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jueves, 1 de marzo de 2012

CRAPULA CAPITULO XI / POR UN PEDAZO DE CARNE ROJA Y SANGRIENTA

Encontré en el piso el recibo de alquiler. Era bajísimo el precio. Don Jorge, el portero, me lo había pasado por debajo de la puerta. El viejo era un tipo decente y muy elocuente. Nunca robaba ni un centavo de la cuota por mantenimiento. Admiraba de él que siendo tan viejo se mostrara ágil. Su cuerpo, huesudo y cubierto por una delgada capa de pellejo, era fuerte, y por el descomunal tamaño de sus manos, deduzco que de joven debió ser albañil, estibador o carpintero. Era tuerto y se cubría el hoyo con un ojo postizo. - Ha venido un tipo a dejar este papel. - ¿Quién era? ¿Le dijo? - No lo sé. Pero era temprano y olía a alcohol Supuse que era La Rata. Al parecer esta era del tipo que después de emborracharse trata de mostrar un poco de dignidad. ¿Por qué habría venido? Cuando leí el mensaje esto fue lo que decía. No debes hablar con nadie del acuerdo. Mi teléfono es el 3457655. Es la bodega de Felipa. Solo llama si fuera necesario. Ya todo está arreglado. Estarás adentro, pero debes de dar examen de admisión como cualquier mortal. Tu código es el 098-6765. Debes de dejar en blanco el examen. ¿Entendiste? No debes escribir nada, no responder nada, no debemos dejar huellas. Tu colegio será en Barrios Altos. El tío Chambergo ya sabe. Dile que todo es OK. No le digas que fui a chupar ese día. Es pata de Armando, y se te va a cumplir. Te lo prometo. La Rata La Rata me mostró unas inesperadas muestras de precisión. Era evidente que Chambergo tenía poder. ¿Por qué el partido tendría poder en Breña? Sin duda pro que en los años 40, o 50, cuando hubo persecuciones a balazos a los apristas, muchos escapaban a Breña. Allí eran refugiados. Allí se formó la confianza. Y aparentemente ese código aún existía. Dios quiso que me mudara a ese barrio para asegurar mi destino. Encendí una vela Misionera y pedí al Santo que el fraude sea un éxito. Las dos semanas que faltaban hasta el día del examen trucado, del cual dependía mi ingreso a la universidad, pasaron entre la televisión y el deber. Mientras otros se mataban estudiando para la gran carrera, para mí el problema era otro. Cómo matar el tiempo. Entonces pensé un detalle. Cómo disimular mi inacción mientras otros estén quemando neuronas, llenando sus exámenes. Qué decir cuando los controladores vean que no escribo nada en el papel. Cuando el tiempo pasa inútilmente hay que agujerear la pared y mirar la calle del otro lado. Tal vez se llegue a ver una ventana desconocida. Tal vez una mujer casada se esté desabrochando el sostén. Tal vez uno descubra que en el fondo de su ser yace un apasionado fisgón. Mire al espejo y vi a un sujeto común. Analicé mi mirada y, por más intentos que hice, no me salió ningún comentario. Luego me hablé hipócritamente. Sí, mañana cambiará tu vida. Ese día era el esperado examen de admisión a la puta universidad. Dejaría de ser mister anybody. Pero ¿Cumpliría la mafia? Me alarmaba un poco. Mientras me abstraía trataba de olvidar viendo en la tele el show de Benny Hill. El viejito a quien Benny le reventaba huevos en la cabeza se parecía mucho a Don Jorge, aunque solo físicamente. Dudo mucho que él permitiese que alguien le reviente huevos en la cabeza. El orificio donde antes hubo un ojo decía mucho de su vida. Era cruel Benny Hill. Ver a Don Jorge cargando desde el primer piso los dos baldes con agua hasta el quinto también lo era. Recordé Trampolín a la Cana, el programa sabatino de Augusto Fregando, un tipo de quien se decía que era homosexual y que se hizo millonario regalando cocinas a kerosene a los menesterosos. (Yo soy ahora un menesteroso) El gordo de la tele nunca aparecía dos veces con una misma camisa. Benny Hill era un santo a su lado. Un día vi su programa concurso basado en un premio a quien trajera el objeto más inusitado. El tipo pedía cosas increíbles. Para empezar los más pobres, los que vivían en los arrabales madrugaban para llegar al estudio de Pananredo Televisión donde era el programa en vivo. Fregando, grande, morono, sonrisa enorme, mordía la teleaudiencia, pidiendo a grito en alto. "¡a ver quién ha traído un lomo saltado!", o "¡Quien ha traído un mapa de Ginebra!, "¡Una cocina al que me trae una rana con dos cabezas!. La gente pobre iba con sus canastas llenas de cachivaches de todo tipo. Una vez vi que entre los cachivaches a una viejita de aspecto pobre y abandonado. Aunque no hablaba, su boquita se abría con la lentitud pero a la vez, con el poder de una retroexcavadora. Miraba lagrimeante detrás de su catarata. Intentaba decir algo, gritar algo, pero se le sentía débil. Mientras miles de manos eufóricas elevaban sus cachivaches, ella solo llegó con un tomacorriente. Probaba suerte. El conductor pedía de todo. Un toyo frito, cuatro canicas y seis resortes de cama. Y la viejita solamente agitaba su tomacorriente. Y cada vez que perdía, como todos, reía. La gente disfrutaba hasta la locura, agitaba los brazos, reía, se pisoteaba entre sí, a algunos los subían al escenario y hacían caer en piscinas de agua en invierno y de premio les daban un kilo de salchichas. Pero ese día cercano a Navidad, aquello fue una orgía de maldad que en definitiva atravesó todos los límites y colmos imaginables. Había un anciano, a mi parecer, analfabeto, condición previa para ir a este programa. Fue primero reclutado al set y tras ser iluminado potentemente, fue enfocado por cinco cámaras. Era su minuto de fama. El tipo de unos ochenta años usaba ojotas y se notaba tierra en los dedos de sus pies. - A ver viejo lindo –le dijo Fregando- Te doy una cocina a kerosene si te comes este panetón en medio minuto-. El anciano parecía pequeño al lado de ese panetón en forma de torpedo. Era enorme. El viejo, que no tenía dientes, empezó a tragar con tal desesperación que a cada rato había que desatragantarlo. Mientras esto pasaba, el país eyaculaba de gozo, Augusto se iba hacia atrás llorando de risas. El viejo, ya azulado por la falta de aire, no pudo más y vomitó los pedazos de panetón, mientras la cámara se acercaba y alejaba reiteradamente, ocasionando más carcajadas en un público animalizado que participaba de un rito satánico del cual era partícipe un país que se iba al diablo. El viejo, sin darse cuenta de que acababa de ser humillado, ganó su cocina y fue abrazado por Fregando. Cuando salió a la avenida Arequipa, un transeúnte le ofreció comprar su cocina. La vendió sin dudarlo. Al día siguiente, dos cuadras más allá, el viejo amaneció completamente borracho, tirado en el piso, sin un centavo en los bolsillos. Con estos pensamientos me tiré en la cama y no sé porque pesé un segundo en Celia, a quien ya no amaba y luego apague la luz. No tenía sueño, pero quise seguir viendo televisión. Finalmente la apagué. Pero aun así no pude dormir. Una cucaracha se había metido. Era de esas rojas y gordas que rascan el piso al caminar. Pude imaginar su ubicación. Se acercaba a mi cama. Tomé mis slaps. Apenas se veían las sombras de la noche. Cuando supuse que estaba más cerca disparé la planta sobre el piso y sentí un crujido. Me di cuenta que estaba lleno de seguridad. Y que ese me producía tensión y no me dejaba dormir. Pero finalmente guardé sueño. Poco después amaneció. Calenté agua. Era un problema encender esa vieja cocina. Abrí la puerta, necesitaba aire sano. Vi en ese patio la bruma de Lima, sombras de techos cuadrados, ropa tendida, deshechos cubiertos de polvo gris. A lo lejos, el coliseo Amauta. Don Oscar, mi vecino, ya estaba levantado, que extraño. Estaba desempolvando unas ropas negras. ¿Estará de luto? Si lo estaba jamás lo noté. Era algo parecido a un pasamontas negro. Lo cogía en la mano. Le saludé. Este, sorprendido me respondió poco amablemente. Guardó sus ropas en una bolsa y se las llevó a su cuarto. Luego escuché que la negra, su mujer, lloraba en el cuarto. Ella le decía. - No trabajas, te mantengo, te compro los cigarrillos, te doy todo por un poco de paz pero tú, viejo de mierda, eres malo, tienes plata, no sé porque me tienes así. - Calla mujer, te van a escuchar. - Tú te has sacado cuarenta soles de la caja - Ya Marina no empieces. - Y así quieres que abra un chongo, para que te tires la plata. Don Oscar siempre le andaba reclamando a Marina que se deje de resentimientos, que el dinero no es todo, que él lo tuvo y lo perdió todo, sus hijos, y que sí le importaba abra de una vez esa casa de tolerancia, pues habiendo siendo ella del medio no tendría tantos problemas con la mafia, a lo quel Marina decía que no, pues