Vistas de página en total

domingo, 6 de septiembre de 2009

GUILLERMO THORNDIKE


Por José Calderón
Necesariamente defectuoso, si, así me parece que es la forma de ser de muchos buenos periodistas, me comentaba Kelly Hearm, ganador de la beca Pulitzer en un alto en el bar de Chete, donde perro, pericote y gato de aquel pueblo de la selva tropezaban las miradas.
Festejábamos nuestra defectuosidad, los arrebatos, sufrimientos y casualidades en la tratienda de cada despacho, en su caso, de Georgia, Beijing, Argentina, esta vez de Perú, con motivo de la masacre de Bagua, o en mi caso, ¿que decir?, desde inaugurar un estúpido parque o Europa, huzmear por el Congreso, los mercado, o las divertidas selvas peruanas, por que no, del VRAE.
Pensé en mis desatinos periodísticos, no de fondo, pero si de forma, como si
algo maligno y políticamente correcto haya emancipado al periodismo de la belleza.
Y en medio del periodismo crepuscular de hoy, trabajar con Thorndike era una de las pocas salidas. Por cierto, un escape ambivalente: por una parte era cuestionable: era un gran puta que comulgaba con el hampa. Pero por otra, escribía igualmente de puta madre, deliraba y estallaba. A su lado se garantizaba el regreso a la acción, al rigor estético, abismarme a Mailer, Capote, Santana y Aerosmiht, juntos al cerro San Cosme.
Lo conoci años atrás en un diario pulguiento -los hay tantos- que dirigía un enano venerado por las putas de baja monta de Colmena, y que tuvo el atrevimiento de burlarse del talento de un gringo en caída. Si, decían que el enano le dejaba paquitos de coca en la mesa. Hasta le tomo al gringo una foto dormido. Curiosidades de la vida. estar allí era un problema para mi. Pero el gringo, a pesar de vivir un mal momento, atraía gente entrañable, el uruguayo Sengo, Manuel Cadenas, en fin.
Salí pronto de ese diario y ui de tumbo en tumbo, un poco por aqui un poco por allá.
Pero después de años, nuevamente el destino trajo el nombre Thorndike a mi vida.
!Oh no!, exclamé después de la llamada. La banda de malvivientes se reunía en una nueva fórmula seductora.
Era algo tan seductor a tal extremo a medio editar abandoné la revista de economía donde agonizaba solamente para reunirme con el equipo que Thorndike estaba formando. desde lugo que Manuel Cadenas me recomendó.
Este y Milagros Rumiche, el “Flaco” Eduardo Deza, el “Chato I” Aquije, Eric Dañino y el "Chato II"Farje, Miriam Valenzuela, Itala Uribe el "Paiche" Elmer Olótegui, el siniestro Plinio Esquinarila, el "loco" Polar y el que firma, fuimos arrancados del quehacer crematístico de mediana o baja intensidad donde nos disecábamos para ir al importantísimo papel de defender con cuchillo, dientes y botella rota en mesa de cantina de Manzanilla , cada página de un periódico dudoso y con olor a baño de estadio, con un atractivo titular y una crónica “sabrosa” como ordenaba el "gringo", no obstante la destartalada locomotora que contábamos, propiedad de unos judíos apestdos por la comunidad, por pillar su fortuna con doctrinas no contempladas en la Torah.
Pesea todo e trataba de un diario como otros, dadaista, nada ingenuo, donde más allá del bien y el mal, empezamos a burilar un día a día fascinante con periodismo duro, sudoroso, con olor a axila, y no el que se acomoda al cliché de "periodismo de verdad" cuando solo se trata de una mermelada televisiva.

El "gringo", a diferencia de otros medios, nunca subestimó al público y tocaba exactamente al nervio social abandonado por los otros periódicos... pero contradictoriamente y al mismo tiempo, donde cuecen las emociones subalternas de un país descontento en busca de venganza contra sus poderosos, en este caso el gobierno, enemigo de los Wollfenson.
