Vistas de página en total

jueves, 1 de marzo de 2012

CRAPULA / CAPITULO VIII / SIMPATIA POR EL MAL

Carros, humos, radios a todo volumen, desorden, miradas rápidas, desconfianza. Gente odiosa, adorable, indiferente. Luchando, olvidando. Todos ladean en las calles rotas. Doce del día. Sale un olor a estofado de una ventana. Adentro estoy yo. Nunca me fue fácil convivir con mi familia. Pero no había alternativa. Yo no tenía dinero ni ganas de conseguirlo para alquilar un cuarto. En vez de hacer dinero nos hicimos solidarios. Compartíamos lo poco que había en el hogar. Tenía calor. Me gustaba tirarme en la cama y leer revistas mientras escuchaba en el otro cuarto la vieja máquina de coser de mi mamá. No es agradable ser como todos. Mi padre viajaba constantemente a Piura. Así era su trabajo. No me molestaba su ausencia, ayudaba a disfrutar su presencia. No verlo tanto era bueno. Recuerdo que una noche toco el timbre el casero. Mi madre le invito a pasar. Este era un sujeto amanerado. El tipo no entró, pero insistía en que estaba apurado. Cuando se fue y mi madre cerró la puerta. Había en su rostro una rara expresión. Estaba fatigada. -Qué quería- Pregunté. Mamá respondió. - Debemos irnos. Nos da unos días para encontrar otra cosa. Mis hermanos parecieron no sorprenderse mucho. Tal vez no lo creyeron del todo. Mi padre se enteró de la noticia dos días después. En Lima millones viven de inquilinos. Algunos compran un departamento y deben de pagarlo de por vida. No faltaban los políticos a favor de terminar con lso desalojos. Muchos se quedaban eternamente en casas que las construyeron otros. Tal vez por esta razón nadie construía edificios en la capital. - ¿Y ahora adonde nos iremos? - Jamás me iré a Comas ni venderé cositas como la indiada", decía mi hermana Camucha. Ella se formó en un colegio caro de Monterrico. ¿Era realista? Solo quedaba rogar al propietario que no nos desaloje. ¿Pero cómo? ¿Si le subimos el precio del alquiler? Un nuevo contrato esta vez no por un año sino por seis meses. Mi madre le preguntó al casero si era posible. Pero este se negó. - No madre linda. Yo te estimo mucho pero que quieres que haga si mi sobrina me está exigiendo la casita ya que, no te imaginas, se va a casar. Por lo demás, quiere que le venda el departamento. O tal vez ustedes puedan comprar por un mejor precio. Había un gran cinismo en sus palabras. Siempre lo fue. Cada vez que quería aumentar el precio del alquiler, previamente y sin aviso, nos hacía un juicio para desalojarnos, y una vez que nos llegaba la notificación judicial ordenando el desalojos llegaba con sus modos melosos a decirnos. - No se preocupen, Son cosas del abogado. Quien era un “amigo” de mi padre. Se llamaba Guillermo Camorós. - Bueno negociemos- solíamos decir. Pero esta vez el casero estaba decidido a echarnos. Supongo que no estaba dispuesto mas a tolerar nuestras cuentas atrasadas. Después de todo la crisis económica nos llegó hasta el cuello. En verdad en Lima hay mucha gente que cae en este círculo de no avanzar, mantenerse en su refugio hasta que el agua llegue al cuello. Es una inmovilidad extraña. LA del que prefiere morir antes que bajar posiciones. Intentarlo no es aconsejable. Pero acaso es el único camino para asegurar el sino. Ante la imposibilidad conservar la casa no nos quedó sino unimos mucho y dedicarnos A buscar una casa. Compramos el diario El Comercio y fuimos a todas las que había en alquiler. Cada vez que llegábamos a alguna dirección nos topábamos con que no era de ninguna casa sino una agencia llena de vivos que cobraban por conseguir una casa en renta "por un precio módico”. Nosotros en medio de la situación explotábamos en contra de la gente que abría estas agencias, pues no eran sinceros sus avisos del periódico. Engatusaban a la gente en problemas. En Lima hay mucha gente así. En realidad Sendero Luminoso sabía captar este tipo de cosas y por eso sus ajusticiamientos en los pueblos eran contra