ella dejó de putear odiando a los cabrones y que le estaba llevando a ser justamente eso. A marina la botaron de la Nene para reemplazarla por esas muchachitas malhumoradas y poco elegantes “que ni siquiera la saben chupar”, como sentenciaba. Marina, negra, medio vieja y gorda, era una mujer sola. Don Oscar, era su compañero, un viejo solitario, muy extraño, lacerado primeramente por el alcohol, el juego y las noches en los burdeles. Intentar continuar la vida. Don Oscar me caía bien. Era distinguido pero pobre. O al menos eso parecía. Era de esos tipos que parecen haber trascendido al dinero. No era un conformista. Siempre tenía aspecto animado. Me contó que de joven trabajó en la compañía de electricidad y que fue un gran solterón hasta que conoció a Cecilia, su primera esposa, quien ya tenía dos hijos a quienes adoptó. Dijo que dejo la oficina de electricidad para hacerse vendedor de joyas. Le iba muy bien, viajaba por todo el Perú vendiéndolas. Pero un día tuvo un problema a la columna, y desde entonces ya no pudo movilizarse como antes. Su mujer le exigía que trabaje en otra cosa, y al no poder hacerlo ni conseguir dinero, empezó a ser objeto de insultos. Sus hijos, aún chiquillos lloraban. Su vida se fue haciendo triste y sombría. Fue de trabajo en trabajo y, harto de ganar tan poco, un día decidió probar con los caballos. Tentó suerte. Esta le sonreía de vez en cuando. Pero nunca en definitiva. Siendo ya un jugador empedernido, ganó en una ocasión mucho dinero. Se sacó el pollón y nunca le dijo de esto a su mujer. Eso sí, cumplió con los gastos escolares, y fingió que se iba a trabajar. Dilapidó una fortuna inmensa. Le gustó la tranquilidad del burdel a las dos de la tarde. Y por eso le pidió al chino que le alquile por un año uno de los cuartos. El chino se lo alquiló. Y cada tarde iba al burdel a su habitación, la cual sub arrendaba a las putas que llegaban y no tenían sitio. El pago muchas veces era en especies. Un día su esposa se enamoró de un extranjero y se fue. Sus hijos no quisieron separarse de ella. Don Oscar se quedó solo: El… y sus putas. Pero ahora otra era la realidad de Don Oscar. Su discusión con su nueva mujer, Marina, terminó como siempre, en paz. A esto le llamé “escuela de conocimientos básicos de Lima”. Aun está oscuro el cielo de Lima. Con solo una taza de café salí rumbo a un colegio en Barrios Altos donde me tocaba rendir el examen de conocimientos básicos. Pasé la avenida Abancay, una conquista de los ambulantes que llegaron de provincias. A mi diestra estaba el Parlamento, y a mi siniestra una tanqueta con soldados que reían. Mire arriba, el alboroto de los pájaros sobre las copas de los árboles de la Plaza Bolívar. Tuve una ligera nostalgia. Miles de chicos se me habían adelantado. Verlos me dio una rabia interior pues se notaban demasiado afanosos, dispuestos a hacer una pelea limpia. Pero yo sabía que en ellos había esa peruanísima costumbre de romper la ley. Muchos serían médicos abortistas, contadores de mafias, ingenieros que hacen caer puentes. Otros, por el contrario, brillantes y decididamente iluminados por un buen porvenir. Exitosos, ricos, dueños y jefes de sus vidas. Pero todos estaban dispuestos a romper la ley. En eso yo era más sincero. Se notaban mucho más disponibles y adecuados que yo. Me recordaban las pocas oportunidades del país. Muchos padres adinerados mandaban a sus hijos a Bolivia a estudiar Medicina, ya que en Perú las vacantes eran pocas. Realmente una plaza universitaria era un pequeño pedazo de carne arrojado a la jaula de los leones. La mayoría de mis competidores eran chicos humildes, conscientes de su precariedad, probablemente hijos de ambulantes que rebelaban una astucia secreta que no llegaba a entender. En Lima a veces uno puede sentirse un extranjero. Estos muchachos eran apoyados por sus sacrificados padres. No obstante me extrañó ver entre el gentío a otro tipo de muchachos quienes a diferencia de los primeros ostentaban mejores condiciones de vida ¿Por qué postularan a esta universidad para pobres? Me preguntaba. Tal vez porque como yo ahora eran pobres. O tal vez no.

2 comentarios:

  1. Pepe que bueno que te animaste por fin a escribir...TE PROMETO HERMANO QUE VOY PARA EL 17 DE HECHO..

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