Si me quedé fue por dos cosas, porque el gobierno de Alejandro Toledo era corrupto hasta el extremo, pero también por que amaba el buen periodismo. Pocas veces vi un director más apasionado que con gran olfato era capaz de poner un "pan con cáncer" en portada o bien a una caña de pescar.
Nos obligaba a pensar, a estrujar la realidad, sea del congreso, fuente que me tocaba cubrir, palacio de gobierno o de justicia, pues tenía claro que el éxito de un diario en mucho dependía de la sintonía con la calle, como diría Ortega, "el área triunfal del hombre¨".
Descubrí que esta regla era general en el mundo, no solo hablando con Robert Clark de National Geographic, sino especialmente con Kelly Hearn del Washington Times, ambos apasionados, obsesionados, absolutamente necesitados de ángulos distintos y sensacionales.
¿Qué no? Clark me explicó que estaba en el Perú por la hoja de coca. Abrió su mochila y sacó un dibujo inca de una hoja de coca. A su lado estaba un personaje con una erección que cai sobrepasa el borde del papel. ¿Cómo explicas esto? me preguntó. Buena interrogante. Millones de norteamericanos y europeos saben que la sexualidad muere con un tiro de cocaína. La respuesta estaba en que solo uno de los 14 alcaloides de la hoja era la cocaína y el resto, por el contrario era energizante.
Esto es buscar un ángulo distinto.
Thorndike conocía los valores periodísticos universales y estar a su lado implicaba consultar a diarios de otras partes del mundo como The New York Times, en otras palabras, desprovinvializaba este oficio tan maltratado, especialmente por los propietarios de los medios acostumbrados a tener esclavos y no a periodistas.
El "gringo" quería que la realidad se fragüé en la redacción misma.
Una vez que estuve en el Tage Zeitung de Berlín, el editor general nos dijo a los periodistas latinoamericanos que los visitaban que "la realidad debía entrar por todas esas ventanas".
En el fondo esa era la premisa: rendir tributo a la rara misión o manía de ser los primeros y conjugar el infinitivo ser y estar, llegar a estar en el corazón de nuestros lectores, ricos, pobres, ignorantes y cultivados.
He allí la impronta existencial que nos excitaba y que hasta ahora no lo comprenden los imbéciles que criticaban esto sin sopesar que trabajar con Thorndike era, a lo mejor, la última oportunidad en el Perú de conocer a un periodista forjado en el romanticismo de una Lima hoy degradada e insípida, donde los climas y aromas de la estética de los 50, no más existen.
! Imposible perder!, !menos arrugar o ceder! El objetivo !vender, ser y dejar de no ser! Con esa mentalidad acudíamos diariamente a nuestras fuentes. Debíamos ser los reyes en nuestras fuentes, los mariscales de los campos minados.
Pero entonces !uggg! aparece esa muletilla tan emperifollada de la ética. En nombre de la ética mucho se ha mentido. Su labor taxonómica de los hombres ha sido digna de parangonarse con la miseria intelectual que repta diariamente en las publicaciones.
Además, la ética, consustancial a la verdad periodística, puede en países como el nuestro ser la coartada perfecta para ocultar las incapacidades de no poder hacer lo que a veces lográbamos en una dialéctica de gines tonics entre amigos, por ejemplo, un sábado por la tarde con "mi pequeña redacción de fin de semana", como nos animaba el amigo Thorndike, en una rara faceta de hombre tierno, pese a su inequívoca simpatía por el mal.
Mi padre asombrado por uno de los tantos viros de gringo, a quien apreciaba, me dijo "el talento no discrimina al bien y el mal".
Yo diría que trabajar para Velasco lo dañó, y seriamente a el y al periodismo.
Retrocedió la estética en general -¿no ven el Centro Cívico?- y el periodismo bueno cayó de rodillas.
El gringo era un fórmula uno, y si uno va a tanta velocidad, casi no hay tiempo para amar otra cosa que la rapidez, por eso tantos casos de desarreglo personal en los buenos periodistas, y Thorndike, como dijo en su monólogo con Peru 21 que los de su generación vivían 24 horas por adelantado, y es por eso que en un raro ejercicio de abstracción, ponía en marcha su inconfesada máquina del tiempo, y pensaba en la portada antes de tener la noticia. Cosas de periodistas, no de "decadémicos".
