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martes, 29 de noviembre de 2011

DESEANDO LA MUERTE DE MI MADRE

Me acaban de informar que gozaba con la agonía de mi madre y que deseaba que muriera lo antes posible. No estaba enterado, pero sin duda ahora que lo estoy, me estreno como canalla, incapaz de tener el menor sentimiento bueno, y desde luego, no puedo estar calificado para amar a nadie.
No se, pero si a alguien amé a mi modo fue a mi madre. Y como todos, de vieja más que amarla la entendí. Y una forma de entenderla fue no tratándola jamás como ancianita. Ella no lo deseaba. Y por eso en su lecho de muerte me dijo "tu eres el único que me entiende".
Pero algo de verdad debe haber en la afirmación de la mujer que me acusó de no amarla. Pues hace años me sorprendió esa escena de La Peste, de Camus, cuando el Dr Rieux, si no me eqivoco, recibió con indiferencia la carta de Francia informándole de la muerte de su madre, a quien no veía años.
Por otra parte, hay cosas que debo comparecer sin falsedades ni arreglos: detesto a mi hermana. Y la detesto por culo estrecho, por cucufata, por poco valiente en la vida, y por culpar al que tiene cerca de lo que no puede hacérselo a si misma. Censora de mis polvos extramaritales, al mismo tiempo defensora de estos. Una miseria propia de los religiosos convencidos de tener, en el fondo y en sus manos, la potestad para actuar sea bien o mal.... en nombre de Dios, quien dicho sea de paso, no tiene nada que ver en estas miserias humanas.
Muchas veces he tirado piedras a la sociedad. Igual he escupido a gatos y alguna vez arrojé una hamburguesa recién frita en la cara de un tipo que me insultó gratuitamente. No siempre salí bien parado, pero sobreviví.
Pero sobrevivir me ha hecho un tipo duro. Estuve hace poco en el barrio Higienópolis en Sao Paulo con un periodista norteamericano quien me corrigió en mi creencia d que fue premiado con el Pulitzer. No. Fue premiado por sus cincuenta años de sobrevivencia como periodista.
No hablaré en concreto de la que me acusó de desear la muerte de mi madre, pero si de lo que le gusta evitar odiarse odiándome. Una criatura invasiva, metiche, condenadora de la vida ajena, y que no busca ser feliz.
Se que no es muy bueno lo que he hecho, pero en esta vida dura, los matices son mis preferidos, pero en este caso ella se ha encargado de alimentar una figura que no corresponde conmigo.
Hace un tiempo que me fui lejos. Dejé una maleta llena de dinero en la puerta. IYo estaba casado con una mujer que no se por que quiso tener hijos con el primer idiota que pasara y yo fui cortez.
Esta mujer decía que le falté el respeto. Antes de considerarla enferma, pensaba de que se olvidó que cuando pasaban los primeros de este amague de matrimonio, ella se declaró aburrida de acompañarme a ningún lado, y se fue derechito a su abandono, a su propio abandono. Nunca gozó de mi modo de vida, el cual malo o bueno, era mío, y sabía a lo que se metía, más aún porque ya era mayor que yo.
Pero parece que todo eso ha olvidado, y seguro a esto se debe su ingesta permanente de jugo de manzana. No debo decir más de ella, pero solo se que me odia, no se si desea mi muerte, pero no dudo de que en caso de fallecer antes que ella, donaría mi cuerpo para que sea sometido a experimentos de todo tipo, desde cortes jamonada de mi cerebro, hasta experimentos contra el sida, la tuberculosis. Seguramente donaría mis testículos para que los corten en mil pedacitos, y mis ojos los donaría o rifaría de haber subasta para esto.
Luego de esto, acariciaría su gato, y vería a Gisella en su soledad.
Me recordaría diciendo. “Ojala que te pudras en el infierno, lo mereces por que deseabas la muerte de tu madre”.

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