de madrugada de los brazos de esa chica que comía manzanas. O Petthi Thoars, impersonal, travesti, oficinesca, llena de ánimas olvidadas. Si, en cambio, Santander Strasse.

Esta noche pensaba en Santander Strasse en Free Town y me dio gracia recordar su asfalto desgastado y burdo, su plomizo disturbio agujereado, las amarillas hojas de los árboles, mejor si hay garúa, mejor aún si se trata de una mañana de invierno bajo el techo mate de la nubosa Lima. Vivíamos en calma bajo las nubes (escuchar este tema de Brian Eno http://www.youtube.com/watch?v=w2WURHY3D4A ) y descontamos el mañana en las mañanas para fumar cigarrillos en la eternidad, deshilvanando dudas sin discriminar, ¿donde nación Jonhy López? o el por que apostar por la bola 9 naranja, con la mente caleidoscópica de Juan Celada, una pintura de Van Gogh sobre el fondo verde de su minimalista casa.
Me gustaba el cenicero galvanizado que usaba -era amarillo ingastable- sus muebles de textura muelle para viajes por el éter, ante la verdad sospechada y tocada como al disparo de la trompeta de Miles Davis.
Esos años glam de mucho Boowie estaban empapelados de azar, cartas, números, sueños, transferencias, Ortega Gasset, - entre mis primeras lecturas-, y el escape mañanero de los autos calentando el motor antes de llevar a los chicos al colegio. Pero si había algo verdaderamente importante en esos momentos era el estreno de un nuevo hombre a la vida que, a diferencia de las palabras de Bretón, y lo sostengo, no estaba en otra parte sino allí mismo, dispuesta a ser entendida, y esa es su ironía entrópica, en toda la vida.

martes, 19 de octubre de 2010

PROSERPINA





...Y abiertamente consagré mi corazón a la tierra grave y doliente, y con frecuencia, en la noche sagrada, le prometí que la amaría fielmente hasta la muerte, sin temor, con su pesada carga de fatalidad, y que no despreciaría ninguno de sus enigmas. Así me ligué a ella con un lazo mortal.
Hölderlin
He visto a tipos enanos en el mundo, pero nada más inesperado que encontrarlos en los maridos celosos, los envidiosos que confían en su éxito, y los que se vengan de las personas inofensivas atacando a las cosas que más aman, digamos envenenar a sus animales. Por ejemplo, tú.

Una vez tuve una desdichada mujer en mis brazos. Ya hacía tiempo que me coqueteaba. La pobre estaba muy afectada por su vida. Luchaba por imaginar la luz de la felicidad. Pero su vida era ir de la casa a la oficina. Tenía un puesto ejecutivo, uno de esos trabajos prestados, en el cual apenas decidía. Era un mascarón de proa. Los trabajadores le decían señora y ella apenas les miraba con una seriedad lejana. Era evidente que aquel trabajo le bastaba para sentirse más o menos digna al manejar caudales que no le pertenecían. Supuestamente era propietaria de varias empresas y un automóvil Audi modelo del año.

Pero en el fondo era una mujer sencilla, un ama de casa emancipada atrapada en la desgracia de un matrimonio miserable. Se llamaba Proserpina.
Hacía aeróbicos y grandes sacrificios para lucir esbelta y lo había logrado con creces.
Cuando la miraba pasar no podía ocultar el deseo que me encendía por dentro. Pero nunca fui capaz de decírselo por respeto, aunque esa noche al verla en la redaccíón varios estaban mirándole el poto parado que se sentía turgente.

En realidad ella estaba harta de su marido, que era un servil de esos que sonríen a todo aquel que pueda ayudar a contentar a su jefe. Como periodista siempre me era posible escribir alguna nota tomando parte de sus declaraciones, ciertamente estúpidas, pero que servían de relleno.
Bueno, ya lo saben, era congresista.
Como el congresista era amigo de los dueños del periódico donde yo trabajaba, tenía luz verde para que publiquen todas sus expresiones. Era un mono blanco emperifollado con tacones dentro de los zapatos para parecer más alto cuyo esclavo era el esposo de ella. Lo solía mandar a esos agujeros inmundos del centro para imprimir clandestinamente libelos contra sus enemigos políticos que no faltaban en su provincia. Así se hizo congresista.
El marido era el tipo de persona a quien en medio de la fiesta se le puede mandar a traer cigarrillos de la esquina y quien parecía feliz de servir a otros, siempre y cuando le ayuden a quedar bien con el mono blanco.
Recuerdo que el marido jamás me permitía pagar el chifa. Anteponía el brazo al mínimo además que hacía de pagar. !Déjame por favor!, rogaba mientras bjaba sonriente la mirada. Con que gusto me alimentaba. Me caía bien. Era inofensivo. Al menos eso parecía.
Pero, y eh allí el poder de don Sata, pese a que nunca se me ocurrió cogerme a su puta esposa olvidé la otra variable, la realidad versus la teoría heliocéntrica, a lo mejor era ella era quien pensaba seducirme.

