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martes, 2 de septiembre de 2008

EL CORAZON DELATOR

Esta es una infidencia, y asumo las consecuencias, inclusive el desprecio de los agremiados de la 89, que traqueteaba por Bolivar, allá en los años sin futuro, que eran los 80. Si, a las 10 y pico de la noche estábamos temblando debajo de la cama de mi habitación tres tristes tigres, mirándonos de soslayo en la penumbra, tras el haber atacado a un microbus de aquella línea, mas bien acostumbrada a llevar a chicos diametralmente opuestos a nosotros, al menos en lo que a ocupaciones se refiere, cuidadosos estudiantes, quienes tomados a diario de los manubrios iban a arar en el agua en las universidades Católica o San Marcos.
Por un impulso antiuniversitario, no se si anarquista o de lealtad a una época sin destino, atacamos al vehículo con una ráfaga de globos de colores rojo, azul y amarillo, ocasionando un repliegue del parabrisas que no pudo contener la fuerza de Olimpo que luchaba por liberarse de su encierro de gebe.
Reventaron las lunas cuando Kike -si, asi se llamaba- pensó al tiempo de nosotros, que tomar por sorpresa a esos cansados hombres de micro precisamente cuando se creían libres del asedio de los carnavales.

Lo hicimos

Los proyectiles estaban listos al tiempo que Reagan terminaba su Guerra de las Galaxias. Inmediatamente sonó un estruendo y restando fe a lo que nuestros ojos percibían, vimos lo que no debía pasar, es decir al microbus regresar en U, embistiendo a todo trapo su complexión metálica, cansada, oxidada, furiosa, contra nosotros que al unísono tomamos el camino contrario, y desafiando las leyes del sonido corrimos lo más rápido hacia el refugio, en este caso, el edificio de departamentos donde vivía.

Kike, respiraba en silencio mientras que al estilo de los hombres de la Gestapo, los furiosos microbuseros seguramente rosollando, empañando los pedazos de vidrio que quedaban, buscaban a que departamento se habían ido los agresores.
Escuchamos pasos, gritos, y muchas tocadas de puerta.
Terminaron culpando a Pablo Alzamora, futuro oficial de la policía, y nosotos contuvimos la respiración como estando sentados en la ópera de Berlín escuchando la Flauta Dulce de Mozart.
Ciertamente evocábamos al díscolo Mozart, quien en estos tiempos seguramente sería cacha o matacabros, tras haberse educado en calle vendiendo sobrecitos a los chicos.
Horas después, tras una cínica negativa de mi madre, misma Ma Baker, salimos de nuestro cubil. Kike caminó nerviosamente a su casa, y tal vez no sintió en su casa el sabor a la comida. Quería olvidarlo todo. Absolutamente todo. No se si fue al baño a acrecentar su olvido con un medicinal tratamiento onanístico. No podría afirmarlo. Querñia dormir, olvidar, y no saber nunca mas nada de la 89. Pero como diría Poe en El Corazón Delator o en doctrina de derecho, "no hay crimen perfecto" y el vagar flotante de esta noche, en la cual mi hijo empieza a vencer algunos callejones algebraicos, y cuando mi hija se envenena con la novela de las 9, mi hermano una vez más me hace cómplice de esta nueva fechoría y delatamos a Enrique Murga Palavicini de este crimen no resuelto.

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