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sábado, 3 de octubre de 2009

desarticulacion, peras y vino

Las peras del olmo se cansaron de no existir y empujaron el concreto como las flores de los años 70, aunque, y he aquí la perfección, de su soledad, desarticuladas de cualquier esperanza.
Tanto palabreo para mostrar esa desarticulada esperanza en la que la vida sigue, atrabiliaria y sin respuesta, pero más aún sin preguntas, coja y cansada de evadirlo todo con alguna que otra droga blanda.
Detesto la alta verdad, preiero la mediana, mejor si es chiquita que se acerca a la fantasía, que ya es fantasía verdadera, la que agujerea el tiempo para ingresar su hilo penelopezco en consideración a la chompa de esperanza trenzada para cubrir de tanto frío a la desarticulada esperanza.
Vivo en la desarticulación consentida, y esperanzadoramente escribo sin especular, en sentido de bolsa, la mínima ocasión anímica.
Física y a-dinerada la desarticulación organiza la claridad del día gris, extrañando el salir a los campos verdes y cielos cristalinos donde parece habitar la vida, aunque para ser sincero, solamente otra versión -más- de la desarticulada esperanza.
Mecanizo un poco y pienso en las peras del olmo y los hortelanos sin perros y configuro, pues, la convicción continua…y persiste la coincidencia. Un testigo de Jehová. Las verdades nunca paran, compiten entre sí, y somos las almas buscadas para equiparar los imperios. Le escucho. Soy su vecino. Sigo parado con la puerta seiabierta. Es la primera vez que alguien me atiende. No se, tal vez intuye que ando en un lío y necesito chuparle la vida para vivir. Me dice, tenga este librito, gratis, lo tomo. Abro una de sus páginas y habla de medicinas contra las desarticuladas esperanza.
Y digo, por la puta madre, si dios hizo con el pan vino ¡por que mierda los olmos no pueden dar peras!

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