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sábado, 16 de octubre de 2010

I've Got A Feeling I

Había no cientos o miles, sino millones de cucarachas sobre la cocina que pese a que no era tan vieja la suciedad que la cubría ofrecía la más exquisita expresión del descuido, !tan afín! a las paredes lúbricas e iluminadas por un pálido y polvoroso fluorescente blanco.
La mesa tenía una cubierta de mantel plástico y gastado por el uso que había borrado casi todas sus figuras -me parece de cuadros rojos y blancos- mientras que el piso de baldosas amarillas estaba borroneado por una capa de mugre antiresbalosa. Merodeaba la casa un perro negro, chusco y pulgoso. Se llamaba Negro. Su hija,Tanga.
Sus amas, jóvenes, vagas y vanidosas, nunca se sentaban a comer al mismo tiempo. Se levantaban tarde. Todo el día hablaban por teléfono mientras a duras penas y sin recibir órdenes de nadie la empleada lavaba los servicios.
Las tazas, cosa rara en un clima tan poco acéptico, eran de acero quirúrgico, y por eso era lo único que siempre parecía limpio.
Todas cenaban hot dog con huevo frito comprados en ese rato en la tienda de Cartagena, y no cuidaban la figura. Es que eran unas chicas de culos espectaculares que naturalmente estaban dotadas de figura y tenían no solo el mundo a sus pies sino a un cúmulo permanente de eunucos en su puerta.
Vivían al fondo de una quinta de varias casas, todas grandes, como la suya, en una tranquila calle de un suburbio de clase media en Lima. Los árboles refrescaban la noche y los jazmines despedían el erotismo que me llevaba a esa casa como las feromonas a las abejas.
Eran tiempos cuando me gustaba ir a la playa con mi trusa, slaps y sin polo. Tomaba una combi asesina y bajaba en Miraflores, atravesando las calles sombreadas por los edificios antes de descender por los acantilados donde se abría oeánicamente la vida, las olas y el sexo. Mi padre decía que a esa edad solo me faltaba eyacular por las orejas. Y tenía razón.
Gaby era una de las chicas con quien tomaba por asalto a la vida. Tuvimos sexo en todos lugares, pero me acuerdo muy bien de aquel pasaje que derivaba a un gran parque rodeado de casas. La llevé de la mano hacia esa zona especialmente oscura. Había un granado descuidado en la parte trasera de esa casa. Le manoseé con impudicia el tremendo culo que a muchos desesperaba levantándole el vestido, como escribiendo el reggaetón, hasta la espalda, quedando completamente desnuda sobre sus zapatos en punta con tacos de 7 centímetros de alto. Otras veces la leve en la diligencia, que era un viejo microbus que pasaba por Bolívar hasta la carretera central caminando heroicamente, con una lata de atún, pan y una botella de vino malo en bolsa, hasta cinco cuadras terrosas hasta el famoso motel mal llamado Cinco y Medio.

Las conocí una noche de tragos en la casa de unos vecinos de ellas. La reunión era casi misógina. Nosotros éramos todos hombres contemporizando en el segundo piso. Nos asomamos al balcón y vimos el postre inalcanzable allí abajo, unos metros más allá. Era media noche. Las chicas tenían fama de perdidas y nosotros de caballeritos que nos dábamos a las fiestas de las chicas buenas y de futuro de la parroquia. Siempre pensé que en estas cosas no importa de dónde sean las chicas. Así como la brújula no se deja sobornar por otros magnetismos y siempre va hacia el norte, nuestra brújula de cuero nunca se la traga toda la ideología social y apuntaba siempre al culo más apetecible.
Ellas coqueteaban con media docena de tipos, todos en autos. Apoyadas en las líneas bajas de los fierros no se que hablaban. Sus nalgas bien pesadas de plegaban aún más sobre el pulido acentuando más su quiebre.
No podía soportar la situación y bajé a presentarme como un caballero. Abriéndome paso entre los celosos devoradores que las olían me dirigí tomándoles por sorpresa a todos y dije. “Estoy en una reunión en esa casa, no nos conocemos, pero pensé que no estaba bien quedarse con la palabra en la boca y decidí bajar para decirles que son las chicas más bellas de este barrio. No quiero importunar más a todos, disculpen la impertinencia, y me retiro”.
Paty estaba con la boca abierta de gracia con tan efectivo piropo en medio de los titanes que les rodeaban sin saber reaccionar mientras que Gaby con un vaso plástico con borgoña fingió no entender el mensaje.
Las que no entienden los mensajes con las más astutas siempre.
Regresé a la fiesta como el soldado que regresa a casa. Estaba cargado de honor. La noche taurina me derivó a un regreso triunfal con el beneplácito de haber perpetrado una verónica donde todos no pudieron otra cosa que decir ole. Por mi parte en mi mente flotaba la canción I've Got A Feeling. Gracias John. Tiempo después paraba con la pinga parada mañana, tarde y noche en la casa de esas muchachas.

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