Más allá de sus fechorías, nada pudo arrebatar la exquisitez periodística con la que invadía todo. Tenía magia.
Pero hay algo muy importante, y paradójicamente en contra de sus detractores, entre quienes me encontraba, se que cuando trabajé a su lado nunca mentí y, eso si, latigué con la verdad como nunca antes pude, irónicamente, sobre un gobierno hipócrita que regalaba, como ahora lo vemos, el gas a los intereses mexicanos, los cielos a los chilenos, un régimen con patente de prensa para mentir el origen de la parálisis la infeliz ex espía del SIN para ganar puntos, y que falsificaba firmas con ayuda del Dr. Medelius, raramente fugado y perdonado, para llegar al poder, y donde el presidente estaba en bata a las 0nce de la mañana y no reconocía a su hija producto de su aventura con una graciosa , pero pobre piurana .
Si, la ética claro. ¿Por qué otros callaban y nosotros no? ¿Por no favorecer a los fujimoritas? !Vamos que mentira!
Nosotros usábamos a los intereses del periódico en vez de que ellos a nosotros para poder escribir con libertad. Por eso Moisés Wollenson, antes que se de mi renuncia pública me dijo, "es la primera vez que los empleados me botan con una patada al culo".
Cómo olvidar la vez cuando el congresista de izquierda Javier Diez Canseco me retó a publicar sus declaraciones contra los judíos -Moisés Wollenson es judío- y yo desafiante le respondí que si no las publicaban renunciaba, pero eso si, antes el me debía el responder cosas como donde estaba su asesor que desapareció al descubrirse que hizo una ley para beneficiar con una millonaria jubilación a unos pocos, entre ellos a sus pares. Diez Canseco olvidó hasta donde nació Marx y tuve que corregirle. Al día siguiente estaban sus palabras antisemitas en el diario de los judíos y no me botaron. ¿Qué periódico podía darse el lujo de permitir a un periodista suyo escribir contra la fe de sus propios dueños? Ninguno. Menos los diarios más "decentes".
Finalmente, eso no importa. Fujimori sigue preso y los que erraron fueron castigados. El gringo era la respuesta al quietismo de facto del diarismo al que debíamos de conjurar un ataque, por eso, atina Lauer al llamar a Thorndike "El guerrero".
Tal vez para entender al gringo en sus grandes equivocaciones habría que leer El americano impasible de Greene, cuando el veterano periodista que gana el Pulitzer, alcoholizado y amanuense de los generales en Corea, confiesa al reportero novato que llega al paralelo 38 que su famosa crónica que le hizo merecedor de aquel premio tan distinguido fue inventada. Estaba harto eso es todo. Del mundo, de su país, de si mismo. Y claro que hay razones para estar harto en el Perú.
¿Es que alguien puede decir que el periodismo no es impuro? Tan impuro como el fair trade que alivia la conciencia de los consumidores europeos.
La verdad asociada al talento y la pérdida de respeto a los que engañaban con sus juicios éticos al pueblo para legitimizar sus hurtos era mi estímulo y el de mis ex compañeros.
Solo así nos hicimos respetar, pienso que debido a que inconscientemente teníamos claro que el diario ese era la indecencia en su más extraña contradicción. Por que como cafetera desfinanciada que era, al menos para nosotros, producía más verdad que otros, por lo que el gringo nos decía que después de muchos años había regresado a ese periodismo básico, redondo, sin fisuras, que necesita vender para existir, ya que no era La República ni una biografía escrita a sueldo y antojo de un ego. Era un diario que se jugaba su existencia.