Una noche su esposa, me invitó a su oficina supuestamente para ver unos papeles. Estaba con un vestido corto, muy corto. Los dicroicos disparaban una luz en medio de los papeles que ella revisaba y apenas se le veía el rostro. Sus cabellos negros brillaban con intensidad. Las manos llevaban tres o cuatro anillos. Uno de casada. Pude sentir su rico perfume. Me invitó a la oficina del fondo. Sacó algo de beber. Nos besamos mucho mientras veíamos a la gente trabajando detrás de los tres metros de vidrios polarizados -y antibalas- del bunker.
La redacción bullía en el cierre de edición y todos los periodistas ignoraban el tremendo sancochado que hervía en la gran oficina.
Recuerdo que bailamos y aprovechando la impermeabilidad al ruido de la oficina pusimos a los Beatles a todo volumen mientras secábamos semiborrachos la sangría que la señora dejó enfriando en el mini bar.
Esa noche, irónicamente, fueron solo unos besos y tocamientos. Pero al día siguiente, con el fuego que ameritaba le llamé para una cita. De tanto negarse -al principio- por fin acordamos el encuentro.
Estaba con su abrigo azul de paño muy largo. Al caminar se abría mostrando sus piernas blancas, llenas y con unos hoyuelos muy sugerentes en las rodillas.

Caminamos. ¿Qué íbamos a hablar? ¿Que fue un error lo que hicimos? No, claro que no. Pero fingimos un atolladero psíquico que solo se resolvería si lo conversamos con paciencia. Además hacía frío en la costa de Lima.
Serían las 10 de la coche cuando entramos a ese lugar. Llevaba un pantalón beige a rayas. No parecía muy animada. Pero ya estaba en la trampa. Insistí. Cuando ya empecé a dar signos de estar vencido ella dijo. "Está bien". I sin que le fuerce a nada se desnudó. Era una piel muy bien tratada. La consumí allí con tanto deleite e imaginación como ella quería.
Después de combustionar sobre su naturaleza regalada el pecado se hizo más puro y sin remilgos. Me forzaba a un comportamiento caballuno y violento. Estaba furiosa y feliz. Finalmente se produjo el estallido.
Luego descansábamos. Yo vagaba con la mente. Estaba muy satisfecho del abismo. Era muy fuerte vivir ese momento. Yo vivía por esos días muchas emociones fuertes.
Pero la mujer una vez más me sorprendió al decirme:
-Te admira.
-¿Quien?- pregunté.
-Mi marido"- afirmó.
Tenía lindos ojos tristes pero satisfechos de mostrar su desprecio al padre de sus hijas.
Poco después de montármela a mi gusto ella fue más en confianza. "Me da asco" "¿Quien?", nuevamente pregunté. "Mi marido", musitó mirando el techo blanco del frío hotel. "Me da asco su piel amarilla, su olor a vulgaridad, su misma naturaleza".
La hija de puta lo odia, pensé. ¡Y qué odio! Se acuesta con el tipo que admira el infeliz.
Después de unos cuantos empiernamientos la mujer me llamaba al teléfono todas las mañanas. ¿Donde estaaas?, me cantaba. No habían secretos de ella a mí.
Una mañana me dijo “si me eres infiel te mato”.
Era sumamente cuidadosa a la hora de irnos. Revisaba microscópicamente su abrigo en busca de evidencias. "No es que me cele, solo que teme que me enamore de alguien".

