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jueves, 4 de septiembre de 2008

Papa Leon XIII y los animales


A esas alturas del camino conocía Pueblo Libre de arriba para abajo. Si íbamos de este a oeste desde la avenida Brasil, caminando máximo de 7 cuadras, llegábamos a las “islas verdes”, gran mercado de marihuana donde la venta a plena luz del día -nunca de noche- era particularmente tensa. Dejabas el dinero en un teléfono público y un tipo te señalaba un arbusto -granado para ser mas exactos- donde debías buscar el paquete. No compraba a menudo, es mas, casi diría que fui un turista en estos menesteres, pero lo que si se es que menos turistas que yo eran los chicos del barrio con quienes contemporizaba, aunque está claro que eran candidatos a las drogas, pues les gustaban sus toques, siempre y cuando sea lo mas lejos posible de nuestros conocidos–con la excepción del señor Tello que fumaba prácticamente en cualquier sitio-.
No quiero hablar de la vez cuando el esquizofrénico Peluza, con su conejo en el timón de su bicicleta nos trajo al barrio un arbusto de marihuana que lo fumamos en un papel de carta debajo del balcón de “Papi”. No, tampoco diré cuando el filósofo de Arco Iris aspiraba el canabis sativa ni cuando la bella me dijo si estaba mal que le toque la teta. No, no lo haré.
Proseguiré con lo mío y veo llegar a mi mente la rocambolesca, aunque ya borrosa historia de un lugar llamado Papa Leon XIII, un paisaje solitario y petrificado en medio de un tenebroso bosque de algarrobos que marchitaban su existencia sobre un piso terroso, rojizo y desesperante.
Papa Leon XIII quedaba en el lado contrario de la canción de los NoseQuien y NoseCuantos, pues el camino terroso no iba a la derecha, sino a la izquierda, mas o menos a la altura del kilómetro 30 de la Panamericana. Es decir, íbamos en dirección opuesta al mar.
El lugar inesperado estaba salpicado por esos árboles con cólico, con cierto aire gótico, y definitivamente en blanco y negro. Todo daba una sensación de fin del mundo, a tal extremo que en sentido maculoso yo diría que alguna vez allí hubo un crimen perfecto, redondo y sin fisuras.
Cuando le dijimos a Coco nuestro plan de hacer una bacanal en la casa de su tío dijo que jamás permitiría utilizar el bungalow o su auto para objetivos condenables. Imposible aceptarlo. Imposible que me robe las llaves de la casa de reposo de mi tío, declamó.
Sin embargo, el barrio era asi, insistía y, para ser francos, Coco no tenía la suficiente fuerza de voluntad para negarse a una expedición tan extraña. (Coco da discursos rimbombantes en nuestras fiestas y después se tira al piso como un pescado desesperado).
La fecha elegida para la expedición al bungalow de Papa leon XIII fue un viernes. Coco se maldecía haber tomado las llaves. Pero lo hizo. Entró a las seios de la tarde y cerrando los ijos las tomó de la cocina. A eso llamo personalidad.
Todo estaba decidido. El paseo duraría hasta el domingo por la tarde.
Cargaron el viejo auto con las provisiones y los muchachos se acomodaron cada quien con las chicas, entre ellas “la chata”, a quien sacamos de su habitación valiéndonos de unas escaleras robadas.
Casi puedo imaginar a la carcacha de Coco zigzagueando por la Panamericana, el ambiente zepelliano, el fracaso del Padre Lucho, pero sobre todo, de nuestros padres que invertían todo en darnos una atmósfera positiva.
Era obvio, los chicos estaban felices, pues se dirigían a una especie de reino de la libertad y nada menos que con unas muchachas muy inquietas, sobre todo la que llevó el negro “Lunar Blanco”, precisamente después de que el seminario le cerrara hasta el fin de sus días las puertas de la iglesia. “Lunar Blanco buscaba el pecado mas que nadie, y sólo el sabe de que lugar consiguió a esa muchacha de hablar procaz, quien masticaba chiclets, y por supuesto, era impresentable para todas las chicas casaderas del grupo. (aunque recuerdo que juna vez llevé de pareja a una puta a la fiesta del negro.
En esos años nos gustaban mucho las que llamaríamos las pachas, pero aunque parezca imposible de creer, por razones distintas. Por ejemplo, un amigo estudiante de diplomacia, que no se trataba del hermano de Coco, se llevó en su auto a Bety, hoy célebre anticuchera de la avenida Bertello. Le hizo el amor en la Huaca Mateo Salado. Fue un polvo cultural, indudablemente, pero si a mi amigo le gustaba Bety era por que, dados sus pequeños brazos y cortas piernas: “era maniobrable”.
“Lunar Blanco llevó a una maniobrable muy dócil. Sin lugar a dudas alguna era dúctil a muchas caricias y acaso provino de algún burdel o sala de masajes del centro de Lima o Lince, pues fue sodomizada de a pocos por muchos de los que fuimos a la cita con el papa Leon XIII.
Recuerdo que para mi se presentaba el viaje a Papa Leon XIII como una experiencia excitante, ya que pese a no haber podido salir el viernes me aparecí el sábado.
Me esperaban con cierta desesperación, (!llegaron los animales gritaron al verme!) por que iba a pasar antes por las islas en busca de chistosa. Cuando llegué al lugar encontré un ambiente un tanto infernal, ya que del pequeño bungalow salían gritos, risas y alaridos fantasmagóricos.
Recuerdo que en la timba nocturna apostamos de todo, hasta la posibilidad de irnos con la chica de “Lunar Blanco a uno de los cuartos. El ex aspirante a sacerdote la apostó, para mala suerte suya. perdiéndola en un memorable juego de 21.
La cobranza fue muy divertida, pues “Lunar Blanco” no querñia despojarse de la muchacha de moral liviana que dicho sea de paso la noche anterior ya fue llevada por Toño al tálamo, donde en otras circunstancias jugueteaban los primitos de Coco.
Llegó la noche y se encendieron los porros. La casa sin luz era iluminada por linternas que imitaban la pestañadota de una discoteca. Recuerdo que la euforia iba a ritmo de Jetro Tull y que nos fuimos fragmentando en un descentente camino por nuestros bajos instintos.
Las chicas estaban a punto, con sus cigarros en la boca y el vodka con naranja mojando sus labios. Todo era muy turbio, recuerdo ráfagas de imágenes, todos estábamos stones (tu también).
Estábamos en exceso y las chicas malas hicieron más de la cuenta para subrayar su condición. El ex aspirante a sacerdote estaba arrojado en la cama mientras su amiga imitaba a Miles Davis, aunque horizontalmente. Las fotos corrieron por todos lados y "Lunar Blanco" estaba seriamente preocupado.
Pero luego de la fiebre, nos sorprendió que ellas mismas mostraron en su rostro el rubor de los últimos rescoldos de inocencia que les quedaba.
Pero en eso escuchamos del páramo, del bosque petrificado unos lamentos que aal mezclarse con el aire nos pusieron los nervios de punta.
No contábamos con que a 100 metros había una casa de reposo para drogadictos, quienes después de años, por nuestra culpa, volvieron a sentir el acre pero dulce aroma de la marihuana, ante el cual enloquecieron.
Sentimos que pronto nos alcanzarían. Si, estaban rompiendo los barrotes y era obvio que posiblemente nos matarían. Presos de la paranoia me imagine el tema de Charly García "cuando la noche comienza a caer yendo por el lado del río, la paranoia es quizás nuestro peor enemigo, cubres tu cara y tu pelo también, como si tuvieras frío, pero en realidad, te estas escapandó de algún lío".
En medio de aquella paranoia sentí que los pasos avanzaban con la fuerza de los capizos, esos monstruosos cerdos de la selva que van en bandadas de 300 y destruyen y matan todo lo que se cruza en su avance depredador.
Subimos al carro. Siento el olor de pástico de esa carcacha. Percibo la mirada de cemento de “Lunar Blanco” y reverbera en mi cerebro la risa mefistofélica de Toño, hijo de un general que luchaba por la pacificación del país, aunque su hijo estaba como todos nosotros en faenas distintas, en búsqueda de emociones fuertes, claro está, cayendo de bruces por los abismos de la vieja fórmula: sexo drogas y rockandroll.

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