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sábado, 20 de septiembre de 2008

PELUSA: LAS FRESAS CON CREMA

Maybe I might have changedAnd not been so cruel. Not been such a foolWhatever was done is doneI just can't recallIt doesn't matter at all
(Parte del tema From the beginnen de Emerson Lake & Palmer)


Pelusa quemó cerebro. Dicen que la culpa fue un cóctel de “fresa con crema”, es decir, 35 pepas de preludín (blancas) y 50 de optalidon (rosas) que escalaron dos días hasta el mismo centro de su mente. Comentan que la primera vez que las tuvo en sus manos experimentó con ellas un amor a primera vista. Tal vez esto pasa a los que aman los peligros, como a las mujeres. Más putas, mas encantadora la conquista.
Para que el cóctel suba más rápido a su cabeza, dicen que solía tomar Inca Kola, buscando, claro está, que el gas empuje lo tóxico a su cabeza.
Pelusa era muy barrial, pero le gustaban los viajes largos, sobre todo al mundo de la antimateria. Fumaba mucho, y lo hacía al modo de Free Town, quemando el bate en papel de despacho. Para eso compraba budines caseros de la tienda (nunca en la de Calicho) Y como Renzo lo haría mas tarde, botaba el budín al suelo, y rescataba el papel que corría rico y no raspaba la garganta, ah, y por su tamaño daba para varios.
Pelusa era varios años mayor que nosotros y solo sabíamos que fue mas allá de la raya, hasta el punto del no retorno. Y quemó fusible. Fue una mala noticia en esos tiempos en los que yo ni siquiera vivía en Free Town. El fue uno más en el barrio que se iba. Así eran los chicos de los 70. Muchos fueron a manicomios, a la cárcel, o a otra vida. Nosotros, ochenteros, en el fondo los admirábamos. Pensábamos que en nuestra época nada pasaba. No sabíamos que Sendero Luminoso se acercaba, crecía, y no había que lo parara. Casi hace pedazos, no a uno o a dos de nosotros, sino a todo el país.

Pero Pelusa no murió. Sobrevivió a siete años de malvivencia vegetal. Y cuando abrió los ojos comentan que quisieron darlo de alta. Pero no quería. Dicen que nueve meses no se atrevió a mirar por la ventana. Pero salió, un poco con estilo Frankenstein, luchando con su cruel destino dando torpes movimientos. No obstante las miradas, decidió “comenzar de nuevo”.

Era rosado, flaco, ligeramente jorobado. Esto por que siempre iba en bicicleta.
Sobre él había una leyenda. Decían que fue muy atrevido en los tiempos en los que iba por los parques con su chaqueta fumando todo lo que venía a sus manos mientras era amado por distintas chicas. Decían, además, de que era un eximio tocador de guitarra. Y no solamente eso. Afirmaban las voces sin nombre que sabía ejecutar los más difíciles temas de Hendrix, Led Zepellin y Emerson Lake & Palmer.
Pelusa apareció de pronto. Era distante. Tenía temor al mundo. Y pasaba como una nube por el barrio. Sin embargo, para él era importante pasar, enfrentar al mundo, decir lo que mas anhelaba en la vida, “he vuelto”.
Cuando lo conocí caminaba a grandes trancos y bamboleándose de un lado al otro, como imitando a una campana. Usaba un pantalón negro, corto, y una camisa blanca. Sus cabellos rubios mal cortados caían sobre sus hombros. Nunca reía.
Pero nosotros le llamábamos por su sobrenombre. Pelusa. Nunca se detenía. No contábamos con que nos estaba analizando.
Pasaron dos años cuanto menos, hasta que se detuvo. Sentí lo mismo que cuando alguien o algo que se supone que nunca debería hablar conmigo habla. A veces es una sorpresa agradable, otra ves no.
Pero ya estaba al frente. Queríamos decirle algo. No sabíamos que. Asi es que le dijimos algo. Pero nunca contestaba. Eso si, se reía con muchas ganas.
Hasta que tomé la guitarra del tocino. Era una guitarra blanca, probablemente de su herman, pero que se quedó en mi casa por un año, mas o menos.
Erauna guitarra que nació para evangelizar personas, pero la guitarra se emancipño con mas vigor que el Perú y en vez de resonar sus cuerdas en la parroquia, lo hacía en parques llenos de vagabundos, indeseables, y turistas del paraíso de los diecinueve o veinte años. La guitarra olía a humo de cigarrillo, marihuana, a licor barato, y descansaba en cualquier sitio, en las bancas de los parques, al costado de la casa de Quintanilla, en los autos donde se iba a levantar chicas de otros barrios, en fin. La guitarra no era una inmaculada como su dueña. Era, por el contrario, maculosa, inquieta, y lo mejor... ajena.
Entonces se me ocurrió desbrozar el bosque nubloso que había entre él y nosotros, y a ver si nos encontrábamos con algo real de su famosa leyenda. Así es que, si dicen que era un guitarrista consumado, era un hecho que algo en su persona, diría mas bien en su alma, que no estaba enfermo como su mente, algo que aparecería si se reencontraba con esa guitarra.

Recuerdo que aceptó tomarla. Primero por el mango. La miró verticalmente. Sonreía como mirando un auto recién regalado. La empuñó. Entonces noté las yemas de sus dedos casi planas y redondas, como si mucho hubieran dado con el traste. Recuerdo que la manoseó y dio una leve sonrisa. Y luego se desplazó, no su brazo sino su alma a través de todo el traste. Curioso encuentro entre él y la guitarra. Tal vez nadie observó un detalle. La canción que eligió para el nuevo encuentro con la viola fue “from the beginnen” de Emerson Like & Palmer.
La canción “desde el principio” es un tema hecho para ciudadanos del espacio. Y Pelusa jugaba con nosotros. Por que decía que provenía de un planeta al que llamaba Novorc, “donde solo hay jóvenes donde solamente producen guitarras”.
Dicen que Pelusa era hijo de una pareja de ancianos, y que su padre era médico. Pero nunca los vimos. Jamás lo buscaron. Era obvio, era el monstruo de la casa, el despojo de la familia.
Y Pelusa con ese ir y venir entre las galaxias en las que se encontraba y la tierra, eligió el barrio para sus constantes aterrizajes. Y no solamente tocaba From he beginnen, sino también intentaba tocar Hey Joe de Hendrix (el tipo que iba a matar a su mujer mientras esta se revolcaba con otro).
Pelusa tomó mas confianza y aceptó unos toques. Realmente tenía ganas. Y se incendió el porro por la potencia de sus pulmones. Y a veces la traía. Pelusa se convirtió en el transportador. Por que ya tenía su bicicleta en la que viajaba él y un conejo blanco. Luego lo vimos con una radio vieja. Y, finalmente, le puso motor a su vieja “ticla”.
Pelusa iba mejorando. Ya no se balanceaba como campana. Quería volver, o tal vez no, mas bien irse mas lejos y no volver. Nosotros le dimos la pauta.
Un día nos fuimos del barrio, todos, y nunca más supimos de Pelusa. Dicen que anduvo un tiempo más por ahí. Pero otros aseguran haberlo visto lejos, muy lejos, mas lejos de Novorc. No precisamente donde se hacen las guitarras, pero si... donde nacen las canciones.

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