Una tarde me vino con otra novedad, “te he dado un regalo, ve al banco”. Fui al banco y habían algunos dólares en mi cuenta. Ni tantos. Solo un gesto de buena voluntad. Ella quería actuar como rica. Iba a dentistas de los más caros, al Gol Gyn a hacer gimnasia, a restaurantes bonitos. Pero en realidad era una mujer pobre. No lo sabía. Vivía en una pocilga de Comas. Su realidad era aquella y no los falsos brillos de su alto mando.
El marido nos descubrió por un soplo de quienes cuidaban los intereses de sus amos y temían que ella y yo huyamos con todo el dinero de sus cuentas.
Recuerdo que el marido la castigó muy duramente. Obviamente ya no podía verla más…. aunque es un decir.
Un día regresando a mi casa me cruzó un vehículo viejo. Era el cornudo con su mujer sentada a su lado. Era estaba de perfil y con la mirada en el suelo. “! ! ! Dile que no lo amas!". La pobre mujer me insultó con una mezcla de odio por no poder tenerme y asimismo para quedar bien con su marido. Debo reconocer que su sangre fría me paralizó.
Para ese entonces la esposa me había dicho todo de su marido, el tipo de pastillas que tomaba para combatir sus males nerviosos, que este había suido huérfano, que le era permanentemente infiel, que bebía con sus primos los fines de semanas en esas cantinas por el estadio y que la golpeaba inmisericordemente.
Finalmente me confesó que la había vuelto testaferra de unos delincuentes de cuello y corbata peo nunca se atrevió a confesar que uno de los delincuentes se la tiraba cuando ella acudía a verlo con el estado de las ventas a su encierro domiciliario.
Cuando el marido me llamó por teléfono le dije todo lo que sabía de él, que no estaba en mi club, que estaba en un agujero de mediocres, que no era bueno que golpee a su mujer y que tome sus pastillas por que podía terminar mal. Me di cuenta de lo terribles que pueden ser las palabras. Más duras que los golpes. Lo aniquilé. Ahora diré el cómo.
Yo era el caramelito de la pobre mujer y el marido que me amenazaba de lejos tuvo dos sorpresas. La primera, que cansado de sus majaderías de marido celoso, me acerqué a su auto, cosa que no esperaba, pateando la lata. Y la segunda que delante suyo y de su pobre esposa le dije la peor humillación que nunca olvidará. "Amo a tu mujer". Luego proseguí con "baja rosquete".
Sé que le dejé una bomba de tiempo. Me importó un bledo. Sé que la golpeó mucho más y que faltó una semana al trabajo. Luego fue forzada a renunciar. Seguramente el lloró más que ella. Indudablemente lo desnudé por completo.
No bajó del auto, se puso al descubierto como cobarde, pero me odió, me sigue odiando, -se que no está seguro de hasta donde la he tocado y sin duda ella no lo ha confesado pese a que le preguntó ¿lo hiciste por atrás mierda?- pero al menos no perdió a su mujer a quien sin duda sigue pegando y quien para mi aún sigue siendo objeto de algunas noches mías de placeres solitarios.
Creo que la pobre mujer merecía un destino mejor. O tal vez no. Era Peoserpina bajo la ira de un Plutón sin reino.

