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lunes, 11 de octubre de 2010

NARIZ DE PINGA


Se le veía nocturna, falsa y corriente, todo estaba rociado de oscuridad como para valorarla en lo básico: si era bella o más bien fea ya que la escena en la que figuraba tan dispuesta como un par de días de espera (cachable) no permitía ni siquiera asegurar de que se tratara de una mujer completa.
Nariz de pinga, y esta es su versión, vino de Huacho a divertirse a Lima. Bailaba bajo la metralla lucétrica explotando en una mejoría inconmensurable, como si fuera magia ¡magia enorme! aquello que la transmutó en una venus de Boticceli, una hembra definitiva al menos ante la mirada turbia del borracho.
El borracho no la miró. Su cerebro la sintetizó como si muchas mujeres lindas se mezclaran en esta univoca ¿Estela? ¿Marley? Estaba arrecho era todo. La rumiaba antes de tenerla con la carencia del seleccionador enzimático que evaluaba desde la forma de sus nalgas hasta su aliento.
Tuvo que acariciar sus brazos para darse cuenta de que se trataba, en efecto de algo real y jugoso. Es decir, de que no tenía sorpresa. Supongo que era yo el que estaba en la escena.
Le dijeron a Colchón que me aconseje cautela pues a lo mejor eran peperas. El guante me lo pasó, pero ya estaba con la testosterona encima. Incluso evalué las consecuencias de quedarme sin un centavo en la posible irresponsabilidad de sumergirme en sus encantos imaginarios. Ni siquiera se me ocurrió lo que podría ser el podrido despertar en cualquier hotelucho de mala estrella con la mujer de manos de lija.
Justamente por eso le pregunté.
-¿Lavas?-
-No, por que lo dices.
-Por que tienes manos de lija-.
Y ella me dijo como cenicienta. Se me cayó el arete al sueño. Tenía forma de aro. Si lo encuentras te voy a dar un premio. No lo iba a hacer pero me quedé pensando en el premio mayor de sus fabulosas –así decía el trago- caderas.
Fingiendo ser cenicienta a las 4 de la mañana se fue a pasos ligeros sobre sus tacones 10 con su amiga a quien presentó como "gran empresaria" y “no te imaginas quien es”. Ni quisiera imaginar.
Luego abrió su sapito telefónico y me mostró la cara de su hijo que por borracho y vienmdo doble pensé que eran mellizos. Que lindos, mentí y seguí probando por donde introducir mis dedos, si por su pantalón ajustado u su blusa. No pude más y le dije “te quiero cachar” y ella se rió indignada. Rara reacción. Luego le di un buen palmazo en el poto.
Desde luego no era Susana ni Lourdes.
Y me fui a casa con Colchón, el más sorprendido que yo, de lo mefistofélico que puede ser aquel emancipado del bien y del mal.
¿Qué recuerdo de ella? Poco, que tenía una espléndida cintura, que podía tener entre 30 y 50 años, y que estaba a la espera de su pinga, aunque me pidió una botella de agua en vez de eso. Algo más que recordar, nada excepto la tremenda frecuencia del deseo, su mirada sedienta y movimientos esquivos entre el jaloneo y la resistencia, y claro está, su nariz de pinga que intenté obviar. Tu número, ordené. Me dio no nueve sino ocho. Tremenda puta, se las sabe todas, pensé. Le volví a meter la mano. Ya estaba acostumbrada. la próxima le pediría que me invite una cerveza. Su amiga se iba llena de indignación. Ella fue corriendo tras ella. Creo que no la volveré a ver.

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