pequeños demonios como el dueño del edificio, aunque no descontemos los que solían apropiarse de los departamentos de por vida arruinando a los viejos que buscaban una renta fija. Un día llegamos a una casita linda. Encontrábamos a otra gente angustiada. Gente de buen vivir pero pauperizada. En todos había desilusión. El casero, siempre amable al principio, nos mostró su mejor cara. Luego habló de los precios. Altísimos, ofensivos, inalcanzables. Con lo que le pagaríamos pensaba viajar por el mundo. No obstante había que buscar el dinero: las casas eran no solamente caras, sino feas, a medias, trajinadas, sin personalidad, llenas de lágrimas. Además exigían pagar una garantía de un año. No había confianza. Las alquilaban como si fueran oficinas. Lla gente no tenía de donde sacar dinero. Pero en el lado contrario habían otros que les iba muy bien, que se refugiaban en puestos públicos, como Petroperú. Que vivían la ilusión de bienestar entornillándose de por vida a un escritorio. Gente que no sabía lo que era un martes a las 11 leer algo de Steimbeck, o escribir hasta la madrugada. Habpian otros que abrían una bodega, otros un negocio para vender gaseosas al por mayor. Y con los pedidos en mano solían obtener créditos. Muchos no encontraban mejor forma de ganar dinero que meterlo en CLAE, una institución financiera fraudulenta que daba hasta el 18 por ciento de intereses al mes. Obviamente lavaba dinero del narcotráfico, o era un negocio piramidal, donde mientras más plata metía la gente, los de arriba cobraban más. Pero a mí no me importaban estos ejemplos. No sabía partir. Yo solo quería asesinar al casero. Estaba atentando contra un principio telúrico. La simbiosis hombre tierra no fue así. No me parecía correcto que alguien hiciera varios huecos en la montaña para alquilarlos a los osos y otras fieras del bosque. Nosotros éramos unas fieras humanas que llegamos a ese sitio. Nací en una casa. ¿Por qué no supuse que esa casa no era mía? Mi perro suponía lo mismo. Ocurre algo en los sentimientos. Nos acostumbramos a las paredes. Las hicimos nuestras. En ellas se impregnaron los mejores momentos de nuestra infancia. Esas paredes que me protegieron se acababan. Yo amaba esas paredes . En ellas pegué mis fotografías de los Beatles, mis dibujos, mi colección de mariposas. Por esas paredes circularon nuestras voces. Esas paredes nos protegían, nos singularizaban, nos cubrieron del frío. Entre esas paredes mis padres pasaron sus peores crisis. Discutieron, se reconciliaron. Entre muros caminaba en calzoncillos. Llego la orden judicial. Al día siguiente vendría la policía. Nos echaría. Todas nuestras cosas a la calle. No teníamos ni casa, ni el dinero. En Lima nadie presta dinero. Mi madre dijo solemnemente. Embalemos las cosas para que cuando venda el dueño que vea que no queremos quedarnos con su casa. ¿Su casa? Si, era su casa. Así decían los papeles. Mi madre me ordenó a deshacer mi cama y mis hermanos también lo hicieron. Solo quedaron en pie las paredes con mis posters. John Lennon recientemente había sido asesinado. La carátula del Double Fantasy estaba pegada sobre mi cama. John besaba a Yoko. Cuando estuvimos con todas nuestras cosas embaladas unimos los colchones en la sala para dormir y apagamos las luces. El ambiente de solidaridad solo era comparable a la del terremoto del 70 cuando también juntamos los colchones en la sala temiendo que venga otro terremoto y se traben las puertas de nuestras habitaciones. En cierto modo, juntábamos la cama cada vez que sentíamos que se venía el fin del mundo. Por eso es que millones de limeños odiaban al sistema que permitía la injusticia de manera atroz. Pero también éramos ociosos, vagos, defectuosos. No nos atrevíamos a mas. Ese carácter nacional de inacción completa lo tenía dentro. Nunca me di cuenta de lo viejo que estaba el mobiliario hasta que lo subimos al camión. La luz del día te revela la verdad. Nuestras cosas estaban viejas, muy viejas. Una