LAS VIAS DEL EVITAMIENTO

Son toda una metáfora urbana las vías de evitamiento. Un monumento a lo que sinceramente es la ciudad, un cosmos donde todos quieren evitarse, sobre todo los que se quieren.
Por eso no evito nada en lo que pienso. Aunque esto me ha llevado a calificativos terribles. !Eres malo!
Ahí vamos.
La chica quiere cachar con el tipo. Pero lo evita. El amigo quiere ver al amigo, pero contabiliza las veces que no lo buscó y desiste de llamarlo. Uno desea salir a bailar, pero lo evita sin saber porque. Todo esto me llena de orgullo pues aun cultivo el impulso y el instinto, nada más ajeno al evitamiento.
Basta que alguien diga “Arriba Alianza” o “ayayay” o mire con desprecio a la cajera del hipermercado para darme cuenta que su proximidad con un insecto es más que un acto emancipador de elevadas comodidades, un tropismo hacia la insignificancia, es decir a la felicidad momentánea libre de toda trascendencia, fuera desde luego que la sexual, es decir, a través de los hijos, cosa en la que nos parecemos todos los seres vivos.
Hago esta generalización con la licencia que me otorgó leer la noche anterior a Cela en el departamento de mi amigo Iván, donde no solo gozamos con su descripción arbitraria y total de los italianos colocándolos a TODOS de morenos, apuestos y abogados.
Este tío, para colmo Nobel de literatura, sí que desarrollo al máximo el argumento y hasta se cogió a una niñata que podría ser su nieta en el otoño de su larga existencia.
Escuchábamos a Deep Purple en un clímax sensorial otorgado por la música y el disparate completo en el cual nos colocamos nuestras armaduras para ir al encuentro del sol. Leyendo a Cela, ¡qué sábado! desistimos de ir a la disco y me quedé con un diálogo memorable.
-¿Crees en los fantasmas?
-No. ¿Y tú?
- Yo si- Y desapareció.
Y reflexiono esto pensando en el mal pensar, al cual considero un veneno necesario cuya arte se basa en el equilibrio, pues no siendo equilibrado el mal pensar se desbocan los fantasmas a cada rato, la superstición, y el odio de quienes tienen la rara seguridad de estar en el centro de una moral venidera de los espantos. En estos tiempos un espanto es el sexual, pero miren que no todo es rosquetería, David Carradine murió estrangulándose a si mismo como a su pene en simultáneo. De placeres, si apenas estamos empezando. El placer del ludópata, el de la ramera que lo hace por diversión y no solo por dinero, el del político y el del asesino que sale especialmente a saciar ese anhelo de ver al otro acabar.
No es fácil ser un hijo de puta. En principio, para serlo, hay que tener un ideal alto. Muy elevado. De lo contrario es posible que te consuman las entrañas. Cultiuvo el hijoputismo desde hace algún tiempo y podría decir que más que un acto de flagrante maldad se trata de un esclarecedor método de ubicación, casi un sonar que detecta los movimientos subalternos de las personas en contra de uno.
Me he dado cuenta que es muy sencillo bajo este método identificar hipócritas, resentidos, afectados, lectores anónimos y críticos permanentes de la defectuosidad en la que, debo señalar con toda claridad, me inundo.
No sé si me hace feliz o no el darme al uso de ese sonar llamado pensamiento de hijo de puta, pues solamente confirma la naturaleza poco principista de los individuos que no me tragan.
Y los que no me tragan, cosa curiosa, son exactamente todos los que comienzan su existencia en un sincero intermedio, y muy poco en el principio, es decir, en la parte excelsa de uno mismo.
De joven me gustaba mear sobre las cucarachas, y hasta les hice una canción. Esto no quiere decir que me las comería jamás.
Pero no sé porque aconsejé a un amigo pintor que caía diariamente en la desesperación de querer ir a un burdel -a donde lo llevé- que se coma sus pinturas y a ver si de esa manera de una vez por toda encontraba su ansiado absoluto.
Creo que ni al él ni a sus hermanos les dio muchas ganas de verme, cosa que no comprendo por que soy un tipo más o menos agradable desde el punto de vista de cultivar el cinismo y los placeres de la soledad.
De todos modos, el hijoputismo en mi mente es una forma de ver las cosas que me ha deparado innumerables aciertos, y claro está, un muelle inequívoco contra traiciones, deslealtades, evitamientos y ninguneos. Es por eso que a veces, en un acto de maldad pura suelo enviar mis fotografías en Europa, Brasil o alguna montaña nevada de belleza quintaesenciada para imaginar en mis fueros hijoputistras el escarceo que de seguro se produce en las entrañas de los que no solamente por ser tan correctos no conocen nada y que, desde luego, entendiéndome como "excéntricoo" en verdad no me quieren, y ocultan a sí mismos el disgusto que les produce no haber leído un solo libro en la vida ni tener mucho que hablar.

