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domingo, 10 de octubre de 2010

COLORES BLANCOS

Una de las que más odio son las luces blancas color fluorescente en las casas. Dicen que son ideales para impedir el sueño de los trabajadores y añadiría, para rescatar lo mejor posible la fealdad de los rostros de las personas y las manchas de las paredes. La luz blanca, sumada a los parquets sin brillo ni olor, también configuran una escena de ambiente en caída libre, mezcla de ferretero pero con con cierta vitalidad enfermiza, y que no va afín a lo que entiendo por luminosidad.

Detesto los lugares donde no pasa el aire, esos lugares de ventanas cerradas, sin música y demasiado silenciosos, pero no es que deteste el silencio que no tiene que ver con lugares fastuosos o elegantes, sino me rfiero a ese silencio enconado con lo creativo, silencio de ausencia de toda esperanza y donde las cosas aún estando vivas, digamos una planta, un pan en estado de podredumbre los hongos alrededor de una cañería mal curada, conformar un tipo de muerte viviente.
De hecho se trata de un lugar donde ha sido derrotada la pimienta, el curry y la importancia de un corte de papa. Se trata de una suerte de evento donde no habría nacido la sociedad sino un amasamiento humano sin nombre ni distingo que acumula energía para, a lo mejor, una vejez insustancial.
Obviamente, no voy a consideraciones de altitudes mayores como esperar la valoración de un rissoto que sería criticado como masacoteado. Mucho menos se consideraría indispensable beberse la coca cola helada. El primitivismo puede llegar a ser esperpéntico en esos lugares. Casi,a casi, una fosa común en vida.
Detesto a los gatos desde que tengo uso de razón. Detesto el olor de sus orines hasta su falsa debilidad. Si alguien osara llevar un gato a mi morada, sin lugar a dudas estaría ejerciendo el más refinado beneficio a su odio en contras mío, pues no solamente sería llevarme a la ruina moral, pues de hecho no podría dormor con sus aullidos, ni comer en paz bajo su mirada reclamante, sino que yo mismo sería testigo de un consentimiento que no podría haberme permitido cuando soñaba con una vida emocionante y digna, confirmando enfermedad del alma al erosionarse aun mas mi autoestima.
Pese a que detesto a los gatos, a las luces blancas de oficina, y a esos silencios de ultrasonido de los ambientes acreativos,más detesto a quienes los puedan traer a mí todas estas cosas, porque significa que mi existencia le es tan poco valiosa y estimable como para hacer el mínimo esfuerzo por impedir lanzarme a mi tan evidentemente lo que detesto, algo así como arrojar desperdicios a un tacho de basura de la cocina.
Desde luego que detesto muchos otros tipos de bichos, como a las cucarachas, más aún a las pequeñas. Sin embargo, creo que nada es más detestable que el hecho de detestar sin desearlo a esos seres que no saben lo que hacen, y que teniendo cosas buenas, tienen todo el aval del creador, sea Dio o la justicia. Lo irónico es que cuando pueda alguien intentar comprender a quien detesta, este aparezca increiblemente dispuesto a defender asu detestabilidad hacia uno en nombre de la razón, con desmesura, y sin ninguna puta consideración.

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