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sábado, 6 de septiembre de 2008

MARISOL CORNETA Y THE WALL (En los confines de la voluntad)




Nietzsche


Kike me ha pedido que devele los vergonzosos acontecimientos de The Wall, registrados en los extramuros de Free Town, allá en los floripondiosos años 80. Me lo ha exigido de múltiples formas, primero con llamadas anónimas, spans inexplicables y, finalmente, mediante un chantaje.

Sin embargo, no puedo hacer otra cosa que condescender a su prerrogativa aclarando:

1- No es mi intención reivindicar la egregia figura de Marisol Corneta.

2- Tampoco es mi intención poner en valor la valentía de Manuel ni su contribución en la búsqueda de las nuevas fronteras de la estética

3- Escribo solo por que Kike me ha compelido a hacerlo aun sabiendo que nunca me lo perdonará Manuel.

4-Los relatos referidos al muro al que me referiré son premonitorios a la caída del muro de Berlín y puede haber sido una señal de que esto iba a pasar, aunque años mas tarde.

Se llamaba Marisol. Apellido, Corneta. Si un día Dios hizo la tierra, un día ella empezó a hincharse. La conocimos de sorpresa, cuando la mancha miraba de reojo a esas tres muchachas espectaculares de quien no me referiré ahora, quienes eran acompañadas por aquella mujer ballena.
Simplemente era inmensa, un cíclope, un poema caterpille, o sencillamente bella... para Dios.
El auto del diplomático pasaba repleto de muchachos. Era una de esas afiebradas noches de sábado en verano. La atmósfera olía a jazmín y las malas intenciones reptaban. Yo estaba preso en casa de mi enamorada Gaby Poti. Nos acompañaba Marisol. La madre de Gaby me odiaba. Llegó. Gaby me dijo quédate. Pero le respondí “me odia”. Marisol me dijo al oído “también a mi”. La gorda fue el pasaporte de salida a la libertad. Gaby no sentía celos de ella por que su amiga poseía una cualidad de seguridad ideal: era incachable.
Me despedí de Gaby (fui al baño, acabé con el papel higiénico). Salí con la gorda Marisol. La boca de ella manaba lisuras y tenía una acrimonia o mezcla al menos seis platos de comida y marihuana.
Subimos al carro con destino a algún paraje tranquilo para beber el veneno elegido de esa noche, si mal no recuerdo, un macerado de coco, que podría matar a una docena de elefantes.
La gorda gozaba en el auto con seis apuestos malandrines con la joda en las venas. Noté que con los baches la gorda empezó a buscar acomodar el abismo que separaba sus inmensas nalgas en alguna de nuestras piernas.
Yo sabía de la proclividad de Marisol por asaltar a los hombres, pero nunca imaginé en que la próxima víctima sea él.
Decía con su voz pastosa "a mi me dicen la veloz... por que en cinco minutos la doy" o bien "!A mi me dicen pavo de navidad... por que siempre estoy con las piernas abiertas y el relleno adentro".
Todo esto la hacía nauseabunda. Sin embargo, sospecho que entre sus polvos, Marisol tenía una especie de droga que si alguien la tomaba alucinaba que ella era una belleza. (Dicen que Malhecho le robó un poco y por eso tenía buenas hembritas).
Solo recuerdo que desapareció momentáneamente el vaso de plástico en el que Manuel Caballero bebía el macerado de coco. Lo recuerdo con el ojo zahorí del investigador en la búsqueda de indicios que pongan luces a misteriosos hechos criminales sepultados en el tiempo.
Cuando bajamos del auto, entramos a ese parque escondido entre unas huacas y el contrafrontis de unas casas en la urbanización Avep. Nos sentamos en las frías butacas.
Bebíamos con el fondo de Billy Idool o algo así cuando, ahora lo afirmo, alguien cambió el vaso de Manuel. Pero reapareció y una voz dijo "chupa carajo" y Manuel obedeció.
Manuel era esmirriado, es decir, menudo, delgado y con perfil de buque. No era un enano, era simplemente un hombre pequeño, un buen amigo.
Marisol iba en la sexta ronda. Noté cierta desesperación y cálculo en su mirada. de pronto y sin decir nada rompió con el grupo y lanzó uno de sus tentáculos contra Manuel y lo enrolló entre sus brazos.
Nosotros vimos como se lo llevaba con el criterio de un universitario llevando una enciclopedia, o de la misma forma como los chicos que terminan un partido de fútbol llevan desganadamente la pelota de fútbol a casa.
La gorda inmensa se bamboleaba castrensemente, literalmente como un panzer por ese sendero entre The Wall y los granados del parque de La Luz.
Pero la luz se fue para Manuel que desapareció en los brazos de ese Leviatán que lo empotró contra la pared.
Solo se veía la enorme complexión de la gorda contra The Wall y unos puntos y comas que se escapaban de vez en cuando del perfil oblongo de la criatura mostrenca.

Eran los zapatos y manitos de Manuel- !Que Tiburón!, !Que Terminator!, !Qué Blade! Marisol Corneta estaba succionando la breve humanidad de Manuel estampándolo como calcomanía.
Lo que pocos sabían era que Manuel, completamente fuera de si, la veía hermosa, aromática, dulce, pues sin duda estaba bajo los efectos del misterioso brebaje que presumo le surtió esa especie de Hermelinda Linda de los 80. de lo contrario Manuel habría muerto de la impresión.
Ahora que está lejos Manuel, puedo decir lo que nunca nadie supo.

Eyaculó.

Sus gotitas blancas fueron como lágrimas de ángel en el océano Pacífico.
Si la barrera del sonido la rompió el avión a turbina, todas las fronteras de la estética fueron avasalladas con la violación de Manuel.
No quiero decir que fue por esta razón precisamente, pero entiendo que poco después del acontecimiento abandonó el país... y no volvió nunca. se que aún donde estés, nunca olvidarás la corneta que te dio.

(Próximo capítulo)

"Un cristiano ejemplar: Quintanilla)

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