Vistas de página en total

martes, 11 de septiembre de 2012

LA VERDAD VERDADERA

El vigoroso espíritu de la mal nacida Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) apenas es hoy un mortecino aliento, tras el tardío reconocimiento, a guisa de vómito negro, del ex comisionado Enrique Bernales, de que esta se equivocó, convirtiendo en víctimas a asesinos, como el tal Willians, el mismo que fue liberado para seguir asesinando a militares, todavía mujeres. Me pregunto de si algo de esto que ver tendría el antecedente de que los miembros de esta esperpéntica comisión, no solo estaban emparentados biográficamente con el marxismo maoísta, sino hasta sanguíneamente con Sendero Luminoso, al tener como comisionado a uno de los primos de Osmán Morote, quien le hablaba a la oreja de Abimael Guzmán. Ahora entendemos por qué cayó enfermo el comisionado Javier Ciurlizza cuando Plinio Esquinarila le descubrió en amigables charlas con Abimael Guzmán. Es que este hombre sabía lo que estaba haciendo. En aquellos audios Ciurlizza, con el pretexto de investigarlo, conoció a Guzmán en prisión demostrándole una “simpatía emocional”, la misma de esos periodistas políticamente correctos, que fueron cómplices de la rehabilitación del “honor” abimaelita aconchabándose con la comisión y las ONG, dando puente de plata a la libertad de los Willians que siguen matando. Para algunos esa “simpatía emocional” no es peligrosa. Para nosotros sí, pues es el lado amigable por donde la secta asesina se cuela en la sociedad, buscando siempre el driblen por los intersticios de la cautela de los más inocentes, como los cafetaleros de Vilcabamba, que involuntariamente son los hospederos del tal Gabriel. El Sendero Luminoso que mató a tantos fue derrotado por la presión del Estado, pero sus cómplices han obtenido la contrapartida de la rehabilitación política por adelantado, cortesía de Alejandro Toledo, y la cosecha la practica el mal nacido Momadeff, conformado por los rehabilitados de la comisión. Escribir hoy en día estas cosas es fácil, pero no lo era hace unos años, cuando un pequeño grupo de periodistas éramos acusados de todo al sacar las mentiras de esta comisión al descubrir que aumentaba el número de muertos con dudosos antropólogos forenses, para acusar de todo a las Fuerzas Armadas. Tal vez Velasco fue el que extirpó al periodismo de su pureza, y por eso nos inundaron sus viejos amanuenses que expropiaron a Correo. Para nosotros, desde luego, no era posible mentir ante fraudes que denunciamos como el falso heroísmo de la ex agente, Leonor La Rosa, cuando fuimos esa mañana a recoger vidrio por vidrio, en aquella playa de Lurín, las evidencias de que la beata estaba de parranda con amigos, hasta estrellar el coche, tras cobrar 100 mil dólares por meter a la cárcel a militares que nunca la torturaron. Cómo no dudar de la CVR, si cuando fui a ver qué médico certificaba que su parálisis era producto de torturas –y no de neurosis conversiva- , nos encontramos con el doctor Cruz, el mismo loco a quien conocí años atrás en una excéntrica comisión con el fotógrafo “Chino” Domínguez, cuya clínica cucarachezca, sin un solo paciente, un íncubo de pestilencia, era un templo donde se idolatraba a Fidel Castro y, se dice que era donde se curaban a heridos de combate. Ese “fidelísimo” -¿por Fidel?- testigo de la comisión era gracioso, y se pintó de cuerpo entero cuando en esa entrevista sacó en su consultorio una botella de Habanna Club, y tres puros Cohimba, convirtiendo el sanatorio en cantina. Recuerdo que después de certificar el origen de la parálisis de La Rosa, el tal Cruz llamaba inútilmente por teléfono a Heriberto Benítez para que le pague su “saldo” por haber internado a La Rosa en su pocilga. Estos hechos nos daban potencial argumentativo para soportar cualquier ataque, y nuestra verdad sobrevivió al tiempo, como esa roca polaca de la cual hablaba Winston Churchill en sus Memorias de Guerra, la cual puede ser cubierta por la turbulencia oceánica (Hitler), pero siempre se mantendría firme para reaparecer cuando baje la marea. Nuestra verdad, pura, redonda y sin fisuras, ha salido a superficie, lo cual es una satisfacción enorme, y confirma dos cosas, que Bernales no pudo callar más, y que los irresponsables trepadores buscadores de ascensos en la burocracia internacional, llegaron a la cima como el gusano de la fábula de Esopo, arrastrándose y traicionaron a los peruanos para este fin. Ahora ellos experimentarán el genuino repudio de la historia, pues haber vendido el país a su peor enemigo, la secta maoísta, no es para decir perdónalos porque no sabían lo que hacían. Sin duda el tal Garcia Sayán, que llegó a donde quería, la Corte Interamericana de Derechos Humanos para condenar a militares sí sabía lo que hacía con su ONG Comisión Andina de Juristas. Igual el Instituto de Defensa Legal y APRODEH, que se han vuelto mudos, y merecen nuestro señalamiento. Ahora que las aguas vuelven a su nivel, hay que indicar que nuestro país necesita recuperar sus símbolos básicos. Símbolos de gran utilidad cívica, social, humana, que nos fueron robados por el engendro velasquista, comunista y abimaelita. Uno de ellos, la verdad, en cuyo nombre ya se mintió mucho. Tras este acontecimiento podemos decir, descansa en paz CVR, no vuelvas nunca más, y bienvenida nuevamente la “verdad verdadera”. Ahora sí: Viva el Perú.

sábado, 12 de mayo de 2012

TRIBUTO A JUAN CELADA (ALAMO DAY) Hay sujetos que nunca envejecen y, así el tiempo diga la proximidad del otoño, o incluso estando en el invierno de la vida, persisten con esa frescura de niño endiablado. Roman Polansky es uno de ellos. Otro tal vez sea yo mismo, que no puedo dejar de bailar cuando me apetece. Preciso rock, es como una pastilla, el del bueno y te hace volar. Siempre el de los mejores. También en esta lid estaba mi amigo Alamo Day, como decidió a última hora llamarse. Me decía, Juan Celada ha muerto. Escucho the dark side on the moon una noche llena de luna. Absoluta. 1981. Lo conocí a Alamo, o Juan Celada del Perú, en Pueblo Libre, un barrio donde todos estaban locos. Incluso los que querían parecer lo contrario. No era raro ese comentario. Incluso decían que la razón estribaba en la abundancia de laboratorios de firmas internacionales. Decían que algunos experimentos hacían con la gente. Y en verdad... había bastante loco. Desde un tipo que se pasó de mezcalina y andaba con una bicicleta cargando un conejo hasta otro que asesinó a su madre. Poco después de terminar el colegio aprendía el arte de hacer nada constructivo. Todo en mi vida era experimentación. Juan era unos ocho años mayor que yo, pero aun así era un muchacho de veintitantos años, cinético y rítmico, que rimaba bromas estúpidas todo el tiempo. Era como un hippie de los 70. Alamo era flaco y de pasos anchos, ligeros, y brazos que se balanceaban como péndulos. Parecía que tuviese algún deber. Pero era vago. O lo contrario: demasiado hiperactivo para detenerse trabajando. Por entonces íbamos al billar, donde pasábamos horas con otros del barrio. Enrique Rangel, generoso, impecable y deportista, gran tipo, su hermano, "Katucha", singular y sólido en sus ideas, y otros en quien no me detendré, y tampoco creo que lo haga. En el billar teníamos un secreto Decíamos que si conservábamos la bola número 9, la naranja, seríamos invencibles. Era el futuro. Y pensar que esto sucedió siempre. La década siguiente fue naranja, Fujimori entró al poder y por muchos años fue invencible. Era extraño y certero. O pretendía serlo. Le gustaba que le crean. Juan era dado a cualquier azar, desde jugar a las cartas hasta los caballos, porque era un eximio militante de toda cábala. Encontraba en la vida algo más abstracto que los argumentos. Líneas y curvas, algoritmos y relaciones en el tiempo. Por eso nunca era el mal lo que dictaba su camino. El solamente creía en que todo estaba vectorizado, o como decía “pautado”. Y pautado estaba que esa tarde en el teléfono del parque Don Bosco iniciemos una amistad, aunque interrumpida por dos décadas, que fue retomada con la misma naturalidad de siempre. Alamo o Juán solía llegar a casa como cualquier amigo. Pronto fue apreciado y querido por su singularidad. Al principio daba la idea de tratarse de un fumón más, pero por el contrario no lo era. Decía que tenía “ la droga instalada en el cerebro”, por lo que no necesitaba meterse nada. Excepto cigarrillos premier. Estos le acompañaban siempre en los juegos de cartas o en el taco. Luego lo dejó. Pocos sabían de las tremendas discusiones metafísicas que nos encerraban en tertulias interminables acompañadas del mejor rock: Queen, Alice Cooper, Led Zepelling. Fue la nuestra una amistad rock. No nos importaba nada que fuese en español, y hablábamos de los músicos consagrados con una cercanía que parecían tipos del barrio. Por ejemplo de David Bowie, que con su Amor Moderno descontaba su camaleónica estirpe. Y sencillamente nos caía bien. Podía ser que nosotros asumíamos que también le caíamos de la misma manera. Nunca hablamos del bien o del mal, sino de los mensajes, de lo que sucedía, de lo que vendrá. Era el tormento oculto de su madre, que cada día a las 4.00 PM, algo incómoda de mi presencia en su casa, interrumpía nuestra conversación llevando un jugo de manzana y una pastilla azul. Llevaba expresión de pesar, sabía que le disgustaba mi visita, como si supiese que mi diálogo cargado de sueños e imposibles, era exactamente el asunto que flotaba en el cosmos de mi amigo, y que le ponía a pensar en cosas de las que no estaba segura de que pudiera salir. Ella sabía que Juán tenía un mundo aparte del cual a veces no podía volver. Estudiaba para ser ingeniero mecánico. Pero ante la acometida de un insoslayable ataque de bipolaridad, o más bien creo de esquizofrenia la dejó de cuajo. Ya me imagino el tormento. Poco antes se había ido su padre de la casa para nunca volver. Era un tipo alto, potente, siniestro. Nunca creí esos rumores de que Juan se rayaba y enclaustraba por meses, saliendo al año gordo, hinchado y rubio. Hasta que pasó nuevamente eso. Fui a buscarlo a su extraña casa cuyo jardín era un terral de donde al asomarse había una ventana con persianas cerradas como evitando la entrada de la luz. Nadie abrió la puerta. Pero claramente vi que alguien miraba detrás de las persianas. Supuse que algo no andaba bien. Y así me la pasé meses tratando de hablar con él. Por esos años leía cosas verdaderamente extrañas, Camus, Ortega, Hesse, y hasta me pareció interesante Jung y sus madrás o mandalas. Justamente fui seducido por sus caminos oscuros, me refiero a Jung, y apenas pude le conté de su camino a las profundidades de la psiquis. Seguramente si su madre se enteraba esto era peor que invitarle un cigarrillo de pasta básica de cocaína o engramparnos con una docena de preludines. A él no le pareció mal ese asunto de las transferencias, pues tenía algo que ver con las respuestas que buscaba. Me acompañó por algunas de esas experiencias psíquicas hasta que un día decidimos lanzar energía a alguien. Yo andaba leyendo libros en las calles, en los parques, suponían que también me estaba volviendo loco. Por eso es que estaba en tal grado de incandescencia espiritual que no fue difícil aproximarnos a los rincones prohibidos de la psiquis y nos asustamos mucho cuando sentimos que perdimos peso hasta sentir algo así como un soplo de tal fuerza que casi nos tumbamos. Pero el soplo era interno, una implosión o escape de fuerzas que nuca más volví a experimentar. Nos asustamos. Comprobé que, en efecto, existían las transferencias. La descompensación o perdida de energía fue un asunto de mucha seriedad que confirmó algunas teorías excesivamente peligrosas para el hombre. Pero a él le gustaba entrar al terreno de Dios, el alma, y hasta era un habitué conocido en el infierno. Él vivía en el infierno. El me dijo que no sabía dónde se fue aquella energía, pero yo sé que se fue a algún lado. Así tuvimos muchas aventuras, expediciones por una ciudad bombardeada por Sendero Luminoso, otras nos fuimos al campo, a aquella Canta donde tuvimos unas aventuras con unas chicas innecesarias y tomables. El tenía una chica, Camucha, muy estrambótica, era como él. Le perdí también el rastro. Un día nos alejamos por muchas cosas, y nunca más supe de él, hasta cuando mi madre murió, de esto no hace mucho tiempo. Apareció en aquel momento y conversamos como si nunca hubiésemos dejado escapar el tiempo. El heredó algunas amistades mías y se hizo querer entrañablemente. Las hermanas Elías. Fue algo así como un consejero chistoso, parte de la diversión que era lo esencial en nuestra vida y no hay que ocultarlo. Porque para qué tener amigos sino para divertirse. No siendo parientes, no existían obligaciones de ningún tipo, ni causas para ser más próximos. Pero después de la muerte de mi madre, el día que él nació, le perturbó. Decía que esto estaba asociado a ciertos cálculos numéricos. Para el la matemática era tan sencilla que era un profesor bastante buscado. Pocos meses después murió su madre. Entonces al llegar al velorio me di con otros rostros indicándome que todo ese tiempo que no vi a Juan no fue por gusto, y que no necesariamente era el buen tipo que recordaba. Entendí que, siendo bipolar o esquizofrénico, no había forma de que no haga sufrir a los suyos, sea por su falta de sueño, la necesidad de hablar con alguien, y hasta el inevitable caminar suyo por las noches, sobre todo en una casa que desgranaba misterios a todas luces y seguramente más con las luces apagadas. Puedo imaginarlo fumando en las madrugadas entre los listones de sombra que formaban las persianas. Una señora que fue amiga de su madre velaba a Tota, su madre, Me preguntó de dónde conocía a ella. Dije que era amigo de Alamo o Juan. La mujer me hizo una mueca de rechazo. Nunca le pregunté que le hizo a su madre para que ocasionara tales rechazos. Solo recuerdo que una vez Juan me advirtió “no soy tan bueno como antes, es más, soy un maldito”. Supe que se hizo de una mujer, igual de extraña que su madre, pero que el de pronto detestaba, (o era su víctima) y con quien tuvo una niña tan rubia quien era tan hija suya como nunca vi. Despierta, contestadora, y mágica, era su adoración. Romina. Vendió parte de su casa, lo que le correspondía de herencia de una manera rara. En principio yo no haría negocios nunca con un bipolar pues inmediatamente sería considerada la nulidad de acto jurídico. Me parece que el buscaba ya quemar su existencia. Tal vez la mujer que le dio el dinero lo sabía. Pero según Juán me decía no era lo suficiente. ¿Lo timaron? Luego lo vi en Cusco. Una vez le dije que allí me gustaba ir con frecuencia. Sea a descansar, a trabajar, siempre voy a estar completamente conmigo mismo sin interferencias. A Alamo se le ocurrió que podía hacer lo mismo con el dinero que recibiría de parte de la casa que heredó de su madre. No sabía que al irse daría paz a sus seres queridos. En Cusco nació Alamo Day. Sacó un programa de televisión con ese mismo nombre. “Alamo Day Ya está”. Compró un espacio televisivo y por unos meses fue explotado. Le sacaron miles de dólares. Hablaba horas y horas tonterías en el aire Y recibía llamadas del público. Se concentraba en el lado oscuro de las noticias, en el tema Ciro, por ejemplo, el chico misteriosamente desaparecido y hallado muerto en el Colca. Su mujer lo buscaba insistentemente. Aguardaba su regreso en Lima. Mientras tanto él iba por Cusco probando todo lo que le sea posible, desde visitas a night clubes hasta las discotecas más cosmopolitas, como el Ukukus, donde le presenté a mi amigo Tito, dueño del bar, quien inmediatamente sintonizó y a quien le ofreció varios kiskurt verdes, un preparado de dos onzas de menta y vodka en un shop. Eso nos llevaba al techo. Se sentía querido, pleno y extraño. Escucho el lunático tirado en el pasto de Pink Floyd. Escribo cuando empieza a sentirse un poco más lejos. Sé que está en el espacio al fin disperso, seguramente ya se encontró con Baldor. No sé por qué en sus últimos días tuvo el deseo de viajar a Italia. Tal vez para el ese era su futuro, o quizás fue en Italia donde regía el imperio que entregó a Cristo a la muerte. Tal vez, y ahora lo entiendo, él, que se sentía un profeta, que por eso hablaba todo el tiempo. Una vez me llamó por teléfono indignado porque un falso profeta lucraba con la palabra de Dios. Lo quería matar. En su alucinante existencia, pensaba que aún estaba a tiempo para vengar a Jesucristo. Sus últimos mensajes eran insultos anónimos, decía que odiaba a todos. Debió sufrir mucho. Dicen que reapareció en la cuadra semidesnudo con un traje presumiblemente regalado por alguna persona piadosa. A lo mejor tuvo un ataque y decidió caminar desnudo. Como muchos locos. A lo mejor ya no daba más y dormía en las calles, o tal vez alguien le hizo daño. No lo sé. Él me dijo que una vez en un ataque de locura apareció tirado en los rieles del tren y que ni se acordaba de cómo llegó allí. Esta vez encontraron su cuerpo en una playa. Por un momento pensé en que alguien le hizo daño. No lo sé. Tal vez si fue así fue un favor. Solo estoy seguro de que estaba bien desapegado de la vida. Si creía que se iba a vengar a Cristo, es seguro que ya se había ido antes de su muerte, quizás buscando el poder para librarse de sí mismo, buscando un suicidio definitivo. Antes de morir decidió lanzar todo el odio posible al mundo, a la iglesia, a su familia, a sus amigos. En verdad estaba pidiendo auxilio. Pero ya nadie podía ayudarlo. Sabía que iba a morir pronto. Estaba solo. Por eso para mí su recuerdo mayor es cuando reía en las calles, allá en los años 80, conversando de música y gozando de la vida, cuando decía brazo en alto ¡comes alive! el gran disco de Peter Frampton… ¡en vivo!