sábado, 16 de octubre de 2010

I've Got A Feeling I

Había no cientos o miles, sino millones de cucarachas sobre la cocina que pese a que no era tan vieja la suciedad que la cubría ofrecía la más exquisita expresión del descuido, !tan afín! a las paredes lúbricas e iluminadas por un pálido y polvoroso fluorescente blanco.
La mesa tenía una cubierta de mantel plástico y gastado por el uso que había borrado casi todas sus figuras -me parece de cuadros rojos y blancos- mientras que el piso de baldosas amarillas estaba borroneado por una capa de mugre antiresbalosa. Merodeaba la casa un perro negro, chusco y pulgoso. Se llamaba Negro. Su hija,Tanga.
Sus amas, jóvenes, vagas y vanidosas, nunca se sentaban a comer al mismo tiempo. Se levantaban tarde. Todo el día hablaban por teléfono mientras a duras penas y sin recibir órdenes de nadie la empleada lavaba los servicios.
Las tazas, cosa rara en un clima tan poco acéptico, eran de acero quirúrgico, y por eso era lo único que siempre parecía limpio.
Todas cenaban hot dog con huevo frito comprados en ese rato en la tienda de Cartagena, y no cuidaban la figura. Es que eran unas chicas de culos espectaculares que naturalmente estaban dotadas de figura y tenían no solo el mundo a sus pies sino a un cúmulo permanente de eunucos en su puerta.
Vivían al fondo de una quinta de varias casas, todas grandes, como la suya, en una tranquila calle de un suburbio de clase media en Lima. Los árboles refrescaban la noche y los jazmines despedían el erotismo que me llevaba a esa casa como las feromonas a las abejas.
Eran tiempos cuando me gustaba ir a la playa con mi trusa, slaps y sin polo. Tomaba una combi asesina y bajaba en Miraflores, atravesando las calles sombreadas por los edificios antes de descender por los acantilados donde se abría oeánicamente la vida, las olas y el sexo. Mi padre decía que a esa edad solo me faltaba eyacular por las orejas. Y tenía razón.
Gaby era una de las chicas con quien tomaba por asalto a la vida. Tuvimos sexo en todos lugares, pero me acuerdo muy bien de aquel pasaje que derivaba a un gran parque rodeado de casas. La llevé de la mano hacia esa zona especialmente oscura. Había un granado descuidado en la parte trasera de esa casa. Le manoseé con impudicia el tremendo culo que a muchos desesperaba levantándole el vestido, como escribiendo el reggaetón, hasta la espalda, quedando completamente desnuda sobre sus zapatos en punta con tacos de 7 centímetros de alto. Otras veces la leve en la diligencia, que era un viejo microbus que pasaba por Bolívar hasta la carretera central caminando heroicamente, con una lata de atún, pan y una botella de vino malo en bolsa, hasta cinco cuadras terrosas hasta el famoso motel mal llamado Cinco y Medio.

Las conocí una noche de tragos en la casa de unos vecinos de ellas. La reunión era casi misógina. Nosotros éramos todos hombres contemporizando en el segundo piso. Nos asomamos al balcón y vimos el postre inalcanzable allí abajo, unos metros más allá. Era media noche. Las chicas tenían fama de perdidas y nosotros de caballeritos que nos dábamos a las fiestas de las chicas buenas y de futuro de la parroquia. Siempre pensé que en estas cosas no importa de dónde sean las chicas. Así como la brújula no se deja sobornar por otros magnetismos y siempre va hacia el norte, nuestra brújula de cuero nunca se la traga toda la ideología social y apuntaba siempre al culo más apetecible.
Ellas coqueteaban con media docena de tipos, todos en autos. Apoyadas en las líneas bajas de los fierros no se que hablaban. Sus nalgas bien pesadas de plegaban aún más sobre el pulido acentuando más su quiebre.
No podía soportar la situación y bajé a presentarme como un caballero. Abriéndome paso entre los celosos devoradores que las olían me dirigí tomándoles por sorpresa a todos y dije. “Estoy en una reunión en esa casa, no nos conocemos, pero pensé que no estaba bien quedarse con la palabra en la boca y decidí bajar para decirles que son las chicas más bellas de este barrio. No quiero importunar más a todos, disculpen la impertinencia, y me retiro”.
Paty estaba con la boca abierta de gracia con tan efectivo piropo en medio de los titanes que les rodeaban sin saber reaccionar mientras que Gaby con un vaso plástico con borgoña fingió no entender el mensaje.
Las que no entienden los mensajes con las más astutas siempre.
Regresé a la fiesta como el soldado que regresa a casa. Estaba cargado de honor. La noche taurina me derivó a un regreso triunfal con el beneplácito de haber perpetrado una verónica donde todos no pudieron otra cosa que decir ole. Por mi parte en mi mente flotaba la canción I've Got A Feeling. Gracias John. Tiempo después paraba con la pinga parada mañana, tarde y noche en la casa de esas muchachas.

lunes, 11 de octubre de 2010

NARIZ DE PINGA


Se le veía nocturna, falsa y corriente, todo estaba rociado de oscuridad como para valorarla en lo básico: si era bella o más bien fea ya que la escena en la que figuraba tan dispuesta como un par de días de espera (cachable) no permitía ni siquiera asegurar de que se tratara de una mujer completa.
Nariz de pinga, y esta es su versión, vino de Huacho a divertirse a Lima. Bailaba bajo la metralla lucétrica explotando en una mejoría inconmensurable, como si fuera magia ¡magia enorme! aquello que la transmutó en una venus de Boticceli, una hembra definitiva al menos ante la mirada turbia del borracho.
El borracho no la miró. Su cerebro la sintetizó como si muchas mujeres lindas se mezclaran en esta univoca ¿Estela? ¿Marley? Estaba arrecho era todo. La rumiaba antes de tenerla con la carencia del seleccionador enzimático que evaluaba desde la forma de sus nalgas hasta su aliento.
Tuvo que acariciar sus brazos para darse cuenta de que se trataba, en efecto de algo real y jugoso. Es decir, de que no tenía sorpresa. Supongo que era yo el que estaba en la escena.
Le dijeron a Colchón que me aconseje cautela pues a lo mejor eran peperas. El guante me lo pasó, pero ya estaba con la testosterona encima. Incluso evalué las consecuencias de quedarme sin un centavo en la posible irresponsabilidad de sumergirme en sus encantos imaginarios. Ni siquiera se me ocurrió lo que podría ser el podrido despertar en cualquier hotelucho de mala estrella con la mujer de manos de lija.
Justamente por eso le pregunté.
-¿Lavas?-
-No, por que lo dices.
-Por que tienes manos de lija-.
Y ella me dijo como cenicienta. Se me cayó el arete al sueño. Tenía forma de aro. Si lo encuentras te voy a dar un premio. No lo iba a hacer pero me quedé pensando en el premio mayor de sus fabulosas –así decía el trago- caderas.
Fingiendo ser cenicienta a las 4 de la mañana se fue a pasos ligeros sobre sus tacones 10 con su amiga a quien presentó como "gran empresaria" y “no te imaginas quien es”. Ni quisiera imaginar.
Luego abrió su sapito telefónico y me mostró la cara de su hijo que por borracho y vienmdo doble pensé que eran mellizos. Que lindos, mentí y seguí probando por donde introducir mis dedos, si por su pantalón ajustado u su blusa. No pude más y le dije “te quiero cachar” y ella se rió indignada. Rara reacción. Luego le di un buen palmazo en el poto.
Desde luego no era Susana ni Lourdes.
Y me fui a casa con Colchón, el más sorprendido que yo, de lo mefistofélico que puede ser aquel emancipado del bien y del mal.
¿Qué recuerdo de ella? Poco, que tenía una espléndida cintura, que podía tener entre 30 y 50 años, y que estaba a la espera de su pinga, aunque me pidió una botella de agua en vez de eso. Algo más que recordar, nada excepto la tremenda frecuencia del deseo, su mirada sedienta y movimientos esquivos entre el jaloneo y la resistencia, y claro está, su nariz de pinga que intenté obviar. Tu número, ordené. Me dio no nueve sino ocho. Tremenda puta, se las sabe todas, pensé. Le volví a meter la mano. Ya estaba acostumbrada. la próxima le pediría que me invite una cerveza. Su amiga se iba llena de indignación. Ella fue corriendo tras ella. Creo que no la volveré a ver.

LA LOGISTICA DE DIOS

Hace poco mantuve un diferendo con Dios a quien no me siento capaz de brindar ninguna consideración, al menos ahora, al no tener a quien culpar más de un suceso bueno, malo o significativamente secuencial a algún tipo de algoritmo.
Lo recientemente acontecido, que es el arrebatamiento de la vida me mi madre, constituye la prueba en sí de que desde que nacemos vamos a la deriva hasta el punto inapelable de una na-da sin-o-lor, antiespacial, sin opción de ser consultada a no ser que me equivoque y sea cierto este diálogo con la nada que me asaltó una tarde soleada pero fría y de primavera.
-Tus ventajas no son las que concuerdan, en todo caso.
-Puede ser que tengas razón, pero mi problema es lo que ocurre en el interregno entre mi reino y el retorno a él, al que todos van.
-¿Por ejemplo?
-Los abores. Cómo considerar que somos nada frente al sabor de un helado de fresa.
-O maracuyá, pera o limón.
-Déjate de estupideces que esos helados no se venden el Perú.
-Bueno, pongamos al sexo, el baile, el alcohol, el deleite profano o celestial, el éxtasis de los adoradores de dioses o vírgenes.
-La acción química de las drogas, por ejemplo.
-La diferencia psicológica de los sexos, por ejemplo.
-Si, pero no es esa la mejor palabra para la nada, ¿verdad?
-Por que en la nada todo es no, negatividad, al menos axiomáticamente hablando.
-Salvo las paradojas de mi buen amigo Godel.
-Te noto muy animado para ser la nada.
-¿Cómo no voy a estarlo si al fin alguien me ha tocado la puerta.
-No me había puesto a pensar en ello.
-Pues piensalo seriamente ya que en estos tiempos casi podría decir que mi no existencia se ha vyuelto una religión en la que los más lúcidos esperan encontrar una preparación hacia lo que ellos mismos quieren creer, y temen, que es la muerte.
-¿Y no temes a la muerte
-Soy la muerte. Pero ven que no te haré daño.