Proscrito de los subsidios estatales, nos regocijábamos de ver nuestro trabajo en una nube de viandantes que gastaba su dinero para comentarlo, lo que nos hizo comprender que la magia no había muerto con Raúl Villarán o la generación que se acaba con Guillermo Thorndike, mi padre Gerardo Calderón, o Alfonso Tealdo. Sucedía lo que en El poder y la gloria de Grahan Greene, una sobrevivencia de la fe y esperanza a la muerte, como si la verdad en si misma estuviese dotada de un poder.
Thonrdike y su enormidad física que tantos problemas le hacía en la presión y los pies, bailaba a la llegada de las noticias que en mi caso o el de Milagros lográbamos como jugadores de póker que fingen una buena mano solo para despistar a los contrarios.
Y recuerdo que cuando estalló el caso de las vedettes del Pronaa, zonday me ordeno al teléfono “quiero una nota sabrosa con todos los detalles posibles y con un arranque probablemente diciendo que rendidos en los pantanos de la conscuspicacia, bajo las piernas de las prostitutas más baratas aquellos funcionarios de gobierno dispendiaban el dinero de los más pobres”.
Así fue, y el diario creció en ventas y, nunca casi, fuimos impagos como si sucedía en otros medios que solo crean periodistas estatales.
Pero lo verdaderamente importante fue el regreso de la estética al periodismo en su conjunto, pues cada sílaba que ladraba el diario era memorablemente cruel, y por eso mismo, bella. Era el espejo donde los egos de mayor intocabilidad hacían agua, ¿te acuerdas Charley?, y cada portada electrizante, semiclandestina y seductora, como el Mirror de Inglaterra o el Bild de Alemania, reducía a ese logotipo “La Razón” a ser solo eso, ya que todo lo éramos nosotros, los periodistas que le dábamos poder a la cafetera vieja, oxidada, con aceite reciclado, y con su propietario en cana por choro, para desenmascarar, más que la verdad de un hecho dudoso como la política peruana, la evidencia de esa levedad del ser de los poderosos, seguros de todo, pero que al sentirse tocados en sus egos de papel, se recluían como mascotas asustadas de un petardo navideño, en su cubil de caoba y brocados, donde maldecían las sanguinolentas microcomentarios noticiosos de “carnecitas”, que les herían consuetudinariamente, lo peor, donde menos lo esperaban: en su lado morboso y sensual. “El presidente del congreso ha llegado con un traje azul esperanza de seda popelina y caminadita madrileña” me burlaba.
Una tarde Manuel me dice al nextel, “necesito datos para carnecitas”, por aquel entonces la más leída del Perú. Claro, el iba a soportar los gritos del gringo si no había algo pesante y ameno. Le dije, “no hay carnecitas, pero a ver si con este bofe te haces una buena chanfainita”. Y vaya chanfainita.
Si, con Guillermo había que ser la mosca cojonera en el Congreso, y hacerlo bien, convertirse en una amenaza, porque íbamos a las fuentes como verdaderos guerreros, sabiendo que nos acercábamos a un mundo duro donde debíamos imponernos con bríos y donde más de una vez intentaron ningunearnos sin éxito, porque el cinismo y nuestra defectuosidad tal vez, nos imposibilitaba creer en ser derrotados por nadie.
Milagros era la otra mosca cojonera de Palacio. Se fijaba en lo que otros periodistas obviaban. Criolla, humilde, atrevida, sus escotes piuranos desafiaban las leyes de la gravedad y a la torcedura de miradas masculinas que capitalizada con su mueca tranquila, no carente de malicia, propia de una mujer fresca e inteligente, no obstante con varios errores en su vida.
Porque todos siempre fuimos defectuosos, igual que Manuel, de quien no he de hablar en ese sentido, raro espécimen mezcla de evangelio y venusterio, que de comer pan con pantano en la deriva de Colmena, y mira que cosa es la vida, derivó en sommelier y profesor de un periodismo que el bien sabe que no se aprende si no se nace para serlo.

Así es que al séptimo coca sour con Kelly este se ríe a mi relato de Guillermo, ¡si, si, somos defectuosos, igual que en el The Washington Times como acá, es lo mismo!
