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martes, 19 de octubre de 2010

PROSERPINA





...Y abiertamente consagré mi corazón a la tierra grave y doliente, y con frecuencia, en la noche sagrada, le prometí que la amaría fielmente hasta la muerte, sin temor, con su pesada carga de fatalidad, y que no despreciaría ninguno de sus enigmas. Así me ligué a ella con un lazo mortal.
Hölderlin
He visto a tipos enanos en el mundo, pero nada más inesperado que encontrarlos en los maridos celosos, los envidiosos que confían en su éxito, y los que se vengan de las personas inofensivas atacando a las cosas que más aman, digamos envenenar a sus animales. Por ejemplo, tú.

Una vez tuve una desdichada mujer en mis brazos. Ya hacía tiempo que me coqueteaba. La pobre estaba muy afectada por su vida. Luchaba por imaginar la luz de la felicidad. Pero su vida era ir de la casa a la oficina. Tenía un puesto ejecutivo, uno de esos trabajos prestados, en el cual apenas decidía. Era un mascarón de proa. Los trabajadores le decían señora y ella apenas les miraba con una seriedad lejana. Era evidente que aquel trabajo le bastaba para sentirse más o menos digna al manejar caudales que no le pertenecían. Supuestamente era propietaria de varias empresas y un automóvil Audi modelo del año.

Pero en el fondo era una mujer sencilla, un ama de casa emancipada atrapada en la desgracia de un matrimonio miserable. Se llamaba Proserpina.
Hacía aeróbicos y grandes sacrificios para lucir esbelta y lo había logrado con creces.
Cuando la miraba pasar no podía ocultar el deseo que me encendía por dentro. Pero nunca fui capaz de decírselo por respeto, aunque esa noche al verla en la redaccíón varios estaban mirándole el poto parado que se sentía turgente.

En realidad ella estaba harta de su marido, que era un servil de esos que sonríen a todo aquel que pueda ayudar a contentar a su jefe. Como periodista siempre me era posible escribir alguna nota tomando parte de sus declaraciones, ciertamente estúpidas, pero que servían de relleno.
Bueno, ya lo saben, era congresista.
Como el congresista era amigo de los dueños del periódico donde yo trabajaba, tenía luz verde para que publiquen todas sus expresiones. Era un mono blanco emperifollado con tacones dentro de los zapatos para parecer más alto cuyo esclavo era el esposo de ella. Lo solía mandar a esos agujeros inmundos del centro para imprimir clandestinamente libelos contra sus enemigos políticos que no faltaban en su provincia. Así se hizo congresista.
El marido era el tipo de persona a quien en medio de la fiesta se le puede mandar a traer cigarrillos de la esquina y quien parecía feliz de servir a otros, siempre y cuando le ayuden a quedar bien con el mono blanco.
Recuerdo que el marido jamás me permitía pagar el chifa. Anteponía el brazo al mínimo además que hacía de pagar. !Déjame por favor!, rogaba mientras bjaba sonriente la mirada. Con que gusto me alimentaba. Me caía bien. Era inofensivo. Al menos eso parecía.
Pero, y eh allí el poder de don Sata, pese a que nunca se me ocurrió cogerme a su puta esposa olvidé la otra variable, la realidad versus la teoría heliocéntrica, a lo mejor era ella era quien pensaba seducirme.

Una noche su esposa, me invitó a su oficina supuestamente para ver unos papeles. Estaba con un vestido corto, muy corto. Los dicroicos disparaban una luz en medio de los papeles que ella revisaba y apenas se le veía el rostro. Sus cabellos negros brillaban con intensidad. Las manos llevaban tres o cuatro anillos. Uno de casada. Pude sentir su rico perfume. Me invitó a la oficina del fondo. Sacó algo de beber. Nos besamos mucho mientras veíamos a la gente trabajando detrás de los tres metros de vidrios polarizados -y antibalas- del bunker.
La redacción bullía en el cierre de edición y todos los periodistas ignoraban el tremendo sancochado que hervía en la gran oficina.
Recuerdo que bailamos y aprovechando la impermeabilidad al ruido de la oficina pusimos a los Beatles a todo volumen mientras secábamos semiborrachos la sangría que la señora dejó enfriando en el mini bar.
Esa noche, irónicamente, fueron solo unos besos y tocamientos. Pero al día siguiente, con el fuego que ameritaba le llamé para una cita. De tanto negarse -al principio- por fin acordamos el encuentro.
Estaba con su abrigo azul de paño muy largo. Al caminar se abría mostrando sus piernas blancas, llenas y con unos hoyuelos muy sugerentes en las rodillas.

