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lunes, 5 de marzo de 2012

CRAPULA CAPITULO XIV / PERU, NO CUENTES CONMIGO

El local universitario no era gran cosa. Casi todo era un gran patio. Parecía que en su anterior vida fue un granero. En uno de los graneros estaba la clínica de prácticas odontológicas. En el otro, el salón de prácticas de anatomía. Me detuve para ojear este ambiente separado en varios por madera triplay, vie en uno, el más grande, una mesa larga entre dos angostas piscinas de cemento. Al asomarme sentí un olor amoniacal, penetrante y asqueroso. Descubrí, flotando en formol, tres brazos humanos, dos cabezas peludas y algo así como un torso humano. Una de las cabezas tenía un gesto alegre en su rostro. La otra, inconfundible maldad andina. Al principio el granero me daba miedo, pero después solo asco. Como yo tenía mucho estómago para soportar a los vivos, pensé que no me sería muy difícil estar cerca a los muertos. Estos solo apestaban. Humberto y Roxano les llamaban en tono de broma. Ya nada se podía desmenuzar de aquellos cadáveres. Estaban para el tacho. El gallinero estaba separado por tablones de los salones de clases. Antes había más gallineros pero uno se cayó durante un temblor matando a dos estudiantes. Allí estaban construyendo un pabellón que fue usado por el gobierno como aviso publicitario de la supuesta modernización de la educación. La Rata había simpatizado mucho conmigo. El antes estudiaba para profesor pero viendo que como maestro no tenía futuro, se matriculó para ser odontólogo. Me trataba como si fuéramos miembros de una misma mafia. Él, el corrompido, yo, el corrupto. O viceversa. Constantemente me buscaba en el patio. Mis gestos eran de desagrado. Era vox populi que la Rata era el alumno más antiguo de la universidad pasando por ingeniería pesquera, contabilidad, educación y, finalmente, odontología. La Rata llevaba 17 años en la universidad. Huesitos, otro del partido era un asesino del sub grupo Ramón Castilla Tueros. Ex guardaespaldas y hombre fiel del fundador del partido. Don Ramón Matarazo, Huesitos era solitario, sombrío, nunca se reía. La compañía de la Rata me hacía mala fama, pero era imposible expectorarlo. El me había ayudado a ingresar, lo cual me convertía en una suerte de socio o hermano del mal. Además supe que la Rata era cuadro del MRTA, brazo terrorista de ciertos sectores radicales del partido de gobierno. Además, me enetré que tenía una mujer, a quien nadie conocía, era quien propiamente traficaba las plazas universitarias. Se decía que la Rata una vez dinamitó un local universitario, y que siempre portaba un cartucho de dinamita en el cuerpo, lo que estaba por verse. Pero por más que trataba de alejarme de la Rata, este se me pegaba, parecía un moco, y siempre terminábamos hablando los dos en el patio central, y finalmente, en alguna cantina cucarachezca. La Rata me escudriñaba con sus ojillos falsos, maliciosos, cómplices. Yo le respondía descorteses sís y claros, pero reconozco que a veces me divertía. Un día le dijo al jefe de la Moña, Rodrigo, que yo era "chévere” y que me trataba de un compañero del partido de la base de Breña". Tener a la Rata de aliado se tradujo en cada vez mejores notas. El partido protegía a sus profesionales. En compensación debía participar haciendo cadenetas y pancartas para apoyar a diversos grupos políticos universitarios en campaña. Estar en el poder significaba muchos negocios. Primero, manejar la venta de plazas, vender plazas de catedráticos, fuera de comisiones por toneladas de compras de papel, tinta, cemento o ladrillos. Rodrigo andaba demasiado ocupado en perennizarse en el cargo de Secretario General del Centro Federado y para este fin solía organizar fiestas y actos conmemorativos totalmente divorciados de una preocupación académica. Solían interrumpirse las clases con el estallido de un petardo antes de una tremenda fiesta con parlantes que eran usados en los mítines políticos. Era clásica esa voz anunciando de repente que se suspendían las clases y que se iniciaba la fiesta. . Condenado a seguir pagando mi ingreso fraudulento, me volví político a la fuerza. Iba a cuanta conmemoración partidaria me convocaban. Recorría ambientes cargados de chatarra humana que bebía, orinaba, defecaba, bailaba salsa especialmente, y que remataba la noche con rameras que llevaban a follar al Centro Federado. El portero, un negro con guayabera cubana, nos abría la universidad a media noche. Ya me estaba hartando la farsa de ser uno más de ese partido del que decían que, pese a su intolerancia a los opositores, era sorprendentemente al más tolerante a la homosexualidad. No era peor que otros partidos. Un día me encontraba comiendo un budín en la cafetería cuando se me acercó el estudiante comunista, Huxley Aquice. El siempre intrigaba contra el partido. Me dijo abiertamente. - Estos son unos concha su madre ¿No?- No me gustó ese ¿No? Me comprometía. Callé. Pero Huxley intento una vez más. - Han cagado a Porito. Lo han fregado por que buscaba elecciones nuevas. Romper con el fraude. Lo rodearon entre diez. El, en medio, recibió correazos. Luego lo subieron arriba. Le arrojaron del segundo piso y le han roto el fémur. Un día les llegará la hora y serán perseguidos, se descubrirá sus robos, sus asesinatos, la podredumbre que son para este país. Huxley se quejaba del sistema, pero era de una facción que pretendía mostrarse como honesta del partido de gobierno. Este solía andar con el cojo Zegarra en todo lados. Una vez lo vi volanteando unos flyers pidiendo elecciones ya. Era el enemigo más peligroso de La Moña. Pero por qué este odio a la Moña. - Porque es digno, decente- Le defendió Huxley. - ¡Ja!. Debe ser medio cojudo o bien ambicioso. Quiere la suya- opiné. - No te culpo por pensar así. - Y tu quien eres para culparme. A mí no me importa lo que haga la Moña- Le dije. Huxley me miró con desaprobación y había en su expresión algo de sabiduría. La conversación dejó una huella en mí. Un remordimiento que era contraproducente. Y a mí mismo me dije. No estás en la universidad para hacer política y menos para andar entre menesterosos. Así que decidí un plan de alejamiento de la Moña.

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