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lunes, 12 de septiembre de 2011

ANTIEPITAFIO Y POLLO A LA HUNGARA

Beethoven y Goethe se encontraron por primera vez. Ambos paseaban por la alameda del balneario y de pronto apareció frente a ellos la emperatriz con su familia y la corte. Goethe, al verlos, se hizo a un lado y se quitó el sombrero. En cambio, el compositor se lo caló todavía más y siguió su camino sin reducir el paso, haciendo que los nobles se hicieran a un lado para saludar. Cuando estuvieron a cierta distancia se detuvo para esperar a Goethe y decirle lo que pensaba de su comportamiento «de lacayo». Sacado de Wikipedia

Escuchar "Claro de luna" para leer la nota http://www.youtube.com/watch?v=6Q9fBU5ICxc&feature=related

I

El sol caía dentro perpendicularmente, brillando en el triángulo de luz millones de partículas de polvo. Bailaban en el aire como estrellas. Estaba con unos amigos salvando la resaca. Pero me abstraí y lo recordé. Pese a ser un pueblo primitivo, San Jerónimo, en Cusco, la mujer que despachaba de mala gana y que era objeto de nuestras burlas sabía algo. Era evidente que, a juzgar por lo mucho que demoraba en hacer las cuentas, apenas sabía leer y escribir. Pero en esa ignorancia y descuido de su local, atestado de cajas de cartón de galletas Field y más de media docena de trampas para ratones, había la contradicción. Un perro enano, blanquecino y con cara de estúpido a quien la mujer invitó a pasar a la casa con:

-Pasa Beethoven.

II

El otro Beethoven, al que recordé a partir de este incidente, era el músico, había llegado a Lima a tomar unas vacaciones. En realidad ya estaba sordo. Sólo el sabía que la sordera le vino por profundizar. Y para dejar de estar sordo necesitaba creer.
Escapar de aquel encierro silencioso tenía un solo camino. Reconstruir su creencia.
Lo conocí. Era científico, y no músico, como se le llamaba en Europa. Como Walmart, que no es un supermercado sino una empresa logística.
Beto vino a Perú buscando a su amigo Paul, un suizo extraño que decidió estar perdido en Perú, en Cusco, una ciudad llena de mongólicos que se creen hijos de los incas.
En ese trajín iban a pizzerías, bebían un pisco a diario, y se comunicaban, pese a estar frente a frente, con las manos. Parecían dos cromagnones antidiluvianos.
Pero no era el fin de la ilustración. Era el principio de la salvación de Beto, como lo rebautizó el periodista vago que llegaba en escape de Lima de vez en cuando.

III

Poco después de su abandono, Beto dejó una carta en su casa de retiro, irónicamente en la bulliciosa Bremen. Dicha carta fue llevada a la delegación policial. Además de la carte, se llevaron su pasaporte alemán, una brújula y su smartphon. Además seis palos de fósforos. La carta era muy extraña. Parecía que estaba intentando una salida en el i ching. A no dudar, estaba desesperado. La carta decía:

"La vida es hermosa y contundente. Y mucho más si no averiguamos su esencia. Si nos sentamos en un parque un domingo y obviamos que hay caca sobre el pasto, y nos extendemos viendo las cometas llevadas al cielo por los niños, estamos viviendo. Es muy raro este adagio de la felicidad como contrapartida a la ignorancia, y más raro aún que no lo enseñen en los colegios, donde no veo que la intención sea que los alumnos sean felices para siempre, sino que compitan y sean cada vez más asustados y responsables.
Por eso es que hago este escrito como despedida de mis intelectualismos inútiles, al entregarme plenamente a la felicidad.
Soy ahora un soldado de la felicidad que lanzará las llamas escondidas del bien estar contra los negativos instrumentos de la tristeza. ¡Dopamina ven!
Todo empezó en una charla realizada en la Universidad El Cairo, donde iba a comentar las aplicaciones en Perú de la "superconductividad" como principio ahorrador de energía.
Había un gran auditorio. Muchos sufíes. Comencé diciendo que todo acto de ilustración nos remitía definitivamente a un tipo de éxtasis mundano, el delirio por el ritmo, la contorsión ante lo fantástico, la perplejidad ante lo antes imposible hoy creado por el hombre. (Un avión que cruza el Atlántico en una hora, por ejemplo).
No hablé un solo instante de aquello para lo cual fui contratado. Alojado en un hotel de lujo, y bien pagado a seis mil dólares la hora, no hablé nada de física.
Pero continué hablando. Era evidente que me respetaban. Estaban esperando que lo diga.
Mirándolos me di cuenta lo injusto que desvaloricemos tanto a los credos, a las creencias, que maldigamos a las iglesias y sacerdotes bonachones, a los pastores entre los cuales hay pobres, negros, blancos, mendigos, generosos, santos, justos, arrepentidos, otros menos santos, crápulas, borrachos, vegetarianos, pederastas, homosexuales, hombres comunes, complejos, insoportables, o tipos con grandeza. En la charla todos estaban religados, como en un templo, esperando una verdad de la ciencia.
Y pensando en los sacerdotes me sentí uno. Pontificando. Todos me habían leído por años. Cómo no agradecer a este auditorio el privilegio de religarse en mi entorno para escuchar un mensaje. Solo por eso decidó responder cortésmente, no con conocimientos, sino con datos que solo los podían llevar a la ceguera, a la ignorancia, porque las religiones, solo dan la posibilidad de que los hombres no vean el conocimiento, sino son un instrumento para que puedan gozar de la luz misma del bing bang creador.
Estas cosas han ocasionado que haga un anatema contra la lucidez y nunca más lea un solo diario, poema cartesiano, o de por ahí lecciones sobre cómo conducirse en la vida frente al amor, los recuerdos y la muerte.
La gente aplaudió mi conferencia en la que no dije nada de superconductividad, pero en cambio, la música de mis palabras sí. Los diarios comentaron mi modo de referirme a los grandes temas en el estilo calificado como criptodialéctico.
Mis tesis criptodialécticas prosperaron en el mundo, y con el tiempo, todos eran criptodialécticos y daban discursos que nadie entendía, pero que musicalmente alcanzaban otros niveles nunca observados de significantes. Estábamos en el futuro. Lo sabía.
Por algo que antes se llamaría casualidad, se descubrieron nuevos principios físicos, estéticos, y a la hora de explicar la génesis, las marcas de patentes, sabiendo que no habían respuesta, no podía decirse que todo fue casualidad, pues muchos pagaban sumas enormes por escuchar los discursos, y ante eso enviaban a sus jefes de relaciones públicas a impedir el ridículo de no poder explicar cómo sucedió dicho descubrimiento, más aún porque se desperdiciaron millones de euros en proyectos del saber que no se usaron en nada y que facilitaron entre otras cosas que disponga de esta isla con cocos y seis esposas para mí solo.
Esto me obliga a escribir, no tanto el porqué de las cosas, sino el que será ante el triunfo de la incertidumbre religiosa, de la creencia, orientándome a redactar el primer antiepitafio mundano.
En un tiempo vendrá un tipo medio díscolo que luchará en diversos sentidos con poca determinación. Será peruano y en sus primeros años considerará enorme el mundo que le tocó vivir, para verlo achicarse día a día más, al extremo de vivir apretado entre los bracitos de la silla a juego a su escritorio.
Eso sí, se acomodará el saco y corbata para recibir la visita de un amigo que nunca fue, pero a quien le informará su vida íntima al mentirle con confianza olvidando comentar que la manipulación es su principal diversión, aunque solo contra seres humanos desahuciados, cuasi mendigos, chupes, sobones como él, pero de varios niveles más abajo. Pues si intenta manipular a su superior será demasiado riesgo, un desperdicio de adrenalina con pocas posibilidades.
Se corromperá después de no contar la mirada de su padre, o cuando esté muy viejo y quiera meterlo al asilo. Aspirará cocaína para no sentir esas cosas que uno siente cuando es honesto consigo mismo.
No asumirá los reproches que se debería de dar el que gobierna sobre sí. No, el preferirá estar contemplando las cosas de arriba, sin tocar la superficie.
Entonces la muerte llegará y le dirá.
-¡Qué hay de nuevo viejo!
Y él le contestará.
-¿No hay más cocaína?-
Y la muerte le replicará.
- Dicha instantánea, color para tus últimos días. Pero hay más, mi estimado. Después de la puerta, no hay nada, absolutamente nada.
-Suena incluso mejor que esto.
-No te deprimas, aún hay una opción.
Y la muerte comenzará a hablar largamente, que será el demonio, el temor, la quiebra de la fe, de la creencia. En la medida que la no creencia hablaba, el infeliz acentuaba de pronto una sordera inesquivable, sorpresiva, desesperante. Fue tal el silencio que jamás se enteró del camino para su salvación.

Beto".

IV

Finalmente regresé a San Jerónimo, vi a la mujer ignorante viendo la televisión. Beetovhen, su perro era el nombre de el perro, protagonista principal de una película barata. La mujer era inmensamente feliz pese a su mueca de disgusto.
Cuando me miró observándola me preguntó con una mirada cargada de odio y desconfianza. Entonces su boca morada percutó.
-Que es lo que quiere-
Me sentí engañado. En mi defectuosa forma de ser quise creer que ella era feliz y buena. Pero no. La felicidad puede ser egoísta, desconfiada, malvada. No, ella no escuchaba a escondidas a Bethoven ni sabía alguna sinfonía, ni nada del músico que mandó a la mierda a Goethe por sobón de reyes. Así es que yo también percusioné.
- Si, si quiero algo. Un pollo a la húngara carajo vieja de mierda-

sábado, 10 de septiembre de 2011

UNTERNEHMEN



No tuve el valor de decirle lo magníficamente bien que me encontraba porque desconfiaba de que si le decía la verdad acaso me pudiera atacar de alguna manera que no necesitaba. Era necesario evitar su envidia, que sus pensamientos los oriente a otro lado y no a mí. Era mejor que yo no exista, ser un don nadie, un molesto pedigüeño, alguien a lo mucho para usar de escucha, un borrachín dispuesto a acompañar cuando a alguien se le ocurra tomar y no haya nadie, pero no para tomar en serio. Definitivamente no debía ser alguien que encaje en su búsqueda de sentido de las cosas.
Era necesario desviarlo, decirle algo que lo disuada de tomarme en cuenta, que me hacía falta dinero o trabajo, que me encontraba mal, no tanto como viviendo bajo el puente, sino maluco, con poca guita, sin fuerza, mendicante, desvalorizado.
Pero este se me adelantó, y antes de poderle mostrar mi caricatura, y sin que le pregunte nada, sospechó que podía estar bien, lamiéndole el culo a algún político, y por si acaso me midió.
Me preguntó en qué estaba, una forma de preguntar qué hacía, quería comprobar que me iba bien o mal, no porque se preocupara por mí, en el mejor de los sentidos, sino para ver si lo que me iba a decir era superior a mis metas y , claro, así evitar el ridículo. Le respondí que amaba, que escribía, que me iba mas o menos, pudiendo decir lo contrario.
Entonces, al ver que no tenía poder, cargo público preponderante, ni nada de eso, fue suficiente para estar seguro y me informó que mas bien él si estaba muy bien, que formaba parte de una comisión muy importante de transferencia de no sé qué institución gobierno, es decir que estaba arriba, seguro que sí, en una oficinita pulguienta de algún ministerio donde rogaba a Dios que no me invitara.
Me pidió un mail, que ya lo tenía pues estaba en el messenger.
-Te quiero enviar una invitación a una ceremonia donde va a venir la ministra- se ufanó.
Quería que lo contemple -¡si, yo!, usarme de bulto, como bicho, con mi sonrisa estúpida aplaudiendo con una franela-vitae- y le admire en su triunfo alegórico entre tantos encumbrados, naturalmente en traje y corbata. Quería que le vea muy serio, juntando las manos sobre una mesa de mantel verde, seguramente en un ambiente triste, adornado con flores de Ecuador, e iluminado con fluorescentes.
Entonces, para asegurarme de que no insista en invitarme, probé con una táctica desarrollada hace tiempo. Le pedí un favor.
Y a la primera me mostró sus sentimientos reales, aquellos que estaban detrás de su "hola que es de tu vida". Aparecieron sus pelos de garrapata, su odio y revanchismo de saber Dios qué desplante le haya hecho hace años. Y me respondió con voz de Mozo elegante: no es posible, ya alguien hace lo mismo que me pides.
- No, en realidad no necesitamos eso- bufó sin anestesia.
Quedé feliz de que me rechazara, de que no sepa nada de mi estado, de mi modesta existencia ni proyectos. Tuve ganas de decir que mi esposa me había dejado y mi amante también, de que vivía en un hotelucho de La Victoria donde me tocaban la puerta putas gordas, que no tenía dinero para el tinte de cabellos y que pensaba montar un gran proyecto millonario, y así, pues, piense que perdí la razón.
Pero me quedé reflexionando. Porqué esa urgencia de engañar a todo el mundo. Cosa que normalmente no hago. Y me respondí: Porque la gente no es confiable. Es más fácil amar que confiar. Si la vida es contradicción, ya deberíamos pedir una enmienda al Vaticano para que el mensaje sea, ama a tu prójimo sin confiar en él. Sería mejor. O más aún, confía hermano solo cuando sea confiable la persona asi sea tu peor enemigo. Y en el Código Penal crear el delito -y aplicación de la ptrueba de verdad con químicos permitidos- de la envidia. La pena sería secreta, solo difundida al tercer caso comprobado de envidia flagrante. Entonces el himno debería cambiar y regalar Puno, mejor dicho a los puneños a Chile. Mejoraría todo.

Y a propósito recordé que ayer, conversando, le dije a un conocido millonario. ¿Por qué no dices la verdad y terminas con este asunto de que apoyarás ad honoren al gobierno si lo que quieres es ganar plata, que te exoneren esos impuestos y un puente para tu mina?
Este me dijo de forma muy agradable. Es cierto, es que en el Perú querer ganar dinero ya se ha vuelto un pecado.
No solamente ganar dinero. Ganar prestigio, fama, felicidad, todo. Muchos ya lo saben y les gusta esconderse, caminar como sombras, diabólicas, ocultarse de alcanza carritos cuando se es el CEO de la empresa, disfrazarse de taxista cuando se es hermano del presidente, o de segundo cuando en verdad se es primero, como Vladimiro Montesinos que se arruinó al salir a luz.
Por eso es que no sé lo que ocurra ahora que Carlos Rodríguez Pastor Jr., hijo del dueño de un banco bonito, quien nunca daba entrevistas y de pronto apareció en una revista mundial como uno de los multimillonarios solapas.
No me gusta la gente que busca sentido a las cosas. En Europa le dan mucha importancia al sentido. Así están bien engañados. Así se distraen siendo lógicos y diligentes. Así tienen una misión en la vida. Se nota que alguien les ha agujereado el cerebro, y bien, porque nada es así. Alguien se ha ocultado haciéndoles creer que pueden y a la primera son capaces de hacer cualquier irresponsabilidad como tomar cuatro tarjetas de crédito y gastar mil veces más de lo que tienen. Alguien urgía de distraerlos. Un gran pendejo.
Lo peor de todo es que ni siquiera lo que tiene sentido tiene alguna validez para los temas que nos competen. Ni siquiera eso. Es más. Yo creo que todo tiene sentido, pero el sentido es algo que ya no sirve, y solamente nos impide ver lo cobardes que podemos llegar a ser.
En este país el futbol ya no funciona como antes y había que hacer algo más directo, ir al estómago, meter la cultura culinaria, meter grasa al cerebro, eso, y convertir a los aspirantes a científicos, ingenieros o poetas en cocineros, grandes cocineros. No sé porque esta urgencia.
Pero hay que ser asolapados, ocultar todo lo bueno de uno. Hay que comer. A propósito de eso. Me olvidé de decir algo. Cuando estén leyendo esto, seguramente ya habré conseguido eso: Impedirlo.

martes, 6 de septiembre de 2011

EL ESPIRITU DE COSTEAU: MATENLOS A TODOS DIJO EL PERIODISTA ASHANINKA



El Atalaya - Ezequiel 3:17-18
"Los reyes de la antigüedad defendían sus ciudades con muros altos y gruesos, de piedra. Encima de esos muros, habían torres desde donde los atalayas podían ver a los enemigos que se disponían a atacar cuando aún estaban lejos. El atalaya tenía por obligación; velar y sonar la alarma cuando el peligro se acercaba; y, ¡ay! del atalaya que se quedara dormido en tanto vigilaba, o que, por cualquier causa, no sonara la alarma cundo había peligro, pues pagaba el descuido con su vida.
"


Cuando Jacques Costeau dijo a los nativos "si ves a un hombre blanco mátalo, que te destruirá tarde o temprano", nadie dijo que estaba mal. Cuando el dramaturgo alemán Brecht dijo que cada vez que conocía más a la humanidad quería más a su perro, tampoco nadie dijo nada. Ahora que un ashánika, con muchas razones para temer a los humanos, pidió matar turistas, ha sido trasladado de su aislamiento en la lejana Atalaya, Ucayali, a una fama que le ha torcido los huesos y no parará hasta escarmentarlo y callarle la boca. Y lo han arrastrado a l comentario mundial en el peor sentidos. Su fama ya es en todo el planeta y en distintos idiomas la gente le dice "imbécil".
Ustedes saben que no tengo apego para nada con las causas sociales estúpidas, ni concuerdo con esos socialismos romos y de cuarto mundo, de ese caviaraje de moral liviana y pompa amariconada de tipos incapaces de hacer dinero en empresas, pero que salvan su ego en oenegés políticamente correctas que quieren ser superiores a los empresarios llamándose intelectuales profundos.
Por eso es que en esta defensa a este colega desubicado la hago en honor a la verdad y con más autoridad moral que esos que se ocultan en el análisis desapasionado.

El principio

Cubiertos con su cushmas azafranadas y con algunas ramas de barbasco para envenenar las aguas y tomar los peces doncella, aunque espinosos, muy sabrosos al más leve hervor, los padres de Bernardino se abrían paso en el monte. Verdeaban así las primeras imágenes de su hijo Bernardino a quien no supieron ponerle apellido por que sus padres carecían de tal.
En niño al sacar su DNI no tenía apellido y por eso es que solo tiene nombres, Bernardino Sebastián Miguel. Sus primeros días del hoy periodista asháninka más famoso mundialmente por pedir matar a turistas fueron como el de miles de hermanos de su etnia.
Seguramente tras alguna pesadilla amazónica, sacó a luz en su programa radial, en Radio Ucayali, un sentimiento escondido contra los turistas que ya se colaba en las aplanadas y sofocantes calles de Atalaya.

Bernardino Sebastián Maniel era un niño cuando los asháninkas fueron secuestrados y asesinados por Sendero Lluminoso y el MRTA. De hecho, cuando se enteraron de la tragedia de Mazamari, donde fueron hayados 200 cadáveres de asháninkas, muertos por los grupos terroristas, sus mentes estallaron al terror.
Muchos de sus hermanos, amigos o vecinos, comentaban en su lengua el peligro que eran esos hombres que los llevaban para esclavizarlos y convertirlos en guías para perpetrar sus fechorías atravesando una selva profusa y peligrosa.

Dicen que fueron miles los asháninkas obligados a quemar pueblos, descuartizar a seres humanos, a matar a sus hermanos, a traicionar, antes de que Miguel Camayteri, tomando la bagtuta histórica de Juan Santos Atahuallpa, regresara a el Gran Pajonal para organizar el rescate de los asháninkas. Bajo su égida, provistos de flechas envenenadas, trampas de chonta, y mucho valor, recuperaron su libertad y volvieron a sus tierras, aun atravesadas por el narcotráfico.
Al centro de Atalaya no está la plaza Bolívar o San Martín o Grau. Está Juan Santos Atahuallpa, el asháninka que los liberó en el siglo XIX.

Es que los asháninkas siempre fueron perseguidos. Antes que el MRTA o Sendero Luminoso, fueron los italianos en su búsqueda para tomarlos de esclavos que necesitaba la explotación del caucho y la madera.
Furzados a huír, cada vez se alejaban sus tierras, obligados a romper su naturaleza sedentaria, para rehacerse en nómadas ante una persecución que los orillaba a la decadencia.
Muchos al salir de sus márgenes, eran rechazados en tierras de otras etnias, pasando así al aislamiento más duro, o a ser confundidos como koapacoris sin raza. He visto cómo viven muchos nativos en una soledad infinita, despreciados por otros. Rostros acabados, pese a la juventud.
Una vez supe de unos expedicionarios que llegaron en medio de la nada a una de sus cabañas de capiso, y al tirarse a dormir sobre sus hojas, casi son arastrados en procesión por miles de cucarachas. Así viven, así mueren.

El pobre Bernardino vivió con todos estos recuerdos, el sabe lo que es vivir entre dos fuegos, sabe mucho más de lo que saben otros, pero su mundo es mágico. La propiedad es un invento nuevo. Una vez con el fotógrafo de AP, esteban Félix estábamos en Puerto Copa, en la entrada del río Tambo. Tomamos una habitación sin vidrios en las ventanas sobre el río. Cuando llegamos de noche habían dos asháninkas durmiendo en nuestras camas. A nuestra sorpresa, se fueron como monos saltando por las ventanas, matándose de risa. Muchos de ellos no conocen la propiedad y pueden ponerse las zapatillas y polos de uno y decirte al día siguiente con estas vestimentas “apúrate es tarde”.

El pobre Bernardino así como sus hermanos una vez tomaron zapatillas que no eran suyas sin saber que eso era robo, sin tener idea de que existía la propuedad, con su español apenas entendible, tuvo la ocurrencia de decir en público lo que todos decían, que la grasa humana servía como combustible para los aviones. Entonces, “con toda razón” dijo que los turistas eran los culpables.

De hecho, los turistas que llegan a Atalaya, zona cercana al gas de Camisea, aparecen atraídos por los chamanes influenciados por Brasil, realizando viajes de Ayahuasca por sumas módicas.

Bernardino pidió matar turistas por la radio, y hoy es famoso en todo el mundo por sus declaraciones. La ignorancia de Bernardino no es mayor que la de millones de seres humanos que piensan que este dijo lo que lo dijo porque simplemente se le ocurrió. Debemos agradecer a Bernardino el periodista asháninka avernos abierto los ojos a algunos de las galaxias tan distantes que entrañan estos pueblos tan profundos, que irónicamente, con sus imágenes mítica, religiosas, tan engarzadas a la acción, podrían tener, como dice Vargas Llosa, la piedra de toque, la partida de nacimiento del caótico surgimiento de la civilización. Un origen, desde luego, sangriento, como lo puede ser que un asháninka lleve con la tecnología y no con tambores de guerra, su llamado a la protección.

Finalmente, he llegado como periodista a Bernardino. Esta es la forma como se expresa en su sitio:

"HOLA A TODOS MIS AMIGOS Y AMIGAS, CONOCIDOS Y POR CONOCER. LES SALUDA UN AMIGO DOCENTE, COMUNICADOR SOCIAL INDÌGENA AMAZÒNICO DEL GRUPO ÈTNCIO ASHÀNINKA. LO CIERTO ES QUE DESEO TENER AMISTAD MAS DE USTEDES Y DE ESA MANERA APOYARME CON TEMAS DE EBI,TERRITORIOS,CULTURA E IDENTIDAD,DERECHOS HUMANOS,ETC. QUE SERVIRAN PARA MI PROGRAMA RADIAL, EN RADIO GALAXIA AL FONO. (O61)46-1217 DE LUNES A SÀBADO DE 5 A 6:30DE LAS MAÑANAS Y DE 7 A 9 DE LA NOCHE.

ESPERO CONTAR CON SUS APOYOS.

ATTE.

BERNARDINO SEBASTIÀN MANUEL

EL TIGRE AMAZÒNICO.

No deja de ser extraño que el acontecimiento haya sucedido jústamente en un pueblo perdido llamdo Atalaya, protagonizado por un periodista Asháninka. Atalaya significa buena vista, y se trata entre otras cosas de la revista de mayor tirada en el mundo. 42 millones de ejemplares.

domingo, 4 de septiembre de 2011

LA LENGUA PERDIDA

Los nunca invisibles agentes de seguridad del estado del Congreso me caían bien. Es cierto que yo no a todos, pero algunos eran particularmente amables conmigo y, pese a su rígido escrutinio y sospecha de todo y de todos, solían tener declinaciones gentiles hacia mí, porque juntos pasábamos mucho tiempo, y tal vez porque les gustaba cómo les escupía y maltrataba a sus jefes, los políticos.
Yo era un dinamitero político. Sabía hacer bien mi trabajo. Podía conocer todo lo que pensaban los políticos. Me temían por mis preguntas, por lo que escribía, por mi creatividad para convertir en noticia sus presencias anormales o sus ausencias, igualmente anormales, como por ejemplo, cuando desaparecían del pleno para esconderse, no miento, en el baño, y sentados en un wáter esperaban que pase la votación.
Los de seguridad de estado, con sus trajes azules y corbatas igual de baratas, estaban acostumbrados a mí, y desconozco cuando fue que de ser natural, homo sapiens, pasé a objeto, como una columna, escaño o puerta que detecta metales. Los tipos ya no sospechaban de mí.
En verdad, pues, pasaba tanto tiempo en el Congreso que estos hasta me pedían que cierre la puerta. Vaya confianza.
Como dije los latigazos que brindaba a los parlamentarios y ministros empezaron a ser de agrado para los agentes que mostraban más simpatía y confianza en sus miradas al extremo tal que algunas veces hasta me invitaban a sus parrilladas.
Un día noté que pese al calor aún vestía sus trajes pesados de invierno. Se asfixiaban con tan altas temperaturas y pese a esto no eran capaces de abrir la boca. Publiqué un artículo sobre la tortura térmica a la que el insensible presidente del Parlamento los sometía, argumentando que su aturdimiento ponía en riesgo la seguridad del parlamento ya que, sin aire acondicionado, el calor producía sueño.
A los dos días aparecieron con guayaberas, y esto me lo agradecieron infinitamente. Incluso hasta ahora.
Cuando recalo por algunas discotecas, donde estos dobletean los fines de semana para ganar un sencillo, me invitan a pasar sin pagar, como si extrañaran ese ademán. Igual hacen cuando los veo por el aeropuerto.
Por eso es que yo también los empecé a verlos de otro modo, a valorarlos, aunque con mis reservas, pues de hecho tenían orden de vigilarme, y claro, mi nombre aparecía en muchos reportes que ellos mismos escribían.
Yo sabía que mis enemigos me filmaban y los agentes me recomendaron cuidarme en mis rutinas diasrias, sabiendo, con seguridad -de estado-, que me iban a hacer daño.
Entonces yo los maniataba a mis posibles enemigos, poniendo en el diario que se venía un atentado a un periodista. Incoluso ataqué al jefe de seguridad de estado, revelando sus francachelas que se daba en el parlamento los fines de semana insinuando que aspiraban cocaína y que nada malo sería un examen toxicológico con una muestra de cabello.
Nada me resultaba más inquietante que escribir esto, sabiendo que la víctima en potencia era yo mismo. Así disuadía cualquier ataque. Me odiaba el procurador del Congreso, un afeminado que gustaba teñirse y cortarse el pelo que andaba en su auto último modelo, pero de segunda, que no se por qué sospechaba que le pensaba hacer daño desde que su novia, una ramera que trabajaba de secretaria en el Congreso publicó sus e mails. Le tuve que decir que no lo haría por que no era importante.
Pero volviendo a los agentes, el flujo de información clandestina entre la seguridad de estado y este periodista enemigo era cada vez mayor y llegaba a extremos.
Cuando uno se acerca tanto a las fuentes de información todos creen que uno sabe más de lo que en verdad se sabe. Ni yo mismo sabía cuánto sabía. A diferencia de Sócrates que decía sólo se que nada solo yo decía a mi interior: sólo se que sé, que muchos creen que sé mucho más, perom yo no sé qué sé.
Pero aunque podía jactarme de conocer todo el Congreso, había algo que desconocía: la sensibilidad artística de estos agentes de seguridad de estado, mirapotos profesionales, poco elegantes y con toscas expresiones.
Cómo podía pensar en que tenían algún tipo de afición artística, si estaban parados todo el tiempo en un mismo lugar sospechando, burlándose, maldiciendo su vida.
El presidente del Parlamento tenía una afición a los hippies tremenda, y por esos días había contratado a una española muy fachosa y mariguanera, eso sí, muy sesuda, a quien la puso de directora de prensa: La mujer, completamente alocada, con pañuelos orientales y cabellos crespos, no podía evitar sus tronchos y era amiga de varios artistas, algunos de ellos muy volados, que nunca leían la parte política de los diarios, pero que a petición de su amiga que les daba trabajos, llegaban al parlamento, algunos completamente drogados.
Uno de ellos, barbado, encorvado, chompizul, apareció con la mujer esta con un proyecto. Exhibir en los jardines sus esculturas cinéticas, hechas en piedra con formas diversas, aves, animales, insectos, cosas. Cada escultura la conformaban muchas piezas de piedras unidas sin pegamento y que equilibraban entre sí con una exactitud asombrosa.
Observé desde hormigas hasta osos equilibrantes, los que al menor soplo del viento se balanceaban graciosamente. La exposición, informaron, iba a durar tres meses.
Cuando inauguraron la muestra fueron todas las viejas buenotas a mirar la obra, y se hacían las felices mostrando sus trajes. Los mozos pasaban vino. Los artistas, con sus trajes informales, hasta sucios, conversaban con los políticos, y la asesora de prensa, vestida completamente de blanco, se mostraba más feliz que nunca. Se había fumado un tronchito en la sala Basadre.
Los de seguridad de estado estaban hartos de ella, pues una vez se pasó de vueltas y se le ocurrió encerrase en uno de los ascensores, obligando a los ministros visitantes a bajar por los escaleras. La sacaron semi desmayada, vomitada, en una operación francamente escandalosa que lancé en el diario con sorna y ventaja.
Pero la muestra de esculturas cinéticas estaba encaminada, y el clima de fiesta en ese medio día nublado lo afinaban las copas de vino blanco y bizcotelas en un rumor snob muy característico.
Los agentes de seguridad de estado, muy erguidos y serios, miraban hacia adelante. No se divertían. Les llegaba al huevo la obra. Estaban molestos porque, a petición del artista –a quien a la larga lo denunciaron y botaron por jalar cocaína en la presidencia- su obra era maestra y por lon tanto necesitaba vigilancia.
-Fumón de mierda cómo va a ser maestra esa huevada- decía el chato.
Los tres agentes asignados lo odiaban, pues por culpa de estea deberían estar mirando su porquería cinética, nada menos que por tres meses.
Al principio ni miraban las cosas que parecían flotar. Chismeaban del crédito para zapatos de la cooperativa de la vuelta, o de la puta de Rosita que tiraba con el edecán, y que esta al cansarse de ser la amante llamó a su esposa, y que para vengarse dejó su calzón rojo en la mesa del presidente ocasionando un barullo que nadie sabe cómo terminé publicándolo, sin imaginarse que esta mujer me anunció que haría eso, y hasta me pidió que arruine la vida del pobrecito soldado elegantón.
Pero, poco a poco, se fueron terminando los chismes, y comenzaorn a aburrirse, a hablar cosas poco interesantes para ellos. No les quedó empezar a destilar la duradera observación de la obra.
Sus comentarios hicieron una curva Panamericana, desde la burla hasta observaciones cada vez más estudiadas sobre la física, química, psíquica, lenguaje y estética de las piedras flotantes.
Al mes, no pudiendo desprender la mirada de estas piedras, ya las conocían al dedillo. Incluso podían reconocer las tonalidades que iba tomando cada piedra en la medida que cambiaba la luz del día.
-No, es verde.
-Tas huevón, es azul.
-Huevonazo, tiene rojo.
Así discutían los agentes.
Era extraño, pero ya las conocían acaso más que el mismo autor, y hasta encontraban en algunas de ellas defectos formidables que no eran arte sino efectos del cansancio, improvisaciones, malestar, un ¡ya pues, hago el corte a la que chucha! del artista.
Incluso dijeron por ahí que, a juzgar de las alas, aquella ave fue hecha con mayor cuidado, y que seguramente por las mañanas. Concluyeron esto al notar sus irregularidades a propósito, muy bien labradas, una textura casi cósmica.
Un día no pudieron más y , sabiendo que solo debían estar parados frente a las obras, y nadie le siba a pedir que hagan otra cosa, Trajeron un keke de marihuana. Los tres agentes reían como idiotas por horas sin que descubriera nadie lo que pasaba.
Así la pasaban. Y se dieron cuenta de porque su enormidad. Para evitar que el viento las zarandee a su gusto. Dos metros medía cada una, y era muy difícil pensar en cuantas miles de piezas podían contener. Solo se notaba una ociosidad enorme, un trabajo fabuloso, un culto a la nada sin precedentes para estos chicos de seguridad de estado.
Pero una tarde de kekes, notaron algo raro. Y redactaron un informe para la presidencia, un informe de tres vigilantes que comían todos los días kekes de marihuana. “Asunto, sustracción de pieza de las esculturas cinéticas. Alguien ha robado una de las piezas del cóndor”.
El presidente del Congreso, sabiendo que el artista era un pendenciero peligroso, al ver el informe decidió ir a ver qué pasaba. Y se encontró con que la estatua del cóndor estaba igual.
-No veo que le falte nada- exclamó.
Pero los agentes de seguridad de estado estaban tan familiarizados con la escultura que le trataron de hacer ver una declinación de 0.023 grados a la derecha.
- ¡Pero ustedes están locos, cómo pueden darse cuenta de esto! - dijo el enano calvo que presidía el Congreso.
-Lo sabemos- Replicó uno de los agentes, y podemos saber qué falta.
- No pueden ustedes decir que algo falta- dijo el presidente.
-!La lengua!- dijo el más gordo.
- ¡Que lengua!
El presidente del Congreso sabiendo que su fama era de un mujeriego que metía a las chicas en los sótanos del Parlamento, pensó que las connotaciones sexuales de la noticia y que no sería raro que en esos momentos la lengua esté propiciando el deleite de alguna mujer poco pudorosa.
El presidente ordenó clasificar el documento para que nadie lo sepa.
Aparentemente la lengua no pesaba más de 100 gramos y era una pequeña piedrita con dos puntas que salían ligeramente del pico.
Cuando supe de aquel informe, pude percatarme que, de haber estado frente a la Gioconda o a cualquier abstracto de Klim o Kandinsky, el resultado habría sido el mismo, una mirada escrutadora, capaz de exprimir hasta el último detalle del objeto visto, hasta la sospecha absoluta, esa misma que se da en el tirón que tensa nuestra objetividad con nuestra subjetividad. La sospecha de que la estatua estaba a tan pocos grados inclinada fue primero una duda, la misma que existe en todos nosotros, cuando no creemos que murió un amigo, la misma que nos hace pensar si fue cierto que tenemos una enfermedad incurable, o si es que ella en verdad aceptó irse a la cama. Esa misma sospecha es la que nos permite descubrir el infinito, el mismo que habita o que se esconde en el arte, la misma que me dice que no todo lo que tú dices es verdad, y la misma que me viene a la mente cuando me dicen que sólo algunos tienen el don de ver bajo ciertos niveles de objetividad el arte.
Las agentes terminaron su servicio, y había algo distinto en sus miradas, una rara luminosidad en sus rostros, un pequeño desacuerdo en su mueca, parecían haber crecido, algo. Fue por eso que no me atreví a escribir que el espíritu del arte hizo su trabajo en mis viejos amigos, a quienes suelo visitar de vez en cuando a el manicomio, después de enterarme que asesinaron a la rata gorda que por esos días ostentaba de presidente del Congreso.

sábado, 3 de septiembre de 2011

VE, VE, VE

Por qué tienes que ser tan inevitable si eres vida y no muerte. Si amas al que crees que ya no existe. Sal y no te vayas. Nunca.
Imagínate que me amares, y que me guste no solo que me amaras, sino cómo me amaras. Imagínate que por encima de las cosas que no me gusten, no solo me gustara que me quieras, sino que me guste como me quieras. Imagínate que eres real y que yo no sea real. Que pueda atravesar tus sueños, todas tus barreras, y que sea tan inseguro que me temas, que no me predigas, y que te convenza de que necesitas ser un poco estúpida.
Imagínate que me acompañas en esos momentos en que me gustaría un alter ego y comer mangos fríos en tajadas una mañana de verano. Puedo entender que a John Lennon le pasó esto, exactamente, porque nunca fue suficiente la vida para eso que necesitaba amar, ni suficiente en muchos otros sentidos.
Pero qué hermoso sueño sería haberte visto una vez más tus ojos cerrados y sin brillo de tanto amar, que con ese brillo de quien roba apenas unos minutos de su vida para mecerse en mi mirada hoy, como si fuera ayer.
Navidad 1914. Estamos solos en la nieve, pero aun tañe la María Angola atravesando las ondeadas nocturnas, como llamo a las lomas que escasean entre tanta montaña.
Mírame una vez más así. No debiste molestarte contgo.
Cómo quisiera, amor mío, sentir tus brazos, tus dedos romos, y tu boca mordiendo mis uñas sucias de tanto ardor. Cómo quisiera robarle el peine a tus rulos y olerlos casi con la misma intensidad que mi tacto. Cómo quisiera que sigan allí esos rulos y no esa rama alargada de tristeza. Te escribo cariño para esos momentos tristes, ni tan terrible sin insalvables, pero esos momentos en que sientes verdaderos deseos de llorar por esas cosas que hacen mierda tu vida. Como me gusta la palabra children, no lo sé. ¡Hay cariño! No sé porque estás en tantas sonrisas, ni por que como una bala atravesaste a tu modo todos mis amores para nuevamente destrocar mi corazón.
He fumado uno de esos y estás como si te negara todo este tiempo, vivita y coleando, merodeando entre las piedras como una lagartija triste pero activa, demasiado activa.
Oh nena, no me cojas la cabeza así, nunca seré u perrito pequinés. Te decepcionaría.
No te dije que a nadie le importó nuestra historia de amor, y que cuando la escribí tampoco. Tal vez te saliste con la tuya de que esto solo sea nuestro.
Nunca dejarás de amar al que piensas que no más soy yo, porque todos estos años hice estupideces suficientes para no llegar a grande y sentir el amor que me profundiza esta madrugada nuestra. Porque sé que en ese aéreo, justo cuando despega esa lágrima, esa lágrima clara la darás por mí, y aunque no te veas en la ventana correrá la lágrima que nuca cae bajo el techo gris de nubes que nos separa, nubes, nubes y más nubes.
Ve amor mío, ve, solo supe decirte algo en la vida amor mío, amorcito, ve, ve cariño ve.