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lunes, 23 de enero de 2012

EL QUE PRETENDO SER NO ME CONFIRMA SI ES

A veces me pregunto si soy o no el que pretendo ser. Y me encuentro con muchas opciones más o mejor enfocadas en los paradigmas de éxito. Pero lo que es difícil es encontrar a gente que lleve tan extremadamente la variedad en el vivir como yo. Al menos en el ámbito en el que me encuentro. Suelo viajar por las profundidades amazónicas y desafiar abismos por los que casi cualquiera temblaría. Al mismo tiempo observar y sentir en toda su extensión la génesis más profunda de las trompetas, saxos y hasta la forma como encañonan los sabios el que emana silbidos con los que Pat Metheny organiza una metamorfosis jazzistica. Lo único que importa en esta vida es la convicción. El poder de creer. Lo sé. Han pasado algunos días desde que empecé a escribir estas líneas, y condiciono todo a una cosa. Lenguaje binario, tautología puta, ser o no ser, más o menos. ¡No! Declaro la muerte del álgebra y de las paradojas axiomáticas. En la vida y la muerte, o mejor dicho, entre la vida y la muerte no hay números primos. Como tampoco en el juego. Rojo o negro. Cero uno. Y es injusto que no haya el derecho a titubear. Una pestañeada y el juego se arruinó. Por eso adoro los sistemas perfectos. Porque en su inhumanidad se encierra ese sino e imperfección del hombre, querer romper sus propias reglas. Hacer sistemas expertos es la prueba de nuestra imperfección, defectuosidad y locura. Ya lo hemos hecho innumerables veces. Pro romper las leyes de la gravedad no solo fue asombroso, sino principalmente hermoso. Pero vamos, la justicia es una exageración. ¿Acaso el que en vez de cero hizo uno y fue sorprendido por un enajenado y murió en sus manos no es algo ajeno a los principios de justicia? Siempre, por más que avancemos, la justicia terminará en nuestras manos o en “nuestra no acción”. Porque la no acción es una de las peores formas de violencia. Y no me refiero a la de los movimientos ajenos a las revoluciones, sino a esa indiferencia que queremos a fuerza de voluntad que nos merezca el oprobio del que decidimos moldear, poco a poco, día a día, gusano. No dar al otro la oportunidad de ser el alter ego, el espejo en quien curar sus taras.

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