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martes, 16 de septiembre de 2008

EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA


"¿Qué efecto estético surge cuando aquellos dos poderes artísticos, de suyo separados, de lo apolíneo y de lo dionisíaco, entran juntos en actividad? ¿Qué relación mantiene la música con la imagen y con el concepto?".
Nietzche


El parque el Carmen. Que decir de este parque en el corazón de Free Town, si no que era uno de los aeropuertos preferidos del barrio. Basta mencionar los elementos que lo recalaban: Pepe Collazos, el "loco Empírico", Dioni, Michell....
Todos ellos tenían un delirio intelectual que se fusionaba en la pasión por el cine clásico (íbamos al cine club de la guay a ver películas de Hitchcock o Orson Wells). Eran atrevidos, de buen porte, y las chicas los miraban con cierto respeto y temor. Vicky, la corista de la parroquia aceleraba el paso al verlos, aunque no por eso usaba zapatillas.
También había otro tipo en el barrio que me caía bien. Alberto. Pero no se conocía con ninguno de los mencionados, aunque cuando bajaba de su auto se me acercaba para escuchar me tocando guitarra.

Pepe, Dioni y Michell eran como del club de los cortapalos de Disney. Profundizaban en otos saberes.
Dioni era hijo de un naturista francés, Jean Dourojeanni, Michell, de un belga, me parece que profesor, y Pepe no se de quien, pero seguramente era traumatizado. Pepe me recordaba a James Dean. Parecía inconforme. Pero era muy activo y raro. Vendía sandwichs en la playa y por su talla atlética se cogía a chicas muy atractivas.
Dioni, por su parte, era un capo en ciencias naturales, igual Michell, y volviendo a Pepe, era un amante de la alta tecnología en general, al punto que gozaba explicándome como funcionaban los grandes telescopios.

Nunca comprendí por que en un país que se caía a pedazos como Perú de los años 80, estos muchachos muestren una fasceta tan constructiva. Era una broma. Algo no funcionaba bien.
Mientras todos abandonaban el país, los chicos se encontraban en la estrambótica casa de Dioni, hecha con pasajes secretos y dibujos de la evolución en sus techos. Allí se hablaba de todo. El gesto de deprecio era constante.
No solo se reían del modo como actuaba Sendero Luminoso y de las ideologías que animaban a este grupo terrorista. Hablaban de que mientras mas rápido se destruya el país, más rápido los holding dueños de compañías mineras entrarían a concesionar el país pues todo estaría a precio de ganga. Yo pensaba que por eso y no por los derechos humanos las ONG que apoyaban a los grupos terroristas no recibían sus fondos de Moscú o Beijin, u otros países comunistas, sino de fundaciones de la mas rancia estirpe capitalista. La Ford por ejemplo.

En ninguna universidad del Perú había semejante libertad de ideas. Todo era permitido en la tertulia.
Mis amigos, igualmente, hablaban con simpatía de los ingenuos estudiantes de la universidad Católica que no está en la lista de las 500 mejores del mundo. Para nosotros eran idiotas terminales sin personalidad, que se tragaban las currículas de la inteligencia británica o francesa que daban via becas a sus maestros, a fin de impulsar la democratización de la destrucción del país. ¿No son hoy los grands abogados de estas casas de estudio quienes ayudan a las miltinacionales a tragarse los activos del Perú con regalías mínimas? Bien pensado, claro.

En las conversaciones corrían todas las propustas imaginables. Inclusive acabar por la vía más rápida con los subversivos, cambiar de nombre al país, o cultivar la compasión por los que no saben lo que hacen.
Realmente eran arrogantes, pero lúcidos. Me recordaban un poco a Goebels, o los mas brillantes militantes del nazismo. Sin embargo, ninguno era cojo, fracasado o infeliz como Goebels.
Todos eran unos chicos clase media, que vivían mas allá del bien y el mal, aspirando de vez en cuando marihuana, siempre al arrullo de los eucaliptos del parque El Carmen, que en verano era pefumado por una deliciosa mezcla de jazmines y floripondios.

Una noche los chicos conversaban de la imbecilidad sin límites de los de Sendero Luminoso. Observábamos que sus atentados eran muy limitados. Clavos, dinamita, un poco de amoniaco.
Igualmente, conversaban de lo fácil que podía ser un movimiento más letal.
"Imagínate, estos cojudos con estas huevadas tienen aplastado al Perú", dijo Pepe. Podían ser peores.
¿Como sugerirías? preguntó Dioni. Hubo un silencio largo.
Dos horas mas tarde pasó algo.
Con la misma naturalidad con la que se optaba en ir al cine de la guay, los muchachos decidieron hacer algo verdaderamente poderoso: nitroglicerina.
La fórmula estaba allí, en cualquier lado. Michell trajo el manual de la bibliteca de ciencias de la universidad Católica. Una chicas de arte estaban completamente desn udas, mientas que unos cuantos estudiantes de derecho programaban viajes a Marcahuasi. La droga corría en abundancia en la universidad. Mucho más que en San Marcos, donde se practicaba el alcoholismo.

Los muchachos leyeron las instrucciones con cuidado. Compraron el instrumental necesario, aunque buena parte lo tenía Dioni por que su papá era profesor de biología. Consiguieron el hielo (muy necesario para el enfriamiento), el termómetro etc.
Recuerdo que yo estaba en la avenida Bolívar tratando de entender la defensa de la mentira del filósofo Kirkegaard.
En la parroquia se alistaban para la misa. El culo de una de las chicas me gustaba mucho. Y yo planeaba como atacar sin ser visto. Necesitaba dar un solo paso y romper el hielo.
Mientras Pepe y compañía practicaban química, yo pensaba en el ataque a esa muchacha.
Y vino otra variante. A menos de 100 metros vivía Alberto Venero. Simpático. Su departamenti estaba en la asotea de la casa blanca. Allí vía con sus hijas y su esposa que se ganaba la vida haciendo confecciones para las pocas tiendas de ropa caras que quedaban en Lima.
Venero se compró un auto negro de lineas bajas con un ágila que se extendñia sobre su motor interminable. Era muy atrevido. Usaba casacas de cuero y tenía, no se como, un pub en San Borja, donde una noche nos invitó a tocar unas canciones de Sui Generis.

El papá de Dioni había sido traficante de carne en la II Guerra Mundial, y tuvo a maestros de la talla de Marcel Mauss en el Museo del Hombre de País. Después de la guerra vino al Perú por que del Callao pensaba a partir a Tahití. Pero el siguiente barco partía en un año y medio. La espera iba a ser larga. Duraría toda su vida. Me imagino que fue un traficante de germoplasma. Tenía miles de mariposas disecadas. Igual murciélagos.
Pepe, Dioni y Michell, terminaron de mezclar los elementos. Por mi parte, tomé del brazo a la chica -cuando salía de una fiesta de disfraces a la que no fui- y le dije "me cansé de hipocresías, ya no seré mas tu amigo".
Venero salió a toda velocidad de su casa. Dioni se fue a Francia y Michell a Bélgica. Yo aparecí en Kreuzberg en Berlín, la pequeña Turkía.
La besé a la chica con ternura y ella me correspondió. En eso sonó un estallido a lo lejos. Era en el cuarto de Dioni. Lo lograron. Venero llegó a la cita. Era una cita con Vladimiro Montesinos, un oscuro abogado que necesitaba destruir la partida de nacimiento de un japonés que quería postular a presidente.

Nada de esto imaginamos jamás. Mucho menos que Vicky era dirigente de la central este Lima 31 (giroscopio 30 60) del MRTA y que necesitaba las zapatillas para escapar de las bombas que sembraba.

1 comentario:

  1. Yo conocí a Dioni Dourojeanni en 1981, en el YMCA. Su casa era muy rara. Se hacía llamar "Pirotécnico". Desde adolescente ya fabricaba sus "bombas" y se burlaba de las que fabricaban otros. Me contó que un día hizo estallar una de sus bombas frente a su casa, en el parque, y que vino la policía creyendo que se trataba de un acto terrorista. Aún no consumía marihuana pero era muy delgado y alto, sabía hablar francés y griego.

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