Porque Kelly es defectuoso, viaja con su camarógrafo de Los Angeles, completamente opuesto, que no toma, y si lo hace, con gotero, ni se droga, no tiene mujer en cada lado, pero eso si, es muy bueno, reconoce “por que la otra vez que se me perdió la antena para el envío satelital dije, estoy perdido, pero Dunkan –así se llama- lejos de alarmarse sacó de un estuche además de sus 200 pastillas contra todo, pues íbamos al Perú, una de las tres antenas que llevaba de repuesto”.
¿Quién era Guillermo? El que hacía eso, pues y que abusaba de su autoridad con semejantes pedorretas “capaces de abrazar” como le decía a Manuel.
Nunca supe las razones de su ser, pero si fui testigo de muchos de sus desatinos. Total ¡qué importa! Si lo importante era la palabra y el éxito en la rara misión de invitar al sueño a un colectivo desahuciado, y por qué no, llevar a primera un “pan con cáncer” vendedor o un “buenas noches Zaraí, buenos días corrupción”.
El gringo me dijo una tarde sabatina de vodka y swepes, cuando el sol entraba y formaba un triángulo en el parquet sin lustre de su minimalista oficina de Magdalena, “mira cómo en Europa es portada la muerte de un poeta”.
Su crueldad lo llevó a ser odiado por muchos, lo mismo pasó con Raúl Villarán. Es que ambos no toleraban a los imbéciles que pedían chepa y cedían a la envidia academicista, como ese que se la pasa haciendo el psicoanálisis del periodismo de los últimos años para ocultar su incapacidad de recordar con cariño una buena puteada de Villarán. Seguro no soportó ser un incapaz. Es que periodismo es dureza, mucho instinto, transpiración, obsesión y algo de suerte.
Si pues, el gringo podía ser maravillosamente cruel con los malos periodistas, pues como diría Heine, ¿No tiene Apolo derecho de desollar a Marsías?, pero era mucho mas tirano con los buenos, por lo que me remitió a tropezarme con mis testes, cuando logré la hazaña de entrar en la fiesta secreta del gobierno engañando al guachimán de que los papeles en blanco que llevaba en la mano eran el discurso del presidente, y que después me aparecí en la redacción con solo cien fotos maravillosas, de exclusiva del poder emborrachándose y tragando “!cuando pedazo de imbécil pudiste haber traído mil fotos para un año de exclusivas!”.
El gringo nos acostumbró a la exigencia, como Sofocleto ¿te acuerdas Manuel de esa loca redacción? … o mi padre, Gerardo.
Todos nos aclararon que nosotros poseíamos la urgencia del sobreviviente que se ve obligado a hacer de lo que sea, un tallo, un pedazo de carne de rata, insecto o papel, el sagrado alimento. No, me corrijo, mostraron que era posible que el periodista también puede ser una personalidad que se expresa libremente
Por eso, en esta sequía de belleza, es de lamentación incontenible la muerte del gringo, que a decir de Sarita, su última secretaria, deliraba con el baile de las tijeras, seguramente porque con ellas hacía jirones la realidad planeada y nos llevaba a Marte donde pintaba portadas a consejos de Humareda, y por ahí, solo de aburrido, hasta le ligaba fabricar un presidente, como tú que no dijiste nada de su muerte y que hoy estás sentado en la misma butaca del borrachín de Cabana, a quien una vez le gritamos en portada ¡oye reconoce a tu hija! Y, cosa verdaderamente rara… nos obedeció. ¿Que decir del gringo? Que era abundante, sobrante, exuberante. Pero igual de importante, nos confirmo la animalidad del ser periodista, ese raro instinto o don que nos comunica con las masa, infelizmente sustituido por esperpentismo gay que vemos a diario.
Por eso he tardado en escribir este reconocimiento, cuando sedimentaron las partículas de bronca y las aguas ya son claras. Descansa en paz gringo, y por ahí si vez al creador no le digas por favor cual será la portada de mañana, porque creemos que con toda su logística, no sería raro que haga algo para cambiar el futuro y nos arruinaría las ventas, y lo que queremos hacer es algo sencillamente sensacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario