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viernes, 9 de marzo de 2012

CRAPULA / CAPITULO XVII / EL TIRO DE GRACIA

No la amaba pero estaba decidido a pasar junto a ella el resto de mis días. Definitivamente no amaba la idea de ser odontólogo. Me daban asco las bocas, la sangre que manaban, las suciedades amarillentas y negruras que encontraba. Renato Ross, juvenil actor de teatro tenía un mundo a sus pies. Igual, todas las muelas picadas. Sin dinero en el bolsillo rogó a Matías Fort, vago general, cocainómano y futuro gerente de la clínica Arzobispo Teste, una profilaxis y curada de caries. Fort le juró que a nadie se lo diría. Mentira. A todos nos contó la vida dental del actor. - Apesta como mierda. Creo que come pezuña de burro- Dijo en voz alta. Me parecía que ser odontólogo era mejor que ser maestro. La gente se impresiona cuando te ven de blanco. La verdad es que yo no quería ser profesor y vestir guayaberas cubanas ni estar en el Sutep, tampoco tener una casita pobre en el cono norte, y por supuesto jamás irme al Perú de adentro para enseñar a niños sin futuro. No. Ser un Mister Anybody que toma su micro en Arenales no era mi verdad. Pero la verdad es que cuidando perros ya empezaba a sentirme obsoleto. Ya no había con quien vagar en las calles. Casi todos mis amigos fueron domesticados por el hambre, el sexo y el qué dirán. Noté que me miraban con lástima, como si no valiese nada. Incluso me dijeron unos amigos que yo era medio gitano. Sentí en ese calificativo desprecio. Pero no tenía valor de ser artista y ponerme a pintar los océanos. Era obvio que no daba dinero. Pero sentí que estaban siendo hostiles conmigo sin que yo les hubiese agredido antes. Yo era la imposibilidad, ellos la elección. Así se presentaban. Entonces comencé a despreciarlos también. Uno a uno, como si fuesen vidas frustradas, simples, sin anhelos. Pero era inútil perder el tiempo en decirles que lo que ellos hacían era insuficiente para vivir, pues no entendía que si para mí la vida era hacer cualquier cosa pero con emoción, para ellos no era necesario cumbres emotivas. Ellos ya no tenían chispa en los ojos y solo querían triunfar en la vida, no más beber en los parques o buscar islas legendarias, sino ir a una peña y normalizarse. Es que eran normales. Para la mayoría triunfar en la vida era tener un empleo seguro sin importar lo que dicte el corazón. Por el contrario, los pocos vagos radicales que quedaron se convirtieron en borrachos indecisos, billaristas o entes sin otra cosa en la cabeza que un lamento criollo. Los impolutos representaban el futuro y eran vistos por otros con una rara mezcla de resentimiento, respeto y complicidad. Ellos sabían actuar en un mundo mierda. Daban sobornos a los profesores a cambio de mejorar calificaciones y buscaban las emociones fuertes, sea en la coca, los autos y el dinero que les propiciaban sus padres. Eran prepotentes y cínicos, iban a las discotecas de moda, y paseaban en autos convertibles que solo eran vistos de vez en cuando. Estaban acostumbrados a que todos actúen como sirvientes de ellos. Un día el chino Nakamura invitó al profesor Sanhuamán a tomar unas cervecitas. Este, padre de familia, domiciliado en Progreso reía entre sus alumnos. De pronto Nakamura se acerca al oído de este le dice. - Profe, gracias por habernos acompañado con estas cervecitas- y le estira la mano. San Huamán, sin importarle mucho el desprecio, tomó sus papeles y medio borrachito se fue caminando. Cuando vi esto supe que vivir en un barrio pobre podía hacer que me discriminen. Los impolutos residían en zonas de gente de plata. Yo por eso mentí mi verdadera dirección. - ¿Dónde es tu casa Betiño?