Que consigamos unas metas importantes desde el punto de vista de la escasa logística que nos abriga el alma, fuera de la poca o mucha fortuna, la circunstancia y el olvido de nuestro final es ¡cómo no! un enorme suceso que debe de sorprender a las otras criaturas del universo que nos deben observar con el ojo zahorí del observador de las hormigas perfectamente organizadas.
Si es que solamente a nosotros nos incumbe observar y tomar de otros lo que nunca fuimos. Tal vez en el fondo somos nada arropada de otros, lo que quiere decir, conquistadores natos.

domingo, 10 de octubre de 2010

COLORES BLANCOS

Una de las que más odio son las luces blancas color fluorescente en las casas. Dicen que son ideales para impedir el sueño de los trabajadores y añadiría, para rescatar lo mejor posible la fealdad de los rostros de las personas y las manchas de las paredes. La luz blanca, sumada a los parquets sin brillo ni olor, también configuran una escena de ambiente en caída libre, mezcla de ferretero pero con con cierta vitalidad enfermiza, y que no va afín a lo que entiendo por luminosidad.

Detesto los lugares donde no pasa el aire, esos lugares de ventanas cerradas, sin música y demasiado silenciosos, pero no es que deteste el silencio que no tiene que ver con lugares fastuosos o elegantes, sino me rfiero a ese silencio enconado con lo creativo, silencio de ausencia de toda esperanza y donde las cosas aún estando vivas, digamos una planta, un pan en estado de podredumbre los hongos alrededor de una cañería mal curada, conformar un tipo de muerte viviente.
De hecho se trata de un lugar donde ha sido derrotada la pimienta, el curry y la importancia de un corte de papa. Se trata de una suerte de evento donde no habría nacido la sociedad sino un amasamiento humano sin nombre ni distingo que acumula energía para, a lo mejor, una vejez insustancial.
Obviamente, no voy a consideraciones de altitudes mayores como esperar la valoración de un rissoto que sería criticado como masacoteado. Mucho menos se consideraría indispensable beberse la coca cola helada. El primitivismo puede llegar a ser esperpéntico en esos lugares. Casi,a casi, una fosa común en vida.
Detesto a los gatos desde que tengo uso de razón. Detesto el olor de sus orines hasta su falsa debilidad. Si alguien osara llevar un gato a mi morada, sin lugar a dudas estaría ejerciendo el más refinado beneficio a su odio en contras mío, pues no solamente sería llevarme a la ruina moral, pues de hecho no podría dormor con sus aullidos, ni comer en paz bajo su mirada reclamante, sino que yo mismo sería testigo de un consentimiento que no podría haberme permitido cuando soñaba con una vida emocionante y digna, confirmando enfermedad del alma al erosionarse aun mas mi autoestima.
Pese a que detesto a los gatos, a las luces blancas de oficina, y a esos silencios de ultrasonido de los ambientes acreativos,más detesto a quienes los puedan traer a mí todas estas cosas, porque significa que mi existencia le es tan poco valiosa y estimable como para hacer el mínimo esfuerzo por impedir lanzarme a mi tan evidentemente lo que detesto, algo así como arrojar desperdicios a un tacho de basura de la cocina.
Desde luego que detesto muchos otros tipos de bichos, como a las cucarachas, más aún a las pequeñas. Sin embargo, creo que nada es más detestable que el hecho de detestar sin desearlo a esos seres que no saben lo que hacen, y que teniendo cosas buenas, tienen todo el aval del creador, sea Dio o la justicia. Lo irónico es que cuando pueda alguien intentar comprender a quien detesta, este aparezca increiblemente dispuesto a defender asu detestabilidad hacia uno en nombre de la razón, con desmesura, y sin ninguna puta consideración.