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martes, 16 de agosto de 2011

NEXOS A LA INTEMPERIE

Hasta unas horas hace, no había tomado seriamente aquello que me decían. Pero si, en tiempos del twitter, los aceleradores de adrones, el cartesianismo de las mentes europeas, la revancha fría como la mayonesa de Asia, y la escena espantosa del reduccionismo humano, esa religión que ofrece el táctil mercado como puerta de salida, descubrí que Cusco sigue siendo, pues, tierra de brujos, que existen, que silencian y que aquellos -brujos- de verdad, desafían, aun vistiéndose de cultores de la lógica a las leyes que, y oh sorpresa, a todos los que osan verlos en las noches.
Están disfrazados, sí, de cualquier cosa que pueda imaginarse, abogados con caspa y sin caspa, profesores de matemática, funcionarios corruptos, turistas europeos o no, basureros y cambistas.
Los he descubierto sin querer, a lo mejor al someterme al vagar flotante al que se refería Borges, y lo peor, ellos se han dado cuenta de mi descubrimiento, no quedando más alternativa que enfrentar pesadillas y bajones, hinchazones de la cabeza y punzadas del corazón, como si estuviera por primera vez a punto de ser vencido, lo que obviamente me ha llevado al desgaste innecesario de defenderme y, si es posible, atacar.
Trato de arrancar violencia de mi interior, y me veo rodeado por estos seres, alados o no, pero que desde luego se la han pasado penando hace mucho tiempo, y en la medida que respondo a sus horripilantes aleteos con olor a amoniaco, esto me ha obligado a esa búsqueda de poder que desprecio, pero que me ha sido devuelto, cosa que no quería: someter a los diarios a mi antojo, un a metáfora de mi esencia que es ahora necesaria como mi mi esencia: desbaratar las capas de mentira, aún se trate de un quehacer infinito, sólo para que la verdad surja. Ahora veo que todo lo que me importa es la verdad. Debo ser un estúpido completo.
Y ahora debo hacerlo porque me siento atacado por algo, y la verdad y solo la verdad es el poder que puede contra todo tipo de conjuro, anatema, o disgusto de algún brujo o bruja enfadados.
¿Y he de describir a los brujos? Se de Martha. Ella comía muy poco y vivió cien años, la mayoría de espanto y dolor, porque fue arrojada de joven a un pueblo lejano, porque fue parida de la que fue una mujer altanera, objeto de las apetencias de un cura.
Aquella hija de altanera sufría su origen pecaminoso y no podía ser feliz. Se fue a una ciudad donde fue educada con esmero, llegando a ser una dama refinada que tocaba Chopin en los recitales y hacía presentaciones recitando versos de Espronceda. Hasta que, al igual que su madre, alguien se la tiró dejándola preñada. La vergüenza de estar embarazada y abandonada por un vendedor apuesto y avezado, la remitió lejos y a esconderse en las montañas donde dio luz a su hijo.
despreciaba a la gente que le rodeaba. Ca,pesinos decalzos que la miraban con odio y miedo. Pero ese pueblo la tomó de bruja desde que una tarde, tras ser cogida por un rayo, sobrevivió. Le pedían consejos, bendiciones, curaciones. Y lo hacía con una seriedad de ultratumba.
El pueblo tenía en sus partes altas unas lagunas extensas, hermosas y tan frías como la misma indiferencia. Le gustaba a ella visitarlas por las noches. Por sus caminatas de madrugada se levantaba tarde. En esas noches, en ese mundo de campesinos iletrados, esta dama se abría paso entre pastos crujientes, indiferente a las heladas, abrigada eso sí, contemplando el perfil de los auquénidos, acurrucados entre sí bajo la negritud del éter iluminado por una luna plata que enfriaba aún más las horas avanzadas. Martha recogía hierbas y con eso vivía. Se las tomaba en mates, las comía, pero antes las hacía secar sobre periódicos.
Una vez por error las puso sobre una imagen de Jesucristo crucificado que estaba en la vieja edición de un periódico de Semana Santa. Retiró apurada las hierbas y quemó el periódico, que al consumirse retorcían su negrura tizones rojos, de fuego, donde reaparecía estaba el mismo rostro del crucificado, el cual hacía muecas adoloridas, extinguiéndose la boca, ojos, cabellos en el fuego propiciado por esa mujer con la fe intacta, pero sin esperanzas, a quien le costaba tanto mirar con dulzura a su pequeño hijo.
Luego supe que aquella zona de pampas altoandinas, Langui, era tierra de odios, donde sus poblados incomunicados de chozas con techos de ichu, solían menudear el encono por cualquier motivo, urbes primitivas de ojos caídos donde pudo nacer Nostradamus, o donde el odio más que el heroísmo brotó a José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru, el cacique altivo y rebelde, pudo ser descuartizado por cuatro caballos, hecho casí olvidado en este horizonte de ganaderos de alpacas y vicuñas atacados por abigeos a caballo, encapuchados que a veces eran primos o hermanos, quienes cultivaban el odio, a tal rigor y consecuencia, que aún en las horas finales, después de una vida de maldiciones recíprocas, aún así, moribundos, se deseaban venganza “hasta la vida siguiente”, con expresiones “nos encontraremos en el infierno”.
Escribo esto al darme cuenta de lo que no percibía. De que Cusco es tierra de brujos. Olvídense de Huasao o los mercachifles que te dicen lo que temes. Brujos de verdad.