viernes, 9 de marzo de 2012

CRAPULA /CAPITULO XX/ EL BAUTIZO

La vi nuevamente el lunes y me puse nervioso. Me había contenido todos esos de llamarla. Mary Luz pasó a mi lado y me sonrió un poco...como a todos. No supe si acercarme. Me miré en el espejo de la ventana y vi a un imbécil. En eso Fort pasó y al verme se detuvo para llamarme. - Cuídate con ella. No te vayas a templar- me advirtió. - ¿Tas loco? - Es una perra. Y se muere por Nico Carrazco. Se la cacha hasta por las orejas y la otra vez hasta me mostró su foto chupándosela. Apareció Mirko. Disimulé un pequeño dolor. Pero pasó rápidamente. Solo era una perra. Fuimos los tres a la cafetería. - Tres cocacolas- pidió Fort. Nunca saludaba al mozo que nos miraba con resentimiento. Fort ordenó a la cajera que ponga su casette. Conversamos como tres cuartos de hora. El fondo musical era música de Smits. Poco a poco estaba entrando a ese mundo, a un mundo que era en verdad el mío, pero que no se cuando lo perdí. Ni tan alto, ni tan bajo, pero eso sí, arribista, el mismo de los que se sienten en la cima del mundo, pero que a pesar de eso, terminan mirando con reverencia al que está más allá. En lo pragmático, ya tenía las conexiones que buscaba, mi pase de entrada a las redes de ascenso, los códigos básicos. Ser un tío más o menos bien parecido, aspirar cocaína, cacharme a una chica que se sinceró conmigo la noche anterior, perfecta para amar, pero que decidí llamar "la puta esa". No podía mostrarme´vulnerable ni al amor, ni a la consideracíón, ni solidario con los que quieran cambiar el mundo, pues eran comunistas, irreales, corruptos, mierda humana. Era momento de confesar algo que sería la fresa que faltaba. Confesar que nunca estudié para ingresar a la universidad. Es decir, que mi ingreso fue un fraude, que pagué mas de mil cocos por mi vacante. Eso me daría más prestigio y solvencia. Además debía evitar que me pongan un apodo como el que solían poner a los más idiotas. Una tarde, después de salir del billar, campeonamos en pareja a los Fort y Larrañaga. Mirko caminaba exultante de alegría. -Los cagamos- Celebró y abrió la chata de ron. Fue cuando le dije que nunca había dado examen de ingreso, que pagué más de mil dólares por la plaza. Mirko se detuvo, abrió su enorme boca, y me miró en silencio y alegría. Era obvio que el aprecio hacia mi lindaba con la admiración. Me abrazó y felicitó por ser así. Ya algo ebrio, decidió bautizarme con un sobrenombre. -Yo te bautizo hasta el fin de tus días como el Crápula. ¿Crapula? No sonaba mal. Me gustaba el apodo. Su eco era fuerte, filoso, en definitiva, con carácter. Pero pese a eso me sentía ajeno, cohibido y sucio ante ellos. Mis zapatos eran fuera de moda, mi casaca tenía tres mil días de uso. Al día siguiente llegué de muen humor y otra vez estaban los dirigentes políticos en reunión. Nunca entraban a clases. - Son unos cholos de mierda- comentó Pepe Lucho Gonzales, hijo del congresista Pepe Lucho Guzmán, un hombre muy astuto de enorme corazón partidario, pero que sabía que el Perú se movía a muchas velocidades, en realidad, era como India, una nación llena de castas. Perú tiene unas trecientos clases sociales y se van creando nuevas. - Son marcianazos- Dijo Mirko- Ese Huxley es un terruco del MRTA. - No creo – opiné - Mmmmm malas vibraciones- se escuchó por ahí- pequé. No debía decir nada a favor de ellos. Era claro que había una línea divisoria. - Es un resentido. Para mí que es terruco. ¿No ves que tiene un gas plomo alrededor? - dijo Pamela. Solían reírse de todos los que mostraban humildad, de los alumnos, dirigentes, profesores. LA verdad es que muy pocos eran adinerados. Todos se hacían ser más ricos d elo que eran. Aunque habían casos evidentemente de chicos muy ricos. Pero yo me sentía bien con ellos como con Huxley, Hitler Gómez, o el Anófeles, como llamábamos a Álvaro, quien era el terror de las vendedoras de salchipapas de la vuelta. Mientras Huxley era calladito y cerrado, los impolutos eran fríos, naturales y directos. Los humildes persuaden, engañan, no piden por favor; los impolutos ordenan, nunca persuaden. Pero también saben decir por favor. Eran mentalidades distintas. Cuando salía a divertirme con los impolutos bebíamos cerveza, cada uno con su vaso. Pero cuando lo hacía con Hitler Gómez o Huxley, bebíamos de un solo vaso.

CRAPULA / CAPITULO XIX / MAS QUE SUCIO

El taxi se detuvo. Y me imaginé que ambos subiríamos. Imaginé el camino. De hecho ya estaba en el taxi. Junto a ella. En esos instantes pregunté qué diablos yo hacía con una chica tan linda. Me daba temor. No, no voltees ni me mires limpiamente. No lo hagas, rogaba. Pero la verdad atravesó todas las barreras esperadas. Se me erectó el pene. La desnudé en la medida que la luz de la calle la sometía a claros oscuros destacando el rojo de sus labios, la caída de sus cabellos, su delicada forma de tomar el bolso. Era una reina. Esta vez ya fui demasiado lejos. No sabía qué hacer. Y si vamos muchas cuadras y Mary no quiera hablar. ¿de qué le hablaré? ¿Cómo la fregué? ¿Qué hice? ¿Me teme? ¿Debo ser un imbécil o un atrevido? Mirko se lanzaría apenas haya subido al taxi. Yo era inofensivo. Tenía la seguridad de que no intentaría nada. O tal vez no. Cómo saberlo. Ya iba a subir al taxi cuando Larrañaga se interpuso. - Vos por su ruta- - Agustín sube- invitó Mary Luz - Si, sube- Me hice el desinteresado. Pero un sentimiento del deber práctico me asaltó. Apenas tenía dinero para comer al día siguiente. No podía gastar más de lo que tenía. Pero tampoco podía dejarla ir. Solo sentir su perfume unos minutos valía la pena cualquier sacrificio. Mirko ya se iba. Lo llamé. Se me acercó y me dio el paco. - Sin saber qué hacer, traté de irme sin que nadie se percatara. Me arrinconé en el kiosco de diarios y aspiré dos cerros de coca. Pensé que ya se habían ido. Pero con sorpresa al volver encontré a Mary algo disgustada. - No tengo auto. Ya lo ves- Le dije. - ¿Y? - No tengo dinero, apenas, no quiero mentirte belleza. Tu eres una mujer titánica y de un metal demasiado duro para mi. Soy un trozo de mantequilla que te teme y condena por que estás como un colmillo del pleistoceno. No. No importa lo que diga. Soy el chico que aspira, que aspira amorcito, y solo aspira. Y estoy triste de no tener para llevarte a casa. Mary Luz hizo una sonrisa forzada. Era muy alta. Caminaba y todos la miraban. Se notaba fuerte, de gluteos grandes y tetona. - Eres un huevón- Dijo. Estaba rebuena para un polvo. La miré y me pregunté ¿Y ahora qué? Fumamos cigarrillos. La gente juergueaba en las calles de Barranco. Caminamos entre los embotellamientos. La tomé increíblemente de la mano. Y me sentí, no lo sé, iraní, sunita, tal vez Simbad el Marino. Realmente me sentí hermoso. Mary se detuvo y me dijo seriamente. - Beto. Yo me voy a mi casa. Entonces la miré fijamente a los ojos y me di cuenta que era una hembra con necesidades. Luego comenzó un forcejeo entre los árboles orinados. Sus tacos tropezaron. Se sacó los zapatos. Estaba medio ebria. Se dejó besar. Fui bruto. Hacpia tiempo que no cogía a una hembra. Y sentí sus senos recién salidos del mercado, y su sexo mordía, o eso quería imaginar. Sabía que a ella le gustaba el sexo. Le decían Mary de todos. Toqué un seno. Era suave, duro, vigoroso. Ella intentó zafarse. - Déjame mierda, qué te has crido apestoso de mierda Pero era tarde. Le metí la lengua entre sus labios. No pudo resistir. Estaba ardiendo de deseo. Ella misma buscó con sus manos mi pene y lo apachurró como si fuese un objeto para destrozar. Bajamos a la playa. Entonces la penetré. Mary gritaba. - Cáchame papi, papi, papi, cáchame, hazme tuya, mira como me tienes. Eyaculé. No discurrieron más de dos minutos cuando alguien nos dijo con voz áspera. - ¡Qué hacen! Un tombo. - Nos besamos. ¿Esta mal?- dije al poli. - Han estado fornicando en la calle - Usted nos ha estado observando- Reclamé. Mala jugada. Apareció otro policía. - ¡A ver documentos! Tuve que dárselos. Este policía me llamó unos metros. Yo no quería dejar sola a Mary. Pero no tuve más remedio. En eso escucho un grito. Mary le cogía a cachetadas al policía. - ¡Maldito cholo asqueroso¡ No ,. No hagas eso, pensé. Recordé que estaba con cocaína en la billetera. El policía la abofeteó. Mary lloró. Yo me fui encima del policía. Mal hecho, me golpeó con su cachiporra. - ¡Me ha tocado abajo sucio policía de mierda! - Mátame concha de tu madre o pelea, sácate el uniforme!- Grité. Mary gritó. - Te cagaste Canchán. Mi tío es el general Alzamora. Te cagaste cholo de mierda. La agresividad de Mery Luz me asombró. Parecía tener mucho más calle de lo que aparentaban sus buenos modales. Los dos policía ordenaron. -Suban al auto- Entonces le recordé al tombo concha su madre que yo serví en el Ejército. Que por imbéciles como eran, en Ayacucho los mataban, degollaban, hacían picadillo a sus colegas y que por mucho menos eran puestos en la mira de los tucos. Le recordé que tenían suerte de hacer ronda por Barranco, que era un barrio tranquilo, unos de los pocos del Perú, pero que no se confíen, que si los llevaban detenidos sería por gusto pues ella no iría a callar hasta mandarlos a la zona. O solo les quedaba matarlos, o reducirlos. Y faltaban doscientos metros para subir hasta la calle donde estaba el auto patrullero. Varios fumones aparecieron. En verdad eran muchos. Unos veinte por lo menos. Los policías sacaron sus armas. Estaban paranóicos. Sendero solía estallar bombas con anfo en las comisarías. Esa verdad ya estaba en el inconsciente de estos policías. Muchos de sus compañeros murieron con el cráneo despedazado. Entonces fueron bajando el tono, a excepción de sus armas desenfundadas. - Ya váyanse- dijo de mala gana el policía grandote. - Concha tu madre cholo de mierda- dijo la muchacha. Subimos por el gras, sucios, humillados, el efecto de la cocaína había pasado. El taxi fue por Miraflores, calle Borgoño, sexta casa. Mary Luz dijo. Esta es mi casa. Era una residencia descuidada. Tenía una buganvilla demasiado crecida que coronaba desordenaba la muralla. El timbre estaba roto. Sin duda era una familia en decadencia que ya no podía mantener las apariencias. Comprendí por qué no quería que los impolutos la traigan a su casa. Su modo de ser aceptada era regalando sexo. - No sé porque mi papá conserva este auto tan viejo- se excusó. Yo sabía la verdad. Estaban quebrados. Me quedé callado. - ¿Qué hace tu papá- Me preguntó. - Es contador- Confesé. Pero mentí un poco- Vive de alquilar varias casas. - Mi papá quiere que sea odontóloga. Odia a mi vieja. Por eso es que yo salía a la calle. Antes era una perdida. - ¿Por qué? - Allá –señaló- paraban los Calígula. Me buscaban. Nos íbamos a juerguear. Se levantaban a viejos y viejas con plata. Pero es ya pasó. Lo mataron al enamorado de Lucila, una prima. Traficaba. Y era malo. Vendían coca en grupos de gente ficha. Mary se despidió con un beso en la mejilla. Eran las cuatro de la madrugada. Sin dinero tuve que caminar. ¿Te das cuenta el lomo que has cenado? Grité. No pude dejar de pensar en ella. Supuse que ella se había regenerado. Mentira. Ella me eligió porque sintió alguna empatía, algo indescifrable pero que le dio confianza. Pero reflexioné y pensé en los estúpidos que fueron los Calígula para morir y caer en prisión. Unos narcos de tercera.

CRAPULA / CAPITULO XVIII / SUCIO POLICIA

El taxi se detuvo. Y me imaginé que ambos subiríamos. Me proyecté en el camino. De hecho ya estaba en el taxi. Junto a ella. En esos instantes pregunté qué diablos yo hacía con una chica tan linda. Me daba temor. No, no voltees ni me mires limpiamente. No lo hagas, rogaba. Pero la verdad atravesó todas las barreras esperadas. Se me erectó el pene. La desnudé en la medida que la luz de la calle la sometía a claros oscuros destacando el rojo de sus labios, la caída de sus cabellos, su delicada forma de tomar el bolso. Era una reina. Esta vez ya fui demasiado lejos. No sabía qué hacer. Y si vamos muchas cuadras y Mary no quiera hablar. ¿de qué le hablaré? ¿Cómo la fregué? ¿Qué hice? ¿Me teme? ¿Debo ser un imbécil o un atrevido? Mirko se lanzaría apenas haya subido al taxi. Yo era inofensivo. Tenía la seguridad de que no intentaría nada. O tal vez no. Cómo saberlo. Ya iba a subir al taxi cuando Larrañaga se interpuso. - Vos por su ruta- - Agustín sube- invitó Mary Luz - Si, sube- Me hice el desinteresado. Pero un sentimiento del deber práctico me asaltó. Apenas tenía dinero para comer al día siguiente. No podía gastar más de lo que tenía. Pero tampoco podía dejarla ir. Solo sentir su perfume unos minutos valía la pena cualquier sacrificio. Mirko ya se iba. Lo llamé. Se me acercó y me dio el paco. - Sin saber qué hacer, traté de irme sin que nadie se percatara. Me arrinconé en el kiosco de diarios y aspiré dos cerros de coca. Pensé que ya se habían ido. Pero con sorpresa al volver encontré a Mary algo disgustada. - No tengo auto. Ya lo ves- Le dije. - ¿Y? - No tengo dinero, apenas, no quiero mentirte belleza. Tu eres una mujer titánica y de un metal demasiado duro para mi. Soy un trozo de mantequilla que te teme y condena por que estás como un colmillo del pleistoceno. No. No importa lo que diga. Soy el chico que aspira, que aspira amorcito, y solo aspira. Y estoy triste de no tener para llevarte a casa. Mary Luz hizo una sonrisa forzada. Era muy alta. Caminaba y todos la miraban. Se notaba fuerte, de gluteos grandes y tetona. - Eres un huevón- Dijo. Estaba rebuena para un polvo. La miré y me pregunté ¿Y ahora qué? Fumamos cigarrillos. La gente juergueaba en las calles de Barranco. Caminamos entre los embotellamientos. La tomé increíblemente de la mano. Y me sentí, no lo sé, iraní, sunita, tal vez Simbad el Marino. Realmente me sentí hermoso. Mary se detuvo y me dijo seriamente. - Beto. Yo me voy a mi casa. Entonces la miré fijamente a los ojos y me di cuenta que era una hembra con necesidades. Luego comenzó un forcejeo entre los árboles orinados. Sus tacos tropezaron. Se sacó los zapatos. Estaba medio ebria. Se dejó besar. Fui bruto. Hacpia tiempo que no cogía a una hembra. Y sentí sus senos recién salidos del mercado, y su sexo mordía, o eso quería imaginar. Sabía que a ella le gustaba el sexo. Le decían Mary de todos. Toqué un seno. Era suave, duro, vigoroso. Ella intentó zafarse. - Déjame mierda, qué te has crido apestoso de mierda Pero era tarde. Le metí la lengua entre sus labios. No pudo resistir. Estaba ardiendo de deseo. Ella misma buscó con sus manos mi pene y lo apachurró como si fuese un objeto para destrozar. Bajamos a la playa. Entonces la penetré. Mary gritaba. - Cáchame papi, papi, papi, cáchame, hazme tuya, mira como me tienes. Eyaculé. No discurrieron más de dos minutos cuando alguien nos dijo con voz áspera. - ¡Qué hacen! Un tombo. - Nos besamos. ¿Esta mal?- dije al poli. - Han estado fornicando en la calle - Usted nos ha estado observando- Reclamé. Mala jugada. Apareció otro policía. - ¡A ver documentos! Tuve que dárselos. Este policía me llamó unos metros. Yo no quería dejar sola a Mary. Pero no tuve más remedio. En eso escucho un grito. Mary le cogía a cachetadas al policía. - ¡Maldito cholo asqueroso¡ No ,. No hagas eso, pensé. Recordé que estaba con cocaína en la billetera. El policía la abofeteó. Mary lloró. Yo me fui encima del policía. Mal hecho, me golpeó con su cachiporra. - ¡Me ha tocado abajo sucio policía de mierda! - Mátame concha de tu madre o pelea, sácate el uniforme!- Grité. Mary gritó. - Te cagaste Canchán. Mi tío es el general Alzamora. Te cagaste cholo de mierda. La agresividad de Mery Luz me asombró. Parecía tener mucho más calle de lo que aparentaban sus buenos modales. Los dos policía ordenaron. -Suban al auto- Entonces le recordé al tombo concha su madre que yo serví en el Ejército. Que por imbéciles como eran, en Ayacucho los mataban, degollaban, hacían picadillo a sus colegas y que por mucho menos eran puestos en la mira de los tucos. Le recordé que tenían suerte de hacer ronda por Barranco, que era un barrio tranquilo, unos de los pocos del Perú, pero que no se confíen, que si los llevaban detenidos sería por gusto pues ella no iría a callar hasta mandarlos a la zona. O solo les quedaba matarlos, o reducirlos. Y faltaban doscientos metros para subir hasta la calle donde estaba el auto patrullero. Varios fumones aparecieron. En verdad eran muchos. Unos veinte por lo menos. Los policías sacaron sus armas. Estaban paranóicos. Sendero solía estallar bombas con anfo en las comisarías. Esa verdad ya estaba en el inconsciente de estos policías. Muchos de sus compañeros murieron con el cráneo despedazado. Entonces fueron bajando el tono, a excepción de sus armas desenfundadas. - Ya váyanse- dijo de mala gana el policía grandote. - Concha tu madre cholo de mierda- dijo la muchacha. Subimos por el gras, sucios, humillados, el efecto de la cocaína había pasado. El taxi fue por Miraflores, calle Borgoño, sexta casa. Mary Luz dijo. Esta es mi casa. Era una residencia descuidada. Tenía una buganvilla demasiado crecida que coronaba desordenaba la muralla. El timbre estaba roto. Sin duda era una familia en decadencia que ya no podía mantener las apariencias. Comprendí por qué no quería que los impolutos la traigan a su casa. Su modo de ser aceptada era regalando sexo. - No sé porque mi papá conserva este auto tan viejo- se excusó. Yo sabía la verdad. Estaban quebrados. Me quedé callado. - ¿Qué hace tu papá- Me preguntó. - Es contador- Confesé. Pero mentí un poco- Vive de alquilar varias casas. - Mi papá quiere que sea odontóloga. Odia a mi vieja. Por eso es que yo salía a la calle. Antes era una perdida. - ¿Por qué? - Allá –señaló- paraban los Calígula. Me buscaban. Nos íbamos a juerguear. Se levantaban a viejos y viejas con plata. Pero es ya pasó. Lo mataron al enamorado de Lucila, una prima. Traficaba. Y era malo. Vendían coca en grupos de gente ficha. Mary se despidió con un beso en la mejilla. Eran las cuatro de la madrugada. Sin dinero tuve que caminar. ¿Te das cuenta el lomo que has cenado? Grité. No pude dejar de pensar en ella. Supuse que ella se había regenerado. Mentira. Ella me eligió porque sintió alguna empatía, algo indescifrable pero que le dio confianza. Pero reflexioné y pensé en los estúpidos que fueron los Calígula para morir y caer en prisión. Unos narcos de tercera.

CRAPULA / CAPITULO XVII / EL TIRO DE GRACIA

No la amaba pero estaba decidido a pasar junto a ella el resto de mis días. Definitivamente no amaba la idea de ser odontólogo. Me daban asco las bocas, la sangre que manaban, las suciedades amarillentas y negruras que encontraba. Renato Ross, juvenil actor de teatro tenía un mundo a sus pies. Igual, todas las muelas picadas. Sin dinero en el bolsillo rogó a Matías Fort, vago general, cocainómano y futuro gerente de la clínica Arzobispo Teste, una profilaxis y curada de caries. Fort le juró que a nadie se lo diría. Mentira. A todos nos contó la vida dental del actor. - Apesta como mierda. Creo que come pezuña de burro- Dijo en voz alta. Me parecía que ser odontólogo era mejor que ser maestro. La gente se impresiona cuando te ven de blanco. La verdad es que yo no quería ser profesor y vestir guayaberas cubanas ni estar en el Sutep, tampoco tener una casita pobre en el cono norte, y por supuesto jamás irme al Perú de adentro para enseñar a niños sin futuro. No. Ser un Mister Anybody que toma su micro en Arenales no era mi verdad. Pero la verdad es que cuidando perros ya empezaba a sentirme obsoleto. Ya no había con quien vagar en las calles. Casi todos mis amigos fueron domesticados por el hambre, el sexo y el qué dirán. Noté que me miraban con lástima, como si no valiese nada. Incluso me dijeron unos amigos que yo era medio gitano. Sentí en ese calificativo desprecio. Pero no tenía valor de ser artista y ponerme a pintar los océanos. Era obvio que no daba dinero. Pero sentí que estaban siendo hostiles conmigo sin que yo les hubiese agredido antes. Yo era la imposibilidad, ellos la elección. Así se presentaban. Entonces comencé a despreciarlos también. Uno a uno, como si fuesen vidas frustradas, simples, sin anhelos. Pero era inútil perder el tiempo en decirles que lo que ellos hacían era insuficiente para vivir, pues no entendía que si para mí la vida era hacer cualquier cosa pero con emoción, para ellos no era necesario cumbres emotivas. Ellos ya no tenían chispa en los ojos y solo querían triunfar en la vida, no más beber en los parques o buscar islas legendarias, sino ir a una peña y normalizarse. Es que eran normales. Para la mayoría triunfar en la vida era tener un empleo seguro sin importar lo que dicte el corazón. Por el contrario, los pocos vagos radicales que quedaron se convirtieron en borrachos indecisos, billaristas o entes sin otra cosa en la cabeza que un lamento criollo. Los impolutos representaban el futuro y eran vistos por otros con una rara mezcla de resentimiento, respeto y complicidad. Ellos sabían actuar en un mundo mierda. Daban sobornos a los profesores a cambio de mejorar calificaciones y buscaban las emociones fuertes, sea en la coca, los autos y el dinero que les propiciaban sus padres. Eran prepotentes y cínicos, iban a las discotecas de moda, y paseaban en autos convertibles que solo eran vistos de vez en cuando. Estaban acostumbrados a que todos actúen como sirvientes de ellos. Un día el chino Nakamura invitó al profesor Sanhuamán a tomar unas cervecitas. Este, padre de familia, domiciliado en Progreso reía entre sus alumnos. De pronto Nakamura se acerca al oído de este le dice. - Profe, gracias por habernos acompañado con estas cervecitas- y le estira la mano. San Huamán, sin importarle mucho el desprecio, tomó sus papeles y medio borrachito se fue caminando. Cuando vi esto supe que vivir en un barrio pobre podía hacer que me discriminen. Los impolutos residían en zonas de gente de plata. Yo por eso mentí mi verdadera dirección. - ¿Dónde es tu casa Betiño?- Preguntó Matías Fort. - En La Molina, allí alquilo un departamento con varios amigos- Mentí. - Te dejo. Sin saber decir no, subí al auto camaro, rojo. Aún no había confianza. Me bajé cerca del colegio Alpamayo, diciendo que era contar el tráfico, y caminé unos metros. Luego di media vuelta, me aseguré que Matías se haya ido, y busqué un micro para hacer la conexión en Alfonso Ugarte con Venezuela. Pero la mentira sirvió para que me invitaran a un rodeo a disfrutar de las peleas de Gallos. No había nada más aburrido en el mundo, pero noté que unos chicos, hijos de cafetaleros de provincia eran los que gastaban más en la sanguinaria lucha. Los hijos de cafetaleros sabían que sus padres exportaban millones, y eran caciques en sus pueblos. Se juntaban entre ellos, y hacían carreras de autos en Javier Prado. Su dinero era ostentado con grosería y tenían esa calma en la mirada que solo pueden tener los que tienen un colchón y una vida asegurada. Hasta sus movimientos eran finos, pequeños reyezuelos en pueblos sin asfalto, donde se paseaban con sombrero y formaban la sociedad de la zona. A todos miraba con algo de asco, eran tan superficiales que dolía su modo ajeno de ver las cosas. No entendía el sacrificio que hacían de esos plumíferos que se daban a cuchillazos mientras se pasaban las latas de cerveza. Subimos en los autos y alguien propuso ir a Barranco, un encantador barrio lleno de restaurantes, pubs y otros sitios para juerguear. Entramos en La Estación, un restaurante de baldosas rojas, muy bonito. Cantaba la chica Freundt. Me sorprendió que a ellos les guste la música criolla, yo la odiaba. Pero por fea. Eran snobs. No sé porqué fuimos a ver a esa tonta. En eso noté que mi compañero Mirko agonizaba de aburrimiento como yo. - Una mierda esa música- Dijo. - ¿No?- Afirmé. - Vámonos de acá- sugirió. Y nos levantamos de nuestros asientos. Cuando pen´se que salía, viró y entró al baño. Lo seguí. Me miró y sin decir nada saco su billetera. De una ranura salió un tamalcito. Lo abrió y el brillo me gustó. Sacó una tarjeta y recogió una pequeña montaña. Aspiró dos pequeñas dosis. Luego me tocó. No dije que no. - Dámelo. No te lo acabes- Me dijo Mirko. Le entregué el paco. - Usted había sido bravo con esa carita de huevón-Comentó mientras cuidadosamente rearmaba el paco- Yo me reí sin demostrar nada. - Vamos, límpiate la ñata. - Se van a dar cuenta- Opiné. - Me lo van a pedir y tienen trompa de elefante. Además mejor que no nos vea Larrañaga. - ¿Por qué? - Es correcto- Eso quería decir que no consumía. De hecho Agustín Larrañaga Meckler era un modelo de estudiante. Limpio, puntual, y serio tenía una prometedora carrera. El sí ingresó a la universidad por la vía legal. Sus padres eran acomodados vecinos de Miraflores, y su departamento de José Gonzales era tan gracioso como las flores que adornaban el jardín de entrada. Su madre era una encantadora mujer que te hacía sentar a la hora del lonche y analizaba mientras servía el café con leche. Larrañaga solía estar con los impolutos por un tema de clase. Mirko se reía de este. Y debido a su aspecto desgarbado era conocido como “agua sucia”. Medianamente adinerado, hablaba mucho de los deportes acuáticos. Solía introducirse en reuniones de alta clase y era un comprador profesional de zapatillas de segunda mano, eso si, de marca. Salimos del baño y nuevamente nos golpeó el rumor de la gente. En la mesa todos reían. Estaba incómodo con esa estupidez de tomar cerveza en jarras. Siempre me gustaron los lugares cucarachezcos donde las botellas se sirven de mala gana, pero son grandes. Al sentarnos Larrañaga nos miró y rió irónicamente. Luego vi Mirko que le pasó el paco por debajo de la mesa. ¿No es que no aplicaba? Pero paralelamente empecé sentirme potente. Los hechos fluían con más naturalidad. La seguridad me inundó y conversé con mucho tino. No sabía que así era un tiro. Mary Luz, de frente amplia y cabellos negros, cruzaba las piernas. Me exitaba su cara aburrida. Pero al reír era lindísima. Estaba sin sostén. Se notaban sus pezones. Claro, poderoso y diáfano, no me importaba que se diese cuenta que la miraba. Eso era ser audaz. Mary se dio cuenta de mi cambio y sonrió coquetamente. Yo no supe asimilar este hecho y decidí mirar a otro lado. Pero como el efecto de la coca seguía en aumento estaba seguro que mi posición era la correcta. Así es que pasaron las horas hasta que decidimos irnos todos. Mary Luz no vino en auto y Mirko la abrazó diciendo que la llevaba en taxi. Pero se me acercó y tomó el brazo. -Tú eres un perro en celo- Le dijo. Mirko le miraba el cuerpazo mordiéndose los labios. Yo que estaba muy despierto dije. -Taxi.

jueves, 8 de marzo de 2012

CRAPULA CAPITULO XV LOS RESERVISTAS DE ESPERANZA Y LEUZEMIA

Encontré una estampita de Santa Teresita debajo de mi puerta. No sé por qué la guardé en mi billetera. Normalmente no sé. Iba rumbo a la universidad. Ya me acostumbré a su fealdad. Pero no me importaba la pésima infraestructura de la facultad. Mi vida estaba en lo estéticamente valorado como feo. Mucho en Lima es un mundo feo. No es diferente en otras partes del mundo. Laos no es tan agradable. Tampoco ciertos suburbios de Sao Paulo. Inclusive, en las afueras de Freiburg, al sur de Alemania uno se tropieza con la desarmonía y ocredad. Por eso es que era conformista como Lima de sus fachadas descuidadas. Tampoco me afectaban los constantes cierres intempestivos de clases. Tampoco me afectaba la falta de libros. Yo quería solo un título universitario. Siempre tuve la idea de que con un título todo era posible. Los primeros años me fue bastante bien. Llegaba puntual a clases y no dejaba de preguntar detalles a los catedráticos. Les respetaba. Nada de trampas ni actitudes ominosas, por supuesto. Seguía siendo el chico humilde y armonioso. Pensaba mucho en mis padres y en que había solución al problema de país. Organizaba grupos de estudios fomentados por ingenuos estudiantes que pensábamos que ese era el camino en un país rumbo al abismo. La Rand Corporation diagnosticó que Perú se partía en cuatro. Sin embargo algunos preservaban la ilusión. Eran un tipo de enfermos que me agradaban. Me agradaba el grupo Leuzemia, cuyo talento superior al de muchos nunca alzaría vuelo por ser demasiado sucio, lo cual es un decir. No sabíamos que eran los guardianes de la esperanza. Y entre ellos estaba Huxley. Pese a todo a sus ideas contrarias a las mías, a que era un ilusionista ilusionado, congenié mucho con Huxley. Creo que me admiraba un poco. El hijo de inmigrantes de la los Andes que invadieron un terreno en Comas. Yo estaba seguro de que él siempre fue un muchacho esforzado. Se reía poco, era conservador y no estaba dispuesto a levantar el manto que cubrían sus límites. Anhelaba un país mejor. Huxley tenía el mérito de poseer una facilidad copista, es decir, una memoria bárbara para retener los complicados nombres de cada una de las partes del cuerpo humano. Sed ganadora veía en sus ojos encendidos de ambición. Pero esta mirada inteligente tenía a la vez reservados fulgores de odio, menosprecio y envidia, los cuales se asomaban nítidamente al ver pasar a otros compañeros que habían tenido menos dificultades en la vida, y a quienes bautizamos como los impolutos. Eran los ricachones de la escuela que entraron como yo: pagando. Mientras ellos lo decían en voz alta, yo lo negaba. Tenían buen vestir, tono y gesto afirmativos, y ninguna referencia diaria de lo que acontecía en el país. Huxley se sintió traicionado cuando me vio con los impolutos. Eran interesados. Tomaban los mejores frutos del campo y yo vendía una buena imagen de estudioso. Supongo que me eligieron por racistas, por que como a ellos me interesaba un bledo el país, la facultad. Supuse que la pobreza, el terrorismo y la idea torcida que llevábamos dentro no nos permitía sino cerrar las puertas y ventanas de casa. Y esto implicaba separar a los posibles terroristas o justicieros sociales. Huxley era uno de ellos.

lunes, 5 de marzo de 2012

CRAPULA CAPITULO XVI / LA MOÑA

El ombligo es la primera herida que olvidamos. El rector, cuyo nombre lo olvidé, pero que le decían “el zambo Cavero” pesaba al menos cien kilos y era un hombre de aspecto desagradable. Normalmente la pasaba en cocteles y no se le notaba trabajador. Lógicamente, nunca hizo nada por mejorar el gallinero. Llegó a rector como reconocimiento del gobierno a sus servicios. Fue jefe de una brigada de matones y decían que era el rey de la pedorreta. Es decir, que sus flatulencias eran de semejante densidad y volumen que podían impregnarse en la madera de los muebles. Eran pedos que abrazaban. La universidad fue bastión político del partido que estaba en el poder. Sus profesores, hoy ministros de estado y congresistas, se fueron a gobernar por sueldos mejores. La universidad ya no servía para nada. Y “el zambo cavero” sabía bastante del negocio de la basura. Fue concejal metropolitano en este rubro. En este caso, tenía todo un plan para obtener millones de la universidad. Primero, controlando el poder. Para eso llevó a sus angelitos como dirigentes. Así nació La Moña. Todos analfabetos que el mismo rector entrenaba como matones del partido. Estos fueron convertidos de la noche a la mañana en estudiantes. La Moña lucraba de todo lado. De la venta de ingresos o títulos profesionales fraudulentos, de las donaciones, de las partidas gubernamentales. Todo ese dinero terminaba en putas, cocaína. El enemigo del “zambo cavero” era Mario Tulio Vera Tudela. Este, mucho más astuto, compró a sus secuaces, les llevó a disfrutar de la lujuria a La Nené, filtró algunos robos de l Zzambo a los diarios, y así un día le arrebató el poder. La Moña se hizo más fuerte. El Zambo Cavero huyó a España con cien mil dólares y allá abrió un restaurant para peruanos. Marco Tulio miraba más en grande sus robos. Un día una fuerte donación de materiales de construcción fue brindada por el gobierno. La idea era mejorar la infraestructura de la universidad. - Que hacemos- dijo Vera Tudela a Rodrigo. - Hay que hacer que parezca que se robaron los materiales. 120 toneladas de fierro valen. Por ese entonces había una crisis en la construcción. Los materiales de construcción, entre ellos el fierro, eran escasos y lo poco que se ofrecía en el mercado era excesivamente caro. La donación provenía de la siderúrgica del Estado. Un día la carga de material fue enviada a Lima. Pero no se sabe que pasó en el camino y la carga nunca llegó. - Nos han robado en el camino!- denunció el jefe de choferes, primo de Rodrigo. - La policía que no se tragó el cuento ordenó su detención. A la mañana, Rodrigo fue donde Marco Tulio a reclamar. - Oye esto no estaba planeado. Mi primo está encarcelado por tu culpa. - No te preocupes- dijo Vera Tudela- Tenemos comprador. - ¿Quién? - Una institución del estado. ENCI. Necesito que alguien abra un negocio en Tacora. Y así limpiamos la carga. Debe ser empresa legal. Entonces se hará la oferta pública de compra. Y ganará la oferta de la empresa. - ¿Quién será el gerente de la empresa? No puedo ser yo. Me relacionarían. - Jorge. Jorge Castel, amigo del presidente, era un mujeriego terminal. Teníaa seis hijos en cuatro mujeres, lo cual le exigía mayores ganancias. Traficó fierro, cemento, azúcar, leche, eso sí, en nombre del partido, y veinte años después, cuando llegó a ser presidente del Consejo de Ministros, ya era un mafioso profesional que iba a hoteles cinco estrellas a negociar concesiones petroleras, mineras o adjudicaciones de miles de hectáreas de tierras para el negocio de los biocombustibles. Una jollita. El negocio se hizo. Con el dinero obtenido, pagaron a las autoridades judiciales, quienes adujeron que por falta de pruebas concedían la libertad al acusado y todos fueron felices. Con el tiempo, las ventas de fierro de construcción mejoraron. Es que al loco del presidente se le ocurrió construir un tren elevado para el transporte de Lima. - Jorge le aconsejó al presidente que tenga cuidado en esto. Y esto fue lo que respondió. - Contratemos al gordito coquero, sacamos un diario, allí reclutamos a todos los rojos de mierda, que ya sabes que les das un poco de plata y actúan como si fueran feromonas, y ya. Vas a ver como se quedan callados. Les gusta escribir sus poemas, sus cojudeces. Además hagamos algo. Traigamos a Silvio Rodríguez y al negro a cantar. Vas a ver cómo nos metemos al bolsillo a los rojos. Efectivamente. El circo estuvo listo. El gobierno sobornó a todos. Regaló papel a los periódicos, perdonó sus deudas a los canales de televisión. El camino estaba libre. Pero esta vez el negocio del fierro era tan grande, que Marco Tulio fue llamado por Jorge para limar algunos detalles. La cita fue en Barranco. Allí supo que con quien negociaría sería con la mafia italiana la cual iba a financiar la construcción del metro. El sacrificio sería por el partido.

CRAPULA CAPITULO XIV / PERU, NO CUENTES CONMIGO

El local universitario no era gran cosa. Casi todo era un gran patio. Parecía que en su anterior vida fue un granero. En uno de los graneros estaba la clínica de prácticas odontológicas. En el otro, el salón de prácticas de anatomía. Me detuve para ojear este ambiente separado en varios por madera triplay, vie en uno, el más grande, una mesa larga entre dos angostas piscinas de cemento. Al asomarme sentí un olor amoniacal, penetrante y asqueroso. Descubrí, flotando en formol, tres brazos humanos, dos cabezas peludas y algo así como un torso humano. Una de las cabezas tenía un gesto alegre en su rostro. La otra, inconfundible maldad andina. Al principio el granero me daba miedo, pero después solo asco. Como yo tenía mucho estómago para soportar a los vivos, pensé que no me sería muy difícil estar cerca a los muertos. Estos solo apestaban. Humberto y Roxano les llamaban en tono de broma. Ya nada se podía desmenuzar de aquellos cadáveres. Estaban para el tacho. El gallinero estaba separado por tablones de los salones de clases. Antes había más gallineros pero uno se cayó durante un temblor matando a dos estudiantes. Allí estaban construyendo un pabellón que fue usado por el gobierno como aviso publicitario de la supuesta modernización de la educación. La Rata había simpatizado mucho conmigo. El antes estudiaba para profesor pero viendo que como maestro no tenía futuro, se matriculó para ser odontólogo. Me trataba como si fuéramos miembros de una misma mafia. Él, el corrompido, yo, el corrupto. O viceversa. Constantemente me buscaba en el patio. Mis gestos eran de desagrado. Era vox populi que la Rata era el alumno más antiguo de la universidad pasando por ingeniería pesquera, contabilidad, educación y, finalmente, odontología. La Rata llevaba 17 años en la universidad. Huesitos, otro del partido era un asesino del sub grupo Ramón Castilla Tueros. Ex guardaespaldas y hombre fiel del fundador del partido. Don Ramón Matarazo, Huesitos era solitario, sombrío, nunca se reía. La compañía de la Rata me hacía mala fama, pero era imposible expectorarlo. El me había ayudado a ingresar, lo cual me convertía en una suerte de socio o hermano del mal. Además supe que la Rata era cuadro del MRTA, brazo terrorista de ciertos sectores radicales del partido de gobierno. Además, me enetré que tenía una mujer, a quien nadie conocía, era quien propiamente traficaba las plazas universitarias. Se decía que la Rata una vez dinamitó un local universitario, y que siempre portaba un cartucho de dinamita en el cuerpo, lo que estaba por verse. Pero por más que trataba de alejarme de la Rata, este se me pegaba, parecía un moco, y siempre terminábamos hablando los dos en el patio central, y finalmente, en alguna cantina cucarachezca. La Rata me escudriñaba con sus ojillos falsos, maliciosos, cómplices. Yo le respondía descorteses sís y claros, pero reconozco que a veces me divertía. Un día le dijo al jefe de la Moña, Rodrigo, que yo era "chévere” y que me trataba de un compañero del partido de la base de Breña". Tener a la Rata de aliado se tradujo en cada vez mejores notas. El partido protegía a sus profesionales. En compensación debía participar haciendo cadenetas y pancartas para apoyar a diversos grupos políticos universitarios en campaña. Estar en el poder significaba muchos negocios. Primero, manejar la venta de plazas, vender plazas de catedráticos, fuera de comisiones por toneladas de compras de papel, tinta, cemento o ladrillos. Rodrigo andaba demasiado ocupado en perennizarse en el cargo de Secretario General del Centro Federado y para este fin solía organizar fiestas y actos conmemorativos totalmente divorciados de una preocupación académica. Solían interrumpirse las clases con el estallido de un petardo antes de una tremenda fiesta con parlantes que eran usados en los mítines políticos. Era clásica esa voz anunciando de repente que se suspendían las clases y que se iniciaba la fiesta. . Condenado a seguir pagando mi ingreso fraudulento, me volví político a la fuerza. Iba a cuanta conmemoración partidaria me convocaban. Recorría ambientes cargados de chatarra humana que bebía, orinaba, defecaba, bailaba salsa especialmente, y que remataba la noche con rameras que llevaban a follar al Centro Federado. El portero, un negro con guayabera cubana, nos abría la universidad a media noche. Ya me estaba hartando la farsa de ser uno más de ese partido del que decían que, pese a su intolerancia a los opositores, era sorprendentemente al más tolerante a la homosexualidad. No era peor que otros partidos. Un día me encontraba comiendo un budín en la cafetería cuando se me acercó el estudiante comunista, Huxley Aquice. El siempre intrigaba contra el partido. Me dijo abiertamente. - Estos son unos concha su madre ¿No?- No me gustó ese ¿No? Me comprometía. Callé. Pero Huxley intento una vez más. - Han cagado a Porito. Lo han fregado por que buscaba elecciones nuevas. Romper con el fraude. Lo rodearon entre diez. El, en medio, recibió correazos. Luego lo subieron arriba. Le arrojaron del segundo piso y le han roto el fémur. Un día les llegará la hora y serán perseguidos, se descubrirá sus robos, sus asesinatos, la podredumbre que son para este país. Huxley se quejaba del sistema, pero era de una facción que pretendía mostrarse como honesta del partido de gobierno. Este solía andar con el cojo Zegarra en todo lados. Una vez lo vi volanteando unos flyers pidiendo elecciones ya. Era el enemigo más peligroso de La Moña. Pero por qué este odio a la Moña. - Porque es digno, decente- Le defendió Huxley. - ¡Ja!. Debe ser medio cojudo o bien ambicioso. Quiere la suya- opiné. - No te culpo por pensar así. - Y tu quien eres para culparme. A mí no me importa lo que haga la Moña- Le dije. Huxley me miró con desaprobación y había en su expresión algo de sabiduría. La conversación dejó una huella en mí. Un remordimiento que era contraproducente. Y a mí mismo me dije. No estás en la universidad para hacer política y menos para andar entre menesterosos. Así que decidí un plan de alejamiento de la Moña.

sábado, 3 de marzo de 2012

CRAPULA/ CAPITULO XIII / LA PUREZA DEL ODIO

Escribí a mis padres comunicando el acontecimiento. A los pocos días recibí la respuesta fue un telegrama muy entusiasta. "Te queremos" decía al final. Estar lejos de ellos mejoraba nuestra relación. También me felicitó Don Oscar. Su mujer, Marina, pese a su nítida vulgaridad, me propiciaba un raro cariño. Me confesó que rezó, con velita misionera incluida, para que todo me vaya bien. Le agradecí sinceramente. Sus ojos grandes de puta jubilada me miraron tiernamente, con vidriosa esperanza. Pero había, además, algo indescriptible e inquietante. Marina miraba todas las noches a los hombres. Los seducía para que pasen a sus cuartos. Les tocaba el pene. Seguramente les provocaba mostrando su trasero, no dudo que bellísimo. Eran sus mejores tiempos. - Vente a comer en la noche- Me invitó. Estaba decidida a ser buena conmigo. ¿Por qué? Yo llegué a entender a esos tíos. Puede que les diera pena. Ya en la mitad de la cena don Oscar hablo de la vida. - Fui un padre irresponsable. Y un día llegue a casa. Mi mujer y mis hijos se fueron a estados Unidos. Se supone que yo debía ir. Pero era un decir. ¿Qué iba a hacer allá? No necesitaba fregar platos. Los chicos crecieron, no podían volver por el tema de la visa. Sé que hoy ganan muy bien. Marina no habló de sus heridas. Cenamos pollo al horno con puré de papas y arvejas en salsa de tomate. Eran sorprendentes los modales refinados de don Oscar. Comía con mucha educación. Colocaba la servilleta en sus rodillas y era muy diestro con los cubiertos. Además sacó un vino bastante bueno, según me explicó. Mantenía el ritmo adecuado entre comer y conversar. Disfrutaba de su socialidad. Pese a la humildad del departamento uno se sentía en un ambiente limpio y hogareño. Don Oscar se limpió los labios con la servilleta que todo el tiempo mantuvo sobre sus las rodillas y miró el techo como buscando allí las palabras. - Aplástalos - A quienes- Pregunté - A todos. Marina lo miró reprobando sus expresiones y se levantó a lavar los platos. Llegó con el postre que era arroz con leche. Al terminar, Marina sacó de la cocina una bandeja y regó el patio con agua de ruda. Así nos acompañaría la suerte. Dos Oscar ya se bebió dos botellas de vino y habló. - Lima esta jodida. Supervivimos como las cucarachas. No tenemos nada. Ya nadie usa cuchillo ni tenedor. Te dan un codazo al andar y no puedes hacer nada. Pero eso no es nada. El otro día estaban felices los chicos en una kermesse en un club de Chosica. Jugaban futbol, comían picarones, cazaban mariposas. En eso una polvareda. Una camioneta irrumpe y bajan de ella seis tipos con metralletas. Van a la caja y toman todo lo recaudado por la venta del día. Estaban muy nerviosos y en eso ven oculta a una dama debajo de un escritorio. Uno de ellos al verla sabe Dios que creyeron y la mataron. Era la profesora de esos chicos. Diagnóstico. Una bala en la cabeza. Esa gente asesina no merece juicio, merece morir, algunas veces no es posible el perdón, yo apoyo la pena de muerte. - Oscar. Maldad hay en todos lados- comentó la negra que volvió a la mesa - ¿Y yo que culpa tengo de eso? O sea que hay en todos lados o no saben lo que hacen van a matarme? Derechos humanos. ¡Ja! A ver pregúntale a los hijos de Raquel. Era una madre de la joven. Asesinada por Sendero por que pasaba por el banco. Estalló el coche bomba y ya. Y para colmo, a mí que me niegan la visa para ir a Estados Unidos, me separan de mi familia y tanta mierda, En cambio, terrucos rejijunas pipistrélicos de mierda la puta que los parió si les dan visa para Suiza Bélgica y desde allá sacarnos la lengua como luchadores sociales. Suizos imbéciles. Ya verás cómo serían si les cae un atentado terrorista. - Oscar haz tomado mucho. - Que tomado mucho ni mierda. Igual los cabros. Piden igualdad, solidaridad, identidad y género y otras cojudeces que ni en estados Unidos existen. Allá la gente se hace la cojuda. Nadie los pasa. Y acá si son lo máximo. Te malogran a los chicos. Como no tienen burdel de cabros, imagínate. Se enamoran de un chiquillo. Los padres están trabajando. A la mierda. Los cagan. Beto. No confieses tu culpa jamás. Jamás. Si alguien intentara minimizarte, contagiarte su enfermedad, su engaño, son falsos amigos. No muestres tus flancos débiles, jamás. Si estás feliz, no lo demuestres, si estás triste, muéstrate feliz. Si eres rico, finge ser pobre. Entra a triunfar pero que nadie se de cuenta sino te sacan de entrada. Aprende a educar la mirada, a imitar la estrategia de tu contrincante. Sorpresa dirás. No creas que esos terrucos valen más que conocer de cerca la muerte. Sendero y toda la guerra se acabará. Son filisteos, no edificaran nada, son un invento genético. No importa lo que pase allá en la sierra. No hay ni habrá jamás justicia. Hay que ser duro. Los mataremos a todos. - ¡Oscar! - Ya negra. ¡Fusiles y morteros no servirán de nada! Si roban madera del bosque, asaltaran a caminantes, si incendiaran un caserío, será inútil. Serán perseguidos. Si no habla el dirigente lo hará el hermano, la novia, se les ofrecerá dinero, lo que quieran, pero todo vale. Todo. Acá de lo que se trata es de salvar el Estado. Terminar como todos para seguir esta unión divina. Peruanos. Religión es religare. La verdadera violencia es lo que uno piensa creo que dijo Henmiway . - ¿Sabes quechua? - No. Entonces no sabes cuantas al día te maldice el tendero - ¿El cholo Sergio? - ¿No sabes? - El cholo Sergio odia a todo el mundo. Es veneno químicamente puro, un senderista de corazón. No lo dice pero lo es. ¿Y sabes por qué te digo esto? Porque vino de Ayacucho. Forrado de plata. Robó el patrimonio de una familia para la que trabajaba desde niño. Una madrugada Sendero tomó la estancia. Sergio, que estaba en la casa, fue tomado por los terroristas. ¿Dónde están? Le preguntaron. Allá está, ese es, respondió señalando al patrón. El patrón, sorprendido de la traición, miró a Sergio con pena, desconcierto, odio tal vez. Le crió como a un hijo, aunque en verdad no le iba a poner a la misma escuela que a sus hijos. Los senderistas se acercaron a Sergio y ordenaron "es tuyo". Sergio tomó el cuchillo. Se aproximó a su patrón. Le pateó los huevos y luego le cortó el cuello como a una gallina. La mujer se acercó y delante de su familia le arrancó los testículos. Sergio los cogió sonriente imitando el movimientos que hacía cada vez que hacía sonar las campanas para que los chicos vengan a almorzar. Los chicos lloraban. Los mataron. Luego los terrucos tomaron el pueblo y a voz viva dieron lecciones de marxismo. Todo era en quechua. Luego fueron a la casa del alcalde. Era de Patria Roja. Estaba organizando a las rondas campesinas. Pero cayó en manos de los terrucos. El pueblo fue ordenado en fila mientras observaba cómo era pateado. Entonces un senderista gritó ¿A este ladrón que es soplón le perdonamos la vida? Y Sergio gritó ¡que lo maten, que lo maten¨! Todo el pueblo dijo ¡que o maten! Tras la matanza hubo fiesta. Luego Sendero eligió a los más jóvenes, Sergio entre ellos. - Y así entro a Sendero. Fue tomado de prueba. Tres meses para empezar. Luego dijo que deseaba trabajar en Lima. Es decir, vigilar. Nos vigila a todos. Para eso puso su tienda, vende helados y detergentes, pero en verdad observa. Cumple un fin. Es un punto de enlace. Sé que allá llegan mensajes. He visto muchos tipos con ese brillito de odio en la mirada. Llegan, toman cerveza en su bodega. Yo voy a cagarlo. - Cállate Oscar- Dijo la negra. - No jodas negra. Toda la noche con la misma... - ¿Y cómos saves?- preguntó. - Una noche lo escuché de su propia boca- estaba borracho discutiendo con sus amigos. Cantaba Flor de Retama. Lloraba. Pólvora y dinamita era el coro. - Seguro estabas borracho-dijo Marina. - Oscar no seas cruel- Habla Marina. - Calla negra. ¿Haz visto cómo corta el pollo? Obsérvalo. - Tas borracho. - Malagradecida. Por que no eres senderista si eres esclava. Te recogí del piso cuando te sacaron del burdel. - Mejor me hubieses dejado. - Te volviste vieja, no servías. - Eso crees. Hay muchos que aún extrañan mis golo golo. Solo vine por que era tiempo de cambiar de vida. - Cambiar de vida Gisela, perdón Marina. Todos saben que fuiste puta. Hasta papa Trelles fue tu cliente. - ¡Calla maricón! ¡Trabaja! - Por eso la quiero a esta negra- me dijo Oscar. -Nos reímos. Nos reímos todos y continuamos la cena. A cada sorbo que bebía Marina miraba con desconfianza a Don Oscar.

viernes, 2 de marzo de 2012

CRAPULA CAPITULO XII / ¡JA!

Sabiendo que tenía comprado el ingreso a la universidad, solo me quedaba estar relajado, aunque no tanto, ya que movía el dedo del pie. Ocupé el tiempo observando detalles. ¿Qué diferencia hay entre la gente y los otros objetos visibles si todos son líneas? Estampida de preguntas me venían. Maldita Lima. Todos buscando donde ganar. Ya estaban los vendedores de lápices, tarjadores y borradores. En Lima cada vez que sucede una concentración humana aparecen esos sujetos de bolsillo vendiendo todo tipo de chucherías. Cuando vino el Papa vi a un chico vendiendo vinchas que decías Tootus Tuus. El Papa se presentó en las afueras del hipódromo. Ea muy rosado y lo vi en su papa móvil. Fue emocionante verlo como en las estampitas. Tenía el poder de concentrar a miles. Y no cantaba. Hablaba dramáticamente, pedía compasión desde lo alto. Era un día de sol, extenso, sin nubes. Nunca vi algo tan blanco en un mundo tan gris. ¿Lapicero amigo? Me ofrecieron unos ojos ladinos, un tipo en chomba, rápido, madrugador, con las cosas claras. El tipo vivía seguramente en apuros. Estaba acostumbrado a sobrevivir. Bajo ese cielo acerado, muy distinto al medio día cuando vi al Papa, todos se veían amarillos verdosos. - Ya tengo el mío - Le dije. Su insistencia me infundió desconfianza. Me interrumpía. Es la historia de los vendedores. Interrumpir. Pero en el mundo todo se vende. - ¿Borrador? - No. No me mires. - Flaco ¿Borrador? - Bórrate cuarto de pollo. Se abrieron las puertas del gran local. Cuando hice mi entrada sentí un ambiente aireado y conventual. El hecho de que por cada vacante "competíamos” cien me angustiaba. Decidí fumar un cigarro. Por cada pitada de mi Winston me nacía un pensamiento acrimonioso sobre la gente. La palabra imbéciles me gustaba repetir en el pensamiento. El humo volaba hasta los altos techos del claustro lo que posiblemente incomodó a los insectos que vivían en los lejanos tragaluces. Me dieron ganas de abrir las manos como lo hacen los magos cuando hacen desaparecer las palomas y al hacerlo alguien pensaría que estaba loco. Humedecidos por la garúa los tragaluces traslucían el pálido y mate cielo de Lima. El suelo de madera crujía. Esto me daba paz. Los árboles o la madera de estos apaciguan las tormentas. Me recordaban momentos gratos, un viejo hotel de Tarma donde por un trabajo de encuestas tuve que viajar y conocí a la mujer de un policía a la que me la llevé a follar. Era de noche y recién había llovido. Ella caminaba sorteando los charcos. Hola le dije. Era tirar una moneda a la fuente de los deseos. Su figura difusa iba a contraluz de los faroles de los autos. Se detuvo y a mí el corazón. Conversamos. Supe que su marido era un policía. Estaba destacado en La Merced, en la selva. Ella miraba a los costados con temor. Pasaba poca gente, pero en un pueblo todos saben la vida de todos. Pero la noche nos protegía. Yo le dije que seguro su marido le era infiel. Que en ese mismo instante estaba empiernándose con la otra. Para suerte mía ella sospechaba esto. O lo sabía. Quien conoce a las mujeres. Odian con facilidad. La confundí con mis palabras. Le dije lo dulce que era la venganza. No sé cómo la convencí. Para más suerte estábamos a unos metros de un hostal. La empujé. Entramos y la desnudé. Le hice el amor. Una bomba de Sendero Luminoso estalló. Se fue la energía y luz. La habitación era amplia. Ella , con el cuerpo trajinado por mis manos, dejó su contorsión. Reventó en un silencioso llorar. ¡Que he hecho! Dijo. Pero sentí que yo no tenía culpa por el hecho de tener tan solo diecisiete años de edad y ella al menos veinticinco. Yo la escuché diez minutos intentando ser humano, pero por cuanto era inútil serlo por más del tiempo, qué me fui muy contento de mi hazaña. No sabía que su marido podía matarme. El olor a vetusto de la casona era agradable. Confieso que hasta disfruté un suave tufo a keroseno. Cuando terminé mi recuento de objetos, la composición nuevamente tomó sentido actual. Mi ánimo mejoró. Todo estuvo bien hasta que me encontré con unos ojos raros, curiosos y aguados. Miraban detrás de unas gafas gruesas. Eran los ojos de una muchacha anémica y competitiva que me dio una dosis mínima de terror. Me concedió una estúpida sonrisa. Yo se la devolví de inmediato. No la deseaba, pero ella de nuevo me la arrojó. Yo ya no le hice caso. Luego se me acercó. - ¿Primera vez que postulas?- Interrogó - Novena Se acercó más. - ¿Qué edad tienes? - Mil horas y no tengo un boquete en mi pantalón. - Yo era la mejor de mi promoción. Estudié en el Fanning. ¿Conoces? Queda en Jesús María. - No. No conozco. Claro que lo conocía. Mi empleada, quien ayudaba a mi mamá de niños, una paisana de veinte años, aprendía a leer en ese colegio en las clases nocturnas. Ella prosiguió su monólogo. - Cuando solicite que me exoneren del examen por ser la mejor de mi promoción me negaron ese derecho...Yo era la número uno. No sabía que decirle. Se acercaba más. Sentí su mal aliento. Me alejé. Ella no dejaba de mirarme. - Yo también fui el mejor- Le dije - ¿De qué colegio eres? - Del colegio Nuclear. - No lo conozco. - Es un colegio para chicos especiales - ¿Y eres especial? - Siempre. - ¿Porque especial? - Padezco - ¿De qué? - De hipo. Las reglas eran claras. El donde sería el examen debía ser un espacio de alta seguridad para evitar soplos y cualquier fraude que empañe una limpia competencia. Solo podían estar los postulantes y los docentes responsables del proceso de admisión. Se debía evitar infiltrados. Era un decir. No muy lejos divisé a la Rata. Me tranquilizó verlo. Al parecer estaba bendecido por la moña y no habían dudas de su influencia. Odiado por los maestros, tenía que velar por varios clientes que no le habían cancelado "el huachito". Al verme se me acercó y musitó al vuelo. - Ya estás varón. Chévere. En realidad parecía una rata. Tenía algo de asustado e iba a prisa. Caramboleaba de sala en sala como si fuese su casa. Al entrar al salón me miraban Miguel Grau y Bolognesi. Estaban manchados con bolitas secas de papel. Entró el jefe de grupo. - El examen durará tres horas y está prohibido copiar dijo. Tenía dejo serrano. Empezó la prueba. Nos entregaron tres hojas mimeografiadas llenas de acertijos indescifrables. Al menos éramos ochenta en el salón. Mientras yo empecé a hacer bolitas en un solo punto del papel. Las instrucciones eran de que no responda a ninguna interrogante. Pero en eso vi de nuevo a la muchacha de anteojos. Decidió sentarse a mi lado. - Qué quieres mierda- balbuceé. Era una computadora. No paraba de responder. Pero de rato en rato me buscaba y encontraba que no hacía nada sobre el papel. Luego continuaba. No pudo más y me dijo. - ¿Te ayudo? - No. Está todo bien. - Noooo. No escribes nada - A ti que chucha- le respondí. Con el rumor se acercó el profesor y me advirtió. - A la siguiente te anulo el examen. La prueba discurrió largamente y la muchacha no dejaba de mirarme. No pude más y me saqué el pene. Cuando me volvió a observar le hice una seña con el dedo para que vea abajo. Se encontró con mi pene. No volvió a molestar. Terminó el examen. Fui a cenar un pollo a la brasa. Al día siguiente amanecí con un pensamiento. Resultados. Había muchos que habían alcanzado un puesto. Y buscando los ingresantes a odontología encontré mi nombre. Quise gritar, pero el grito se me quedo en la garganta. Pero oh no. You again. La chica de lentes frente a mí. - No puede ser. No ingresé. Carajo. - Yo tampoco. - No mientas. Te vi saltando de alegría. - No. Unas ratas son estos. - No amiga. El carro de la vida lo conduce una rata. Ella asintió - Una rata. Eran las once del día. Caminamos, juntos, rumbo a la avenida Abancay. En la esquina del Congreso un tipo hiperactivo vendía cebiche. La gente agachada en unas bancas largas comía. Llenó una tina de lata, de esas que sxirven para bañar a los bebés con pescado y limón. Los pedazos de escamas flotaban sobre una mezcla lechosa y rosada. Los dedos sucios del hombre se metían en los platos al servir. Las moscas se sentían bien - ¿No quieres un platito?- Le dije. Luego me la cacho. En eso ella me miró extrañada. Sacó un papelito de su bolsito azul y me dio un teléfono comunal. Me propuso que nuevamente nos veamos para prepararnos e intentemos de nuevo. - Por qué no. Cuando ella subió en ese ómnibus rojo y lleno de gente rumbo a Mangomarca yo me dispuse a tomar otro en sentido contrario. Pero algo me detuvo. Volteé. La tonta me miraba. Yo giré y otro hecho me hizo sonreír. Un auto funerario estacionado en medio de la avenida Abancay se había descompuesto y ocasionaba un embotellamiento. El viejo carro había perdido el tubo de escape y un viejo desconcertado, posiblemente el funerario, trataba con su ayudante de meter en una la caja del muerto. Pensé. Aunque la muerte es puntual, a veces uno es el que no se quiere ir. Boté el papelito con el nombre de la mujer esa. Voló por la sucia calle y se detuvo en un lugar donde vendían objetos de brujería. Curanderismo puro. Esos curanderos no siempre creen en sus propios consejos pero tienen un magnetismo negativo. Subí al micro y miré a la ciudad. Por fin, lancé un poderoso "ja!".

jueves, 1 de marzo de 2012

CRAPULA CAPITULO XI / POR UN PEDAZO DE CARNE ROJA Y SANGRIENTA

Encontré en el piso el recibo de alquiler. Era bajísimo el precio. Don Jorge, el portero, me lo había pasado por debajo de la puerta. El viejo era un tipo decente y muy elocuente. Nunca robaba ni un centavo de la cuota por mantenimiento. Admiraba de él que siendo tan viejo se mostrara ágil. Su cuerpo, huesudo y cubierto por una delgada capa de pellejo, era fuerte, y por el descomunal tamaño de sus manos, deduzco que de joven debió ser albañil, estibador o carpintero. Era tuerto y se cubría el hoyo con un ojo postizo. - Ha venido un tipo a dejar este papel. - ¿Quién era? ¿Le dijo? - No lo sé. Pero era temprano y olía a alcohol Supuse que era La Rata. Al parecer esta era del tipo que después de emborracharse trata de mostrar un poco de dignidad. ¿Por qué habría venido? Cuando leí el mensaje esto fue lo que decía. No debes hablar con nadie del acuerdo. Mi teléfono es el 3457655. Es la bodega de Felipa. Solo llama si fuera necesario. Ya todo está arreglado. Estarás adentro, pero debes de dar examen de admisión como cualquier mortal. Tu código es el 098-6765. Debes de dejar en blanco el examen. ¿Entendiste? No debes escribir nada, no responder nada, no debemos dejar huellas. Tu colegio será en Barrios Altos. El tío Chambergo ya sabe. Dile que todo es OK. No le digas que fui a chupar ese día. Es pata de Armando, y se te va a cumplir. Te lo prometo. La Rata La Rata me mostró unas inesperadas muestras de precisión. Era evidente que Chambergo tenía poder. ¿Por qué el partido tendría poder en Breña? Sin duda pro que en los años 40, o 50, cuando hubo persecuciones a balazos a los apristas, muchos escapaban a Breña. Allí eran refugiados. Allí se formó la confianza. Y aparentemente ese código aún existía. Dios quiso que me mudara a ese barrio para asegurar mi destino. Encendí una vela Misionera y pedí al Santo que el fraude sea un éxito. Las dos semanas que faltaban hasta el día del examen trucado, del cual dependía mi ingreso a la universidad, pasaron entre la televisión y el deber. Mientras otros se mataban estudiando para la gran carrera, para mí el problema era otro. Cómo matar el tiempo. Entonces pensé un detalle. Cómo disimular mi inacción mientras otros estén quemando neuronas, llenando sus exámenes. Qué decir cuando los controladores vean que no escribo nada en el papel. Cuando el tiempo pasa inútilmente hay que agujerear la pared y mirar la calle del otro lado. Tal vez se llegue a ver una ventana desconocida. Tal vez una mujer casada se esté desabrochando el sostén. Tal vez uno descubra que en el fondo de su ser yace un apasionado fisgón. Mire al espejo y vi a un sujeto común. Analicé mi mirada y, por más intentos que hice, no me salió ningún comentario. Luego me hablé hipócritamente. Sí, mañana cambiará tu vida. Ese día era el esperado examen de admisión a la puta universidad. Dejaría de ser mister anybody. Pero ¿Cumpliría la mafia? Me alarmaba un poco. Mientras me abstraía trataba de olvidar viendo en la tele el show de Benny Hill. El viejito a quien Benny le reventaba huevos en la cabeza se parecía mucho a Don Jorge, aunque solo físicamente. Dudo mucho que él permitiese que alguien le reviente huevos en la cabeza. El orificio donde antes hubo un ojo decía mucho de su vida. Era cruel Benny Hill. Ver a Don Jorge cargando desde el primer piso los dos baldes con agua hasta el quinto también lo era. Recordé Trampolín a la Cana, el programa sabatino de Augusto Fregando, un tipo de quien se decía que era homosexual y que se hizo millonario regalando cocinas a kerosene a los menesterosos. (Yo soy ahora un menesteroso) El gordo de la tele nunca aparecía dos veces con una misma camisa. Benny Hill era un santo a su lado. Un día vi su programa concurso basado en un premio a quien trajera el objeto más inusitado. El tipo pedía cosas increíbles. Para empezar los más pobres, los que vivían en los arrabales madrugaban para llegar al estudio de Pananredo Televisión donde era el programa en vivo. Fregando, grande, morono, sonrisa enorme, mordía la teleaudiencia, pidiendo a grito en alto. "¡a ver quién ha traído un lomo saltado!", o "¡Quien ha traído un mapa de Ginebra!, "¡Una cocina al que me trae una rana con dos cabezas!. La gente pobre iba con sus canastas llenas de cachivaches de todo tipo. Una vez vi que entre los cachivaches a una viejita de aspecto pobre y abandonado. Aunque no hablaba, su boquita se abría con la lentitud pero a la vez, con el poder de una retroexcavadora. Miraba lagrimeante detrás de su catarata. Intentaba decir algo, gritar algo, pero se le sentía débil. Mientras miles de manos eufóricas elevaban sus cachivaches, ella solo llegó con un tomacorriente. Probaba suerte. El conductor pedía de todo. Un toyo frito, cuatro canicas y seis resortes de cama. Y la viejita solamente agitaba su tomacorriente. Y cada vez que perdía, como todos, reía. La gente disfrutaba hasta la locura, agitaba los brazos, reía, se pisoteaba entre sí, a algunos los subían al escenario y hacían caer en piscinas de agua en invierno y de premio les daban un kilo de salchichas. Pero ese día cercano a Navidad, aquello fue una orgía de maldad que en definitiva atravesó todos los límites y colmos imaginables. Había un anciano, a mi parecer, analfabeto, condición previa para ir a este programa. Fue primero reclutado al set y tras ser iluminado potentemente, fue enfocado por cinco cámaras. Era su minuto de fama. El tipo de unos ochenta años usaba ojotas y se notaba tierra en los dedos de sus pies. - A ver viejo lindo –le dijo Fregando- Te doy una cocina a kerosene si te comes este panetón en medio minuto-. El anciano parecía pequeño al lado de ese panetón en forma de torpedo. Era enorme. El viejo, que no tenía dientes, empezó a tragar con tal desesperación que a cada rato había que desatragantarlo. Mientras esto pasaba, el país eyaculaba de gozo, Augusto se iba hacia atrás llorando de risas. El viejo, ya azulado por la falta de aire, no pudo más y vomitó los pedazos de panetón, mientras la cámara se acercaba y alejaba reiteradamente, ocasionando más carcajadas en un público animalizado que participaba de un rito satánico del cual era partícipe un país que se iba al diablo. El viejo, sin darse cuenta de que acababa de ser humillado, ganó su cocina y fue abrazado por Fregando. Cuando salió a la avenida Arequipa, un transeúnte le ofreció comprar su cocina. La vendió sin dudarlo. Al día siguiente, dos cuadras más allá, el viejo amaneció completamente borracho, tirado en el piso, sin un centavo en los bolsillos. Con estos pensamientos me tiré en la cama y no sé porque pesé un segundo en Celia, a quien ya no amaba y luego apague la luz. No tenía sueño, pero quise seguir viendo televisión. Finalmente la apagué. Pero aun así no pude dormir. Una cucaracha se había metido. Era de esas rojas y gordas que rascan el piso al caminar. Pude imaginar su ubicación. Se acercaba a mi cama. Tomé mis slaps. Apenas se veían las sombras de la noche. Cuando supuse que estaba más cerca disparé la planta sobre el piso y sentí un crujido. Me di cuenta que estaba lleno de seguridad. Y que ese me producía tensión y no me dejaba dormir. Pero finalmente guardé sueño. Poco después amaneció. Calenté agua. Era un problema encender esa vieja cocina. Abrí la puerta, necesitaba aire sano. Vi en ese patio la bruma de Lima, sombras de techos cuadrados, ropa tendida, deshechos cubiertos de polvo gris. A lo lejos, el coliseo Amauta. Don Oscar, mi vecino, ya estaba levantado, que extraño. Estaba desempolvando unas ropas negras. ¿Estará de luto? Si lo estaba jamás lo noté. Era algo parecido a un pasamontas negro. Lo cogía en la mano. Le saludé. Este, sorprendido me respondió poco amablemente. Guardó sus ropas en una bolsa y se las llevó a su cuarto. Luego escuché que la negra, su mujer, lloraba en el cuarto. Ella le decía. - No trabajas, te mantengo, te compro los cigarrillos, te doy todo por un poco de paz pero tú, viejo de mierda, eres malo, tienes plata, no sé porque me tienes así. - Calla mujer, te van a escuchar. - Tú te has sacado cuarenta soles de la caja - Ya Marina no empieces. - Y así quieres que abra un chongo, para que te tires la plata. Don Oscar siempre le andaba reclamando a Marina que se deje de resentimientos, que el dinero no es todo, que él lo tuvo y lo perdió todo, sus hijos, y que sí le importaba abra de una vez esa casa de tolerancia, pues habiendo siendo ella del medio no tendría tantos problemas con la mafia, a lo quel Marina decía que no, pues ella dejó de putear odiando a los cabrones y que le estaba llevando a ser justamente eso. A marina la botaron de la Nene para reemplazarla por esas muchachitas malhumoradas y poco elegantes “que ni siquiera la saben chupar”, como sentenciaba. Marina, negra, medio vieja y gorda, era una mujer sola. Don Oscar, era su compañero, un viejo solitario, muy extraño, lacerado primeramente por el alcohol, el juego y las noches en los burdeles. Intentar continuar la vida. Don Oscar me caía bien. Era distinguido pero pobre. O al menos eso parecía. Era de esos tipos que parecen haber trascendido al dinero. No era un conformista. Siempre tenía aspecto animado. Me contó que de joven trabajó en la compañía de electricidad y que fue un gran solterón hasta que conoció a Cecilia, su primera esposa, quien ya tenía dos hijos a quienes adoptó. Dijo que dejo la oficina de electricidad para hacerse vendedor de joyas. Le iba muy bien, viajaba por todo el Perú vendiéndolas. Pero un día tuvo un problema a la columna, y desde entonces ya no pudo movilizarse como antes. Su mujer le exigía que trabaje en otra cosa, y al no poder hacerlo ni conseguir dinero, empezó a ser objeto de insultos. Sus hijos, aún chiquillos lloraban. Su vida se fue haciendo triste y sombría. Fue de trabajo en trabajo y, harto de ganar tan poco, un día decidió probar con los caballos. Tentó suerte. Esta le sonreía de vez en cuando. Pero nunca en definitiva. Siendo ya un jugador empedernido, ganó en una ocasión mucho dinero. Se sacó el pollón y nunca le dijo de esto a su mujer. Eso sí, cumplió con los gastos escolares, y fingió que se iba a trabajar. Dilapidó una fortuna inmensa. Le gustó la tranquilidad del burdel a las dos de la tarde. Y por eso le pidió al chino que le alquile por un año uno de los cuartos. El chino se lo alquiló. Y cada tarde iba al burdel a su habitación, la cual sub arrendaba a las putas que llegaban y no tenían sitio. El pago muchas veces era en especies. Un día su esposa se enamoró de un extranjero y se fue. Sus hijos no quisieron separarse de ella. Don Oscar se quedó solo: El… y sus putas. Pero ahora otra era la realidad de Don Oscar. Su discusión con su nueva mujer, Marina, terminó como siempre, en paz. A esto le llamé “escuela de conocimientos básicos de Lima”. Aun está oscuro el cielo de Lima. Con solo una taza de café salí rumbo a un colegio en Barrios Altos donde me tocaba rendir el examen de conocimientos básicos. Pasé la avenida Abancay, una conquista de los ambulantes que llegaron de provincias. A mi diestra estaba el Parlamento, y a mi siniestra una tanqueta con soldados que reían. Mire arriba, el alboroto de los pájaros sobre las copas de los árboles de la Plaza Bolívar. Tuve una ligera nostalgia. Miles de chicos se me habían adelantado. Verlos me dio una rabia interior pues se notaban demasiado afanosos, dispuestos a hacer una pelea limpia. Pero yo sabía que en ellos había esa peruanísima costumbre de romper la ley. Muchos serían médicos abortistas, contadores de mafias, ingenieros que hacen caer puentes. Otros, por el contrario, brillantes y decididamente iluminados por un buen porvenir. Exitosos, ricos, dueños y jefes de sus vidas. Pero todos estaban dispuestos a romper la ley. En eso yo era más sincero. Se notaban mucho más disponibles y adecuados que yo. Me recordaban las pocas oportunidades del país. Muchos padres adinerados mandaban a sus hijos a Bolivia a estudiar Medicina, ya que en Perú las vacantes eran pocas. Realmente una plaza universitaria era un pequeño pedazo de carne arrojado a la jaula de los leones. La mayoría de mis competidores eran chicos humildes, conscientes de su precariedad, probablemente hijos de ambulantes que rebelaban una astucia secreta que no llegaba a entender. En Lima a veces uno puede sentirse un extranjero. Estos muchachos eran apoyados por sus sacrificados padres. No obstante me extrañó ver entre el gentío a otro tipo de muchachos quienes a diferencia de los primeros ostentaban mejores condiciones de vida ¿Por qué postularan a esta universidad para pobres? Me preguntaba. Tal vez porque como yo ahora eran pobres. O tal vez no.

CRAPULA: CAPITULO X / DE TRIPAS CORAZON

La paloma entró a mi cuarto. Ya había agarrado esa costumbre. Su caca caía en todos lados. En mi televisor blanco y negro, en mi cama, en las ollas. Me habían dicho que el tallarín con pichón era lo máximo. La trampa funcionó. La decapité con un cuchillo sin mango, y encendí el primus a keroseno. Una tarea fastidiosa. No me asustaba su sangre. La cogí a la paloma de las patas, ya estaba algo tiesa. La hice girar sobre el fuego azul. Las plumas se quemaban. Cuando quedó sin plumas la abrí por la mitad. Era una piel negra y seca. Retiré las tripas menos agradables, entre ellas el hígado. El hígado recibe en la vida lo peor de lo peor. Pero si separé el corazón y el buche. Corté en la mitad su corazón y lo puse al lado, sobre un periódico de ayer. Luego le tocaba al buche. Era difícil hacerlo. Pero poco a poco la piel fue cediendo al filo del inmenso cuchillo sin mango, y bajé levemente en un corte perfecto. Debí retirar una capa de piel color verde, donde se depositaba toda la alimentación de la paloma. Encontré infinidad de piedritas limpias amontonadas en su diminutez una contra otra. Bote esta piel verde y luego lavé el corazón, también el buche. Eso es la vida: corazón y buche, imaginé. Amas mucho, luego se va quien amas, sufre tu corazón. Quieres ser libre, el corazón te lo pide, pero el buche dice "detente tienes que comer". Y renuncias. Oh, esta paloma de mierda. Lavé la carne de esa paloma y destripé. Luego la trocé. Sus huesos eran duros, como piedras.
Desistí de hacer tallarines. Puse dos cebollas, dos tomates, un pimiento, un pedazo de pollo y la paloma a hervir. Me mire en el espejo y me dije "hola" mientras se cocía. Mire el hueco por donde solía entrar. Después de todo la extraño.

CRAPULA CAPITULO IX / CONFIANDO EN UNA RATA

Yo no quería irme de Lima. Me resistía. Mientras mis padres y mis hermanos se mudaron a Huancayo, una ciudad más barata y atrasada, yo alquilé un cuartito muy económico en Breña, donde empecé otra etapa más de mi existencia. Mi madre lloro mucho de mi decisión de quedarme y le dije que me quedaba porque deseaba estudiar. Tras el alejamiento de mis padres empecé a darme cuenta de algunos rasgos de la situación. Subí a un ómnibus y detrás de mí un ciego pedía dinero. Me estiró su mano cadavérica. Le di una moneda. Dos horas mas tarde lo volví a ver nuevamente. Fumaba un cigarrillo, ya no usaba su bastón y leía el periódico. Nos había tomado el pelo. Me gustó esa mentira, me daba libertad para no creer. Así me apodere de ella para mi regalado uso. Un día me di cuenta que estaba dedicándome al alcohol. Trabajaba eventualmente en diversos oficios. Cobraba y lo que ganaba lo bebía. Pero recordar a mi familia, especialmente tras cada juerga, era penoso. Extrañaba el olor del estofado y nuestra vida juntos. Recordar me controlaba de ir por más excesos.Trabajé haciendo encuestas. No era el trabajo más duro. Los había peores. Cocinero de chifa, albañil, lustrabotas.Pero mi vida en algo mejoró. ¿Pero me alcanzaría el tiempo? Con el poco dinero que obtenía haciendo dichas encuestas para una compañía de opinión me alcanzaba para administrar mi mundo. Pero esta mejora era ficticia. Yo era parte del drama social que veían los sociólogos. Un condenado a seguir siendo pobre.Cerraban las industrias, cada día había menos trabajo: El país se paralizaba. Pero era raro que pese a esto siempre veía gente divirtiéndose. La venta de cerveza era importante. Un día me di cuenta de que un poder oculto, que no era Dios, ayudaba a este pobre país atacado por el terrorismo, la corrupción, la falta de empleo y el hambre.- ¡Hey mendigo! - GritéAl voltear se encontró con mi mirada. Le sonreía sarcásticamente. Me tomé el pene con la mano, saqué mi lengua y mientras le hice un gesto obsceno le dije, toma, como si le fuese a dar una propina. Este me respondió.- Concha tu madre- .La gente es ilícita por naturaleza. Mirándolo a este, en su descuido entendí que nada me impedía ser como él. Dependía de cuanto me descuide en la vida. Y entonces me vino una rara ocurrencia. Postular a la universidad. Llevaba ya mucho tiempo solo y hasta ese entonces no me nació jamás ser vendedor ambulante. No me habían criado para eso. Pero siendo un miserable que otra osa me quedaba. ¿Por qué deseaba ingresar a la universidad? La verdad, para no morirme de hambre como muchos, para no vender cositas como los menesterosos ambulantes, para tener una exuberante mujer a mi lado. Pero todos mis intentos fueron grandes fracasos. Ocho veces postule a distintas universidades sin ningún resultado. Mi puntaje era tan bajo que no entendía cómo así pude ser tan inteligente para sobrevivir a más de la mitad de mis compañeros en la guerra contra los terroristas. Sobrevivir a esos ataques de Sendero Luminoso no era tan bonito. Recuerdo cuando me oriné de miedo en una quebrada de Lircay.Mi vecino Chambergo me escuchaba las historias. El era un tipo criollo, sabio en la vida, astuto, pero pobre. Seguro porque andaba mucho en esas peñas. Me dijo que había una universidad donde se podía ingresar pagando algo por lo bajo. ¿Cuanto costará? Me interesé. Caro, fue todo lo que me dijo.Un mes más tarde me llego una carta de mis padres. Me decían que habían ganado un buen dinero por la venta del auto. "Huancayo es chiquito y no lo necesitamos". Yo conteste diciendo que necesitaba algo de dinero para la universidad. Me llego el dinero. Tuve suerte. Era el destino. Convencido de mi ineptitud para estos ajetreos, decidí comprar una plaza universitaria. Necesitaba un atajo.Mi ingreso a la universidad, allá en el año 1987 me costó un año de trabajo: mil trescientos dólares y media docena de cervezas en un barcito mal afamado del pasaje Peñaloza, tributario de Colmena, lleno de hoteluchos baratos a donde mi contacto Chambergo, me dijo vaya, pues me esperarían sus amigos, miembros de una extraña organización delictiva conformada por “estudiantes eternos” a la que le decían “La moña”. Todos ellos tenían llegada al poder, y como sus compañeros tenían todas las instituciones públicas, inclusive las universidades como si fueran su botín de guerra. Gastón Aquice Malpartida, alis “la rata” me esperaba. Mucho gusto. Dije bajo su mirada en punta. dejé que me analizara un rato . Se rió solo por un lado, escupió e hizo un chasquido.- Chasumadre, ¿Puedo sentarme?- Pidió.- Claro.- Al punto. El tío Chambergo ya me habló de tu caso. Se tiró el pelo lacio para atrás e interrumpió. ¿Una chela?- Claro- Accedí nuevamente. No me quedaba otra.Llamó al mozo por su nombre.- ¡Cotillo! Antes que llegue me confiesa.- No tengo mas que un ripio.- No te preocupes. Yo pago. –Ofrecí- Empezamos bien. Bueno, Arturo Chambergo, tu sabes, es compañero. Su papá fue mártir. Buen tipo pero ¿sigue chupando duro?- No lo sé, a veces- Dije - Ese conche su madre. El me habló de ti. ¿Esta templado dice?No sabía que tenía que ver eso con nuestra charla. Pero le dije que a veces lo veía con una negra. La Rata festejó golpeando el borde de la mesa como máquina de coser.- Ese pendejo- Intentó continuar pero numerosas veces se iba por las ramas.Ya iban cuatro cervezas y no decía nada que me interese.- Cómo es.- A si, disculpa. – Bebió lo que quedaba- Todo es posible con un poco de buena voluntad, tu sabes. Estaba a punto de pedirme el dinero. Le ayudé.- ¿Y cuánto cuesta la gracia?Escupió al costado de la mesa y de nuevo se alisó el pelo hacia atrás. Se notaba que para é era sumamente difícil dejarse de indirectas. Seguro deseaba que le invite antes dos cervezas más. Se las puse. Entonces se animó a hablar.- Para ti, solo porque eres brother, mil quinientos dólares. Yo no voy a ganar nada. Todo va para el centro federado. Un huachito vale, tú sabes. Cartulina, cinta para máquina, lapiceros faltan en la facultad. Nada va para mí. Ahora si tú quieres me bajas un sencillito o te comportas con unas chelas. Ya tu ve. Lo importante es evitar que se sigan infiltrando los tucos de San Marcos, quienes lejos de estudiar se disparan a la vida política y, en resumen, joden.- Pero mil quinientos es mucho. –Protesté.- Si pues, pero piensa en lo que vas a ganar cuando seas odontólogo ¿No? O si quieres postula a otra carrera y vas saltando hasta llegar a odontología.- No. Ya he perdido mucho tiempo.- A ver. ¿Por qué no postulas a sociología o historia? De paso que le quitamos un puesto a los rojos. La cosa es estar dentro. El huachito te costaría menos.- No. Puta madre, Mil quinientos es mucho. Nada menos?- No creo, aunque..- pensó- ¡Espera! Puede que yo convenza a Rodrigo y te baje algo. Mira yo voy a hacer algo. Que quede en mil doscientos, ni tu ni yo. La "La rata" mordía doscientos dólares. Esto lo supe después. ¿Qué podía hacer mas que aceptar?- ¿Mil doscientos?- Claro pues. No hables fuerte hay muchos tucos por aquí. Esos piojosos andan por todos lados- se refería a los terroristas de Sendero Luminoso.- Sé que sabes de quienes hablamos- La rata otra vez se jalo el pelo lacio con peinado enciclopedia nueva. En la cantina sonaba una vieja cumbia ensordecedora. "Se me perdió la cartera, ya no tengo más dinero". Hablábamos a gritos.La Rata, sin dejar de mirar el culo de una chica sentada en la otra mesa sostenía un cigarrillo entre sus delgados dedos. Lo paró sobre la mesa en sentido vertical y me dijo.-Buen humo.-Cómo que buen humo.-Eso quiere decir que haremos negocios. Es el mismo humo que ponen cuando se elige un nuevo papa. El humo es todo en la vida. -Te voy a ayudar- Dijo son seguridad. Pero ya estaba borracho. ¿Podía realmente confiar en él? Siguió bebiendo y se acercó a una de las rameras. Estas le conocían y le pellizcaron el pantalón. Volvió.- Acá hay hembras como mierda.-Realmente no estaban tan asquerosas y pregunté.-Por cuanto cachan.- Date un adelanto y la casa invita. Quería que le de dinero.- Pero ten cuidado- me advirtió- A algunas se les chorrea el helado y vienen con sorpresa- .Habían travestis.Cuando le di el dinero, un vacío me llenó el alma. Sentía que mi futuro estaba en manos de un joven semi ebrio que no solo bailaba con las rameras, sino que en un momento se fue de la mano con una, pero que tenía sorpresa. Me acerqué al dueño del bar y dije.-Cuídelo.El tipo se rió y me dijo.-Aquí todos son compañeros. Hasta las putas son compañeras. Ellas tienen posibilidad de trabajar en ministerios. Pero no quieren. No te preocupes. Son compañeritas. Abandoné la cantina y fui avanzando por ese sucio pasaje de casas antiguas, de balcones que un día fueron residencias de los limeños de clase alta, pero que hoy eran refugio de ladrones, putas y crápulas. Legué a Colmena y el bullicio era enorme. Ambiente sucio. Cascaras de plátanos en el piso, gente flaca, fea, torva y desnutrida, que sufre, sufre y lucha y lucha. En el camino vi a un tip que forcejeaba a su enamorada de un metro cuarenta. Ella no quería subir al hotel. Llegué a Colmena. Era de noche. Me introduje al torrente humano. Cuidado con los dedos de seda. Los ambulantes no dejaban de vender sus chucherías. Un ladrón corría entre los autos con el bolso de una mujer quien inútilmente pedía ayuda. La gente miraba el robo y yo también.Una pareja de inmigrantes de la sierra se casaba en la iglesia La Inmaculada. El novio, al costado de un vendedor de fotocopias de una edición reciente de las normas legales del Peruano, estaba nervioso, indeciso, como yendo al cadalso. Uno de los padres, achaparrado, emblemático, buscaba algo entre la multitud. Parecía ir a la entrega del Oscar. Lucía frac.A su costado, apoltronado en el piso, un loco daba una pitada de un pucho. El auto de los novios, un Volskwagen rojo con dos floripondios colgando respectivamente a los costados. Entre bocinazos daba su tercera vuelta a la manzana porque no encontraba sitio en la puerta de la iglesia. Los novios se casaron, salían, la gente miraba riendo. El Volskwagen aún no tenía sitio para estacionar no había cuando empezar el paseo nupcial. Un ambulante cargado de "rica naranja huando" en su tricicleta se había acomodado justamente delante de la iglesia. No quería moverse pese a los reclamos del taxista. La familia de los novios en las escaleras de la iglesia denotaba desconcierto. La gente gusaneaba por la vereda y el camarógrafo contratado, a puro equilibrio tomaba las imágenes. Yo me reía. Me imaginaba que dos años más tarde, cuando recuerden el día de la boda mirando su VHS, entre las imágenes movidas aparecerían el un loco drogadicto fumandose un pito de pasta justamente sentado en la cola blanca de la novia. Bullía Lima. Me acerqué. - ¡Emoliente! Grito un tipo. Yo de curioso me acerque a los novios. El suegro con frac estaba a mi lado. ¿No quiere un Montecristo mi lord? Le dije. Este sorprendido me miró. Yo me reí con sarcasmo. En su cara. "Estos", pensé y me fui.Con la mente y el alma en paz solo me quedaba regresar a mi humilde morada y esperar, si es que no me habían robado, el día del examen. Por cierto. ¡Cómo no iba a dudar de la Rata! Cómo confiar en un tipo así. Había pagado un soborno. No era nada institucional el caso. Mucho menos algo raro en esta ciudad. ¿Pero a quién reclamar si me timaba? Eso no importaba. Quería cambiar de vida. Cual sea el resultado… había que pagar el precio.