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viernes, 18 de junio de 2010

NI ROBERTO CARLOS

Y aquí vamos.

Adous Huxley muy bien escribió en su novela Contrapunto, “elijo a mis enemigos por su inteligencia, a mis conocidos por lo que tienen y a mis amigos… simplemente por su aspecto”. Aplaudo la idea pues solo así se justifica la misteriosa empatía ente amigos de verdad, cuyo voluntariado se da a ser en los menos deseosos conflictos del vivir.
Es el caso de Pepe Cruzate, Aldo Valladares y un amigo de Vicky Bocangel, que sin dudarlo asumieron la militancia en esa desigual guerra contra la muerte en la que estuvo la señora madre.
Ellos, amigos míos, pero mucho más de mi hermano Martín, acudieron al fragor de esa lucha de insomnios, sobresaltos y nervios pelados, con sinceridad inmediata y asombrosa desarmando todas mis ideas y dejando en ridículo a mis desconfianzas precavidas.
Que decir de Noris la nurse bajada del cielo hecha en si una aparición en medio del optopus de la muerte que lamía día a día los flancos menos fuertes de mi madre lacerándonos no solo en su bios, sino en su mente con la angustia, desesperación y desdicha.
En la lluvia tóxica del diario, Noris aparcó nuevamente en nuestras vidas, esta vez de enfermera que dio toda su artillería desde su posición en la Unidad se Cuidados Intensivos, para impedir lo inevitable.
Katy Durán, ella si, mucho más cerca, fue parte de la cadena de amigos que como los de arriba, dio su cuota de sangre para embestir al monstruo que no cesaba de morder ante la languidecencia de mi madre diciendo si a la primera, y lo dijo si porque Malú, que ya había dado bastante a su suegra, la mamá de Tataje, no se conformó foneó a la Kathy.
Kathy se hizo huracán enconmendándome ahora tantas preguntas de cual es el origen de ese potente corazón.
Arturo. Que decir de el, presente, con su lugar ahí, casi autoritario en el fondo, hermano en la virtud y los defectos estuvo, y Yohve, amigo a la primera, víctima de mis bromas y colega de Dios en oficio y gratitud, de mis bromas y colega de Dios vino con el viento que trajo a María del Pilar, una tormenta pinkfloyana, Renzo, estrenando escritorio y vuelos, Robert, amigo blindado de siempre, y todos los que estuvieron allí, también asomaron al abismo para detenerme por si, a lo mejor, de esas antiganas, la misma que tienen los que hacen péndulo entre el no retorno y la impotencia.
Por que si, estuve impotente, maldito, hereje desafiando como Ulises al que le dio a ella el destino trágico que no mereció en mi simple y furiosa comprensión.
Norma hizo todo lo que pudo, lo mejor que pudo, y la levantó a Elsa en sus más espantosos momentos de agonía, le cambió los pañales y enfrentó el amor a una suegra madre como solo lo haría una hija agradecida.
Cada quien en su turno, Nieta se ganó el titularato de la resistencia que como rodrigón hizo el porsiacaso a un derrumbe en las dos jornadas de vigilia, y vino su hermano Tomy, gran tipo, mas aun sin pelo, con su mujer, la Yoyo. Destilando solidaridad Coco, quien más allá de la ética y el deber, siempre sugirió la calma y así brindó en este amargo momento por los otros momentos vividos y por venir.
La muerte de mi madre vino, claro, con reapariciones de sujetos memorables y extraños, Juan Colchón Celada, Enrique, el dr Lorbais, embajadores de Santander, la calle de las pocas chicas, aunque si de una bien linda con lentes de psicologa, y de condenados no se que, pero a algo, a propósito de las decaidas ramas de los árboles asfixiados, cuyo perfime inspiraba nuestras viejas madrugadas.
Las ricitos que se pusieron al frente, sonrientes, como siempre, y en un lugar aparte, y no por negro, el “negro” Aldo Valladares, que esta vez no se que penitencia estçe cumpliendo –son tantas en su vida- que se puso la camiseta de Anibal, o Ulises, para dominar la batahola que nos acorralaba en un dolor matizado por sonrisas circunstanciales.
A todos ustedes, gracias por haberme mostrado que no estaba en lo cierto, pero también por darme la oportunidad de equivocarme, reafirmando mi desatino perpetuo y que por algo recordamos a ese que decía ¡Cosa mas grande la vida!

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