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domingo, 20 de marzo de 2011

The Ballad of Peter Pumpkinhead


De aquí a un tiempo me ha regresado la fe en mi, lo que quiere decir que me he reconciliado conmigo mismo, y esta vez sí con la música y la armonía, tomando completamente las riendas de mi vida por encima de cualquiera. Reparo en muchas prácticas erróneas, omisiones, y cosas que nunca debí aceptar, pero que no hay forma de negar su transitividad para explicar un poco como he vuelto a mí.
Resumo lo pasado. Tuve la ocurrencia de que podía asumir lo imposible, y por lo tanto responder preguntas que no solo no podía responder, sino que no quería hacerlo.
Tuve la idea de que podía ser toda la vida un caballero endeudado, cuando era mucho más cerca de mi ser un competo irresponsable libre de deudas, pues la peor deuda que puede existir es la deuda que se hace uno a sí mismo.
No, yo detesto muchas cosas y por ser como soy podría ser calificado un monstruo de tres cabezas, mal hijo, mal padre y mal humano.
No, más bien son un magnífico humano, que solo se enteró a mediana edad de que no había que perder tiempo y escribir.
Digo esto esta noche de Picis cuando la luna se acerca como nunca a la tierra y le digo al sabio y gigantesco Mario Bunge que realmente creo en la magia y esas supercherías que en su aburrida existencia desdeña.
Creo en que no hay que confiarse exclusivamente de la magia, creo en mi, creo en la vida y en la muerte, creo en los credos, creo en el amor y en el odio, creo, creo, creo y eso es suficiente para existir. POr que lo más increible de todo lo que existe es el hecho de abrir la boca un día en un lugar del universo para decir, si, creo, y es verdad, esa expansión del universo, ese movimiento incontenible que nos ha convertido en lo que somos, una imagen inabitable sino por uno mismo que sueña, que vive, que extraña, que llora, que quiere darse una segunda oportunidad y que puede, como en los años esos, volver a escuchar y a vibrar con The Ballad of Peter Pumpkinhead.

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