sorpresa tan desagradable como una puta sin pintar quien tras pasar a ser jubilada vende dátiles y chancaca en el mercado. Pero esa vez el terremoto fue distinto. Solo nosotyos estábamos asustados. El resto de seres humanos vivía su normalidad en la calle. Sonreía o iba indiferente a tomar el teléfono público para avisar que el niño estaba con granos y a lo mejor sabía un remedio. La familia estaba nerviosa, con un neto sentido de la clandestinidad. Todos estábamos aparte y hablábamos cosas optimistas. Que las cosas debían mejorar, aunque en la práctica las cosas no cambiarían mucho pues una crisis nos llevaba abajo. A todo el país. Amaneció y debía producirse el desalojo. Estábamos haciendo mil cosas. Sacando chispa a cada segundo. Nuestras mentes eran hormigueros. Buscábamos donde ir. Dinero. Al día siguiente, más o menos a las once del día llegó el casero. Olía a perfume guardado y usaba una fresca camisa a flores. Yo estaba decidido a darle una trompada, pero cuando me vió me detuvo con una amplia sonrisa. Me deseaba. Me parecía humillante que encima de vejar a toda la familia me mire con deseo, imaginando mi sexo, mis testículos, mi culo. - ¿Está tu papá?- Preguntó. Yo sin quitar el odio de mi mente le llamé. Me sorprendió ver a mi padre en una actitud tan negociadora aunque no me decepcionó. Cuando cerró la puerta estaba con una sonrisa difícil. Todo está bien. Nos quedamos una semana más. Tranquilizó. Yo estaba harto de estas mudanzas. Era un animal herido en su orgullo, expulsado por otro de su cueva. Lógicamente sería muy ingenuo pensar que los vecinos no estaban al tanto de que los que estaban con una pata afuera. Saludar cínicamente a los vecinos, disimulando la angustia, fue algo que nunca olvidaría. Nos quedaban cinco días y no encontrábamos ni dinero ni una casa. Cocinábamos lentejas. Al abrir el refrigerados se encontraba una papa solitaria. Era una papa que reflejaba el abandono moral, la actitud perdedora, esa papa me reprochaba por qué no te vas a hacer taxi con el auto. El hambre acechaba. No más ensaladas. Arroz puro o con huevo. Se acabó el gas. Buscar otra forma más barata de hacer fuego. Keroseno. Había un viejo primus. Antes solo se usaba para los campamentos. Nuestra cocina era de los buenos tiempos. Muy grande para levarla a cualquier sitio. Demasiado pesada y lujosa. Tuvimos que venderla. Poco a poco los objetos cobraban menos valor. En eso despierto y veo la reluciente cocina en su lugar. Las cosas estaban tan mal. Caminé sobre los colchones y fui a mi cuarto vacío. Me pregunté si era justo golpear a un ladronzuelo, meter a la cárcel a un delincuente joven, despreciar a los vagos de las calles. No podía dormir. Me quede callado mirando la pared vacía. Esta me dijo duerme. A los cinco días no conseguimos ni el dinero ni la casa. Se acercaba el fin. En medio de la desesperación mi padre recibió una oferta de empleo en Huancayo. Le pagaban un sueldo aceptable. No hay remedio: Nos vamos, dijo con nostalgia. Yo fui a caminar. Tomé un micro y vi la fea ciudad. ¿Tú me vas a vencer maldita puta? Dije a Lima. - No. Luego de este hecho simbólico me di cuenta de que mi corazón podía soportar cosas duras y que por lo tanto lo otro era lo blando, lo tibio, lo cocido. Yo empezaba a ir para atrás. Empecé a recrudecerme a recrudecerme más, a ser un pedazo de carne sobre el piso de cemento. El problema de Lima es que siempre hay gente que sufre más que uno. Pero, a pesar de ello, sigue siendo cocida, melancólica, equivocada. Sin darnos cuenta nos volvimos pobrísimos y miserables como mucha gente de Lima. Tal vez por eso, cuando se me acercó sendero luminoso por primera vez, sentí una simpatía instantánea. Me parecía que yo estaba más cerca a ellos que a los beneficiarios de una podredumbre nacional. Desde luego, yo pedía un cambio en mi vida: pero como ya no era un héroe. Solo quería un cambio para mi propio beneficio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario