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miércoles, 3 de diciembre de 2008

EL CRIMEN PERFECTO


Era muy tarde. Una o dos de la madrugada. Conversábamos en círculo en una esquina. A lo lejos apareció con ropa de quien visita a su enamorada. Es decir, limpio. Se detuvo, encendió un cigarro y contó los sucesos. No era un querer ufanarse, no. Era sólo un muchacho que contaba lo que para él era importante.
-Me la chupó en el ascensor. Lo bueno es que se trata de una mujer muy liberal. Le encanta bailar, gozar, y está en su derecho. Lo malo es que su mamá la otra vez encontró una gotita en el mueble.
Era grato escucharlo. Todo contaba seriamente. Como esa vez cuando Horacio Paredes, el productor de teatro que apareció muerto en un hotel lo quiso seducir en el mismo mueble donde estaba segundos antes con su novia que fue a la cocina por un trago.
Miguelón era uno de los chicos del barrio más originales. Tenía algo de animal. Mas bien de perro, yo diría. Era alto, muy atlético, mirada serena y risueño en una dosis muy medida. Parecía un tipo serio, aunque yo dudé de que lo era a partir del momento en que su casa se volvió el club soñado por todos nosotros, a propósito del repentino viaje de su madre a Estados Unidos.

La personalidad de este amigo era, redundemos, amigable pues tenía el don de no considerar nada secreto, nada era malo, todo iba más allá del bien y el mal. Naturalizaba cualquier hecho que iba desde contar que su papá tenía la rara afición de ir con el auto por los barrios peligrosos para que lo asalten y de esta manera dar uso a su bereta de 9 milímetros hasta practicar algún tipo de zoofilia.

Sobre lo primero, me dijo que eso de matar tipos era como ir de caza aunque sin maldad. Entre patos y delincuentes, su padre prefería los pícaros ladronzuelos, a veces muy dañinos y que moraban en las sucias calles de El Callao, La Victoria, o Villa El Salvador.

Con este espíritu tan natural, Miguelón amaba a una chica muy alta, histriónica, espectacular según su atuendo que llevase, y orgulloso hablaba de ella, mostrando los vellos públicos de ella a un auditorio de curiosos, los cuales guardaba cariñosamente en su billetera.

Eran gruesos, castaños y brillosos. Miguelón confesó, "y no es por el champú".

No podíamos dejar de pensar en esos bellos cuando hipócritamente la saludábamos en las fiestas, donde Miguelón la llevaba con mucho cariño. Una gran chica. Se ganó nuestra estima más allá de sus pendejos.

Como decía, esa vez su madre viajó a Estados Unidos y teníala misión de mantenerla limpia y con el silencio que la caracterizó siempre.

Era una casa pequeña, de un piso, muy simetrica y graciosamente adornada. Su jardín era correcto y su sala tan acogedora como ligeramente elegante. Se sentía una atmósfera muy grata.

Durante aquel viaje, Miguelón abrió las puertas a todos, y lo que era un anochecer tranquilo en el barrio, se convirtió en una madrugada interminable con entradas y salidas a toda hora de esa casa en cuyas cortinas se dibujaba el perfil de escenas cojonudas de sexo, drogas y rokcandroll.

Tenía en su jardín una planta de marihuana la cual estaba bien crecida, y que era constantemente podada por nosotros, abitúes de su casa, y planchaban los verdes moños un comité de voluntarios que bien se dividía el trabajo con esmero.

Mi amigo Jean Luc, suizo completamente loco, (dedicó los ahorros de toda su vida a hacer una película sobre un choclo), no teniendo donde vivir, pues su futura suegra lo encontró follando con su hija me dijo donnde podré dormir. Recayó en la casa de Miguelón, sumando con su experiencia helvética un club muy colorido e irresponsable.

Hasta que no cabía un alfiler y se ténían que dar turnos, pues la sala, la cocina, las habitaciones, todo estaba repleto de gente en alguna actividad poco teleológica.

Me causó gracia ver en una de las paredes la imagen de Don Bosco, y unos pensamientos de cómo llevar la vida de la secta Nueva Acrópolis.

Indudablemente la casa de Miguelón era nuestra nueva acrópolis, donde la cópula se juntó con la mácula y el desierto se hizo bosque en un milagro incondicional que no nos exigía avemarías.

Al poco tiempo la madre de Miguelón anunció su regreso de Estados Unidos. Miguelón anunció el suceso. Vi a Josep, Giorgo, Choby, Kike, etc. con sus delantales y plumeros, limpiando, encerando, hasta remendando el eproducto de su fechorías. Recuerdo cómo lanzaron el desodorante, quedando en tres días la casa flamante. La madre llegó con regalos y Miguelón fue a recogerla al aeropuerto. !Hay cómo extrañaba mi casa!, dijo su madre.

-Mamá, esta casa sin ti no es lo mismo- respondió el hijo amoroso.

Fue cuando comprendí que si era posible el crimen perfecto.

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