Detrás de esas montañas de Langui, entre Puno y Cusco, la precipitación del camino es brutal, primero subiendo a los picos más altos de nieves perpetuas donde pastan los auquénidos, a los más calurosos y misteriosos caos amazónicos, senderos plagados de orquídeas, serpientes venenosas, mariposas centelleantes de azules alas, e insectos tan minúsculos pero a la vez enormes, comparados a las esporas esparcidas por hongos inteligentes y malignos que matan de a pocos a toda criatura viva.
Así un día soñé en este camino, y lo recorrí muchas veces. A veces solo, otras veces con amigos. Pero no sabía por qué esa noche soñé -o no sé si viví algo aparte- en esas tierras, o mpor que esas tierras me trajeron a la mente lo que habían detrás, allí abajo, en el decurso de los ríos amazónicos: el infortunio de Pigalla. Recuerdo que me agarró con su mano cayosa, negra, y de uñas sucias, implorándome con sus ojos reventados algo que no supe entender, al menos hasta ahora.
Pigalla era una bruja que pudo ser de niña una víctima del misterio, algo peor que la misma esquizofrenia. Era una nativa piso-mashco, de allá tras las montañas sagradas de los incas, el Ausangate. Ella comenzó a apartarse de su tribou, como entrando en la depresión.
Con su cusma azafranada, casi arrastrando sus pies entre el herbario zurcado por hormigas incoscientes, cukis, sobre todo, se escondió entre los árboles ya secuestrados por las nubes del Brasil que lamían los Andes como constructoras de torres de iglesias belgas. Y Pigalla, despeinada, desgreñada, rasguñada, joven, infeliz, y violada mil veces por la sed de sus coterráneos, rumiaba su venganza, o tal vez vivía la maldición de haber llegado al mundo sin contar con las capas de amor, acero y titanio que forjan los seres humanos amados por sus padres y nunca su sonrisa fue completa, aunque si el brillo enigmático de sus ojos. Un brillo que destellaba goce en los raros pero recurrentes momentos que la felicidad se le topaba en su paso.
Tenía las manos rotas, su piel, digo, pero las viejas laceraciones de arrancar la chonta de cuajo, para no morirse de hambre, ya eran callos humedecidos por su sudor sucio y pesante.
Casi una autista, su alejamiento del planeta no tenía ada que ver son lo que le sucedió en vidas siguientes, cuando sentada en ese set neoyorkino descartaba el ahondamiento de la crisis de los subprames y al día siguiente era leída en el New York Times. Tampoco ella podía dejar a Pigalla por que ella misma era aquella, cuando el elefante saltó estando una docena de turistas en safari. Cayó, rió, intacta eso sí, y en su riosa apenas podía dejar de entender como estúpidas a sus colegas de safari. Ella hizo safari, se zafó, del colectivo rumiante hacía mucho tiempo, y ese era su secreto, un secreto que no obstante detestaba.
Necesitaba que algo o alguien le arranque eso, pero ya había perdido las esperanzas. Todas las esperanzas y solo le quedó refugiarse en arroparse de armas para destruir a las muchas pigallas que encontró en Londres, Beirut y Perú.
Y solo le quedaba para eso ver en panorama, razón por la cual amaba las montañas, donde la contemplación era mucho más intensa para ella, pues la inmensidad del horizonte algo podía empequeñecer la enormidad de su desgracia.
No fue suficiente para destruirla, que con una macana, los maschos que comerciaban oro con los rastreros polacos que llegaban a la selva de Inambari, le agujerearan la cabeza, pensando que en ella estaba, y por qué no, el origen de las enfermedades y catástrofes qyue enfrentaban. Por que Pigalla, en efecto, al ser tomada para su ejecución, era descubierta con pelos, trozos de tela, plumas, hasta dientes de quienes se creía sus víctimas de encuentros de ultratumba con poderes ocultos y malignos a quienes apelaba para consumar su venganza.. o qué se yo.
Pensaban que haciendo un orificio en su cráneo sus pensamientos de odio flotarían y con ella morirían sus maldiciones. Pero no. Pigalla no podía morir. Y fue por eso es que tuvo éxito siempre, incluso en que las gestiones de Madonna para que el grupo Abba le preste una parte de Give Me para el gran éxito de la diva super rica norteamericana, Hung up.
Tal vez esta historia no sea para nada cartesiana. Tal vz parezca que le he hecho en estos tiempos otro orificio en el cráneo para que vuelen sus maldiciones y secretos. Pero no ha sido así. Lo raro es que, en efecto, pude conocer el secreto de Pigalla, que era un cuarto oscuro donde habían viejas muletas, varios dibujos de sus padres, y el deseo de ser madre, amar y moriraun en vida, esta vez de verdad.
Telma se ha contradicho. Y que hará. Lo mismo de siempre. Atacar al que cree que le puso la macana en la cabeza. Solo que no podrá, definitivamente no podrá. Por que es la última posibilidad de fé que le queda. Una fé que no pensaba, ni lo hace, que existe. Ahora ha vuelto a la montaña y le pregunta al viento que ha pasado, pues. La respuesta solo está en amar la vida… de verdad… hasta perder la razón. No. La lechuza no dice nada. La paz ha llegado en medio de esta ciudad destruida. Caminando entre los muertos de Pigalla, Buchemwald, Trieste, Sierra Pelada de los garimpeiros, Perú conquistado por lso españoles, no hay nada que temer Pigalla. El amor también es para ti.

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