Caminamos. ¿Qué íbamos a hablar? ¿Que fue un error lo que hicimos? No, claro que no. Pero fingimos un atolladero psíquico que solo se resolvería si lo conversamos con paciencia. Además hacía frío en la costa de Lima.
Serían las 10 de la coche cuando entramos a ese lugar. Llevaba un pantalón beige a rayas. No parecía muy animada. Pero ya estaba en la trampa. Insistí. Cuando ya empecé a dar signos de estar vencido ella dijo. "Está bien". I sin que le fuerce a nada se desnudó. Era una piel muy bien tratada. La consumí allí con tanto deleite e imaginación como ella quería.
Después de combustionar sobre su naturaleza regalada el pecado se hizo más puro y sin remilgos. Me forzaba a un comportamiento caballuno y violento. Estaba furiosa y feliz. Finalmente se produjo el estallido.
Luego descansábamos. Yo vagaba con la mente. Estaba muy satisfecho del abismo. Era muy fuerte vivir ese momento. Yo vivía por esos días muchas emociones fuertes.
Pero la mujer una vez más me sorprendió al decirme:
-Te admira.
-¿Quien?- pregunté.
-Mi marido"- afirmó.
Tenía lindos ojos tristes pero satisfechos de mostrar su desprecio al padre de sus hijas.
Poco después de montármela a mi gusto ella fue más en confianza. "Me da asco" "¿Quien?", nuevamente pregunté. "Mi marido", musitó mirando el techo blanco del frío hotel. "Me da asco su piel amarilla, su olor a vulgaridad, su misma naturaleza".
La hija de puta lo odia, pensé. ¡Y qué odio! Se acuesta con el tipo que admira el infeliz.
Después de unos cuantos empiernamientos la mujer me llamaba al teléfono todas las mañanas. ¿Donde estaaas?, me cantaba. No habían secretos de ella a mí.
Una mañana me dijo “si me eres infiel te mato”.
Era sumamente cuidadosa a la hora de irnos. Revisaba microscópicamente su abrigo en busca de evidencias. "No es que me cele, solo que teme que me enamore de alguien".

Una tarde me vino con otra novedad, “te he dado un regalo, ve al banco”. Fui al banco y habían algunos dólares en mi cuenta. Ni tantos. Solo un gesto de buena voluntad. Ella quería actuar como rica. Iba a dentistas de los más caros, al Gol Gyn a hacer gimnasia, a restaurantes bonitos. Pero en realidad era una mujer pobre. No lo sabía. Vivía en una pocilga de Comas. Su realidad era aquella y no los falsos brillos de su alto mando.
El marido nos descubrió por un soplo de quienes cuidaban los intereses de sus amos y temían que ella y yo huyamos con todo el dinero de sus cuentas.
Recuerdo que el marido la castigó muy duramente. Obviamente ya no podía verla más…. aunque es un decir.
Un día regresando a mi casa me cruzó un vehículo viejo. Era el cornudo con su mujer sentada a su lado. Era estaba de perfil y con la mirada en el suelo. “! ! ! Dile que no lo amas!". La pobre mujer me insultó con una mezcla de odio por no poder tenerme y asimismo para quedar bien con su marido. Debo reconocer que su sangre fría me paralizó.
Para ese entonces la esposa me había dicho todo de su marido, el tipo de pastillas que tomaba para combatir sus males nerviosos, que este había suido huérfano, que le era permanentemente infiel, que bebía con sus primos los fines de semanas en esas cantinas por el estadio y que la golpeaba inmisericordemente.
Finalmente me confesó que la había vuelto testaferra de unos delincuentes de cuello y corbata peo nunca se atrevió a confesar que uno de los delincuentes se la tiraba cuando ella acudía a verlo con el estado de las ventas a su encierro domiciliario.
Cuando el marido me llamó por teléfono le dije todo lo que sabía de él, que no estaba en mi club, que estaba en un agujero de mediocres, que no era bueno que golpee a su mujer y que tome sus pastillas por que podía terminar mal. Me di cuenta de lo terribles que pueden ser las palabras. Más duras que los golpes. Lo aniquilé. Ahora diré el cómo.
Yo era el caramelito de la pobre mujer y el marido que me amenazaba de lejos tuvo dos sorpresas. La primera, que cansado de sus majaderías de marido celoso, me acerqué a su auto, cosa que no esperaba, pateando la lata. Y la segunda que delante suyo y de su pobre esposa le dije la peor humillación que nunca olvidará. "Amo a tu mujer". Luego proseguí con "baja rosquete".
Sé que le dejé una bomba de tiempo. Me importó un bledo. Sé que la golpeó mucho más y que faltó una semana al trabajo. Luego fue forzada a renunciar. Seguramente el lloró más que ella. Indudablemente lo desnudé por completo.
No bajó del auto, se puso al descubierto como cobarde, pero me odió, me sigue odiando, -se que no está seguro de hasta donde la he tocado y sin duda ella no lo ha confesado pese a que le preguntó ¿lo hiciste por atrás mierda?- pero al menos no perdió a su mujer a quien sin duda sigue pegando y quien para mi aún sigue siendo objeto de algunas noches mías de placeres solitarios.
Creo que la pobre mujer merecía un destino mejor. O tal vez no. Era Peoserpina bajo la ira de un Plutón sin reino.

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