- Preguntó Matías Fort. - En La Molina, allí alquilo un departamento con varios amigos- Mentí. - Te dejo. Sin saber decir no, subí al auto camaro, rojo. Aún no había confianza. Me bajé cerca del colegio Alpamayo, diciendo que era contar el tráfico, y caminé unos metros. Luego di media vuelta, me aseguré que Matías se haya ido, y busqué un micro para hacer la conexión en Alfonso Ugarte con Venezuela. Pero la mentira sirvió para que me invitaran a un rodeo a disfrutar de las peleas de Gallos. No había nada más aburrido en el mundo, pero noté que unos chicos, hijos de cafetaleros de provincia eran los que gastaban más en la sanguinaria lucha. Los hijos de cafetaleros sabían que sus padres exportaban millones, y eran caciques en sus pueblos. Se juntaban entre ellos, y hacían carreras de autos en Javier Prado. Su dinero era ostentado con grosería y tenían esa calma en la mirada que solo pueden tener los que tienen un colchón y una vida asegurada. Hasta sus movimientos eran finos, pequeños reyezuelos en pueblos sin asfalto, donde se paseaban con sombrero y formaban la sociedad de la zona. A todos miraba con algo de asco, eran tan superficiales que dolía su modo ajeno de ver las cosas. No entendía el sacrificio que hacían de esos plumíferos que se daban a cuchillazos mientras se pasaban las latas de cerveza. Subimos en los autos y alguien propuso ir a Barranco, un encantador barrio lleno de restaurantes, pubs y otros sitios para juerguear. Entramos en La Estación, un restaurante de baldosas rojas, muy bonito. Cantaba la chica Freundt. Me sorprendió que a ellos les guste la música criolla, yo la odiaba. Pero por fea. Eran snobs. No sé porqué fuimos a ver a esa tonta. En eso noté que mi compañero Mirko agonizaba de aburrimiento como yo. - Una mierda esa música- Dijo. - ¿No?- Afirmé. - Vámonos de acá- sugirió. Y nos levantamos de nuestros asientos. Cuando pen´se que salía, viró y entró al baño. Lo seguí. Me miró y sin decir nada saco su billetera. De una ranura salió un tamalcito. Lo abrió y el brillo me gustó. Sacó una tarjeta y recogió una pequeña montaña. Aspiró dos pequeñas dosis. Luego me tocó. No dije que no. - Dámelo. No te lo acabes- Me dijo Mirko. Le entregué el paco. - Usted había sido bravo con esa carita de huevón-Comentó mientras cuidadosamente rearmaba el paco- Yo me reí sin demostrar nada. - Vamos, límpiate la ñata. - Se van a dar cuenta- Opiné. - Me lo van a pedir y tienen trompa de elefante. Además mejor que no nos vea Larrañaga. - ¿Por qué? - Es correcto- Eso quería decir que no consumía. De hecho Agustín Larrañaga Meckler era un modelo de estudiante. Limpio, puntual, y serio tenía una prometedora carrera. El sí ingresó a la universidad por la vía legal. Sus padres eran acomodados vecinos de Miraflores, y su departamento de José Gonzales era tan gracioso como las flores que adornaban el jardín de entrada. Su madre era una encantadora mujer que te hacía sentar a la hora del lonche y analizaba mientras servía el café con leche. Larrañaga solía estar con los impolutos por un tema de clase. Mirko se reía de este. Y debido a su aspecto desgarbado era conocido como “agua sucia”. Medianamente adinerado, hablaba mucho de los deportes acuáticos. Solía introducirse en reuniones de alta clase y era un comprador profesional de zapatillas de segunda mano, eso si, de marca. Salimos del baño y nuevamente nos golpeó el rumor de la gente. En la mesa todos reían. Estaba incómodo con esa estupidez de tomar cerveza en jarras. Siempre me gustaron los lugares cucarachezcos donde las botellas se sirven de mala gana, pero son grandes. Al sentarnos Larrañaga nos miró y rió irónicamente. Luego vi Mirko que le pasó el paco por debajo de la mesa. ¿No es que no aplicaba? Pero paralelamente empecé sentirme potente. Los hechos fluían con más naturalidad. La seguridad me inundó y conversé con mucho tino. No sabía que así era un tiro. Mary Luz, de frente amplia y cabellos negros, cruzaba las piernas. Me exitaba su cara aburrida. Pero al reír era lindísima. Estaba sin sostén. Se notaban sus pezones. Claro, poderoso y diáfano, no me importaba que se diese cuenta que la miraba. Eso era ser audaz. Mary se dio cuenta de mi cambio y sonrió coquetamente. Yo no supe asimilar este hecho y decidí mirar a otro lado. Pero como el efecto de la coca seguía en aumento estaba seguro que mi posición era la correcta. Así es que pasaron las horas hasta que decidimos irnos todos. Mary Luz no vino en auto y Mirko la abrazó diciendo que la llevaba en taxi. Pero se me acercó y tomó el brazo. -Tú eres un perro en celo- Le dijo. Mirko le miraba el cuerpazo mordiéndose los labios. Yo que estaba muy despierto dije. -Taxi.

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