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miércoles, 29 de febrero de 2012

CRAPULA CAPITULO VI / VOCACION: CANALLA

Junio de 1,986. Cuando regresé de Ayacucho, enclave de Sendero Luminoso, estaba feliz. No había terminado el terrorismo. Más bien se iba a su fase más cruenta, pero yo ya había cumplido con la patria. Cómo pudo pasar un año. Será una sorpresa mi regreso, pensé. Tal vez esta fue la primera vez que vi a Lima de tiempo. Note a la gente más triste, apagada y con sus ropas viejas caminando. Ya se notaba la crisis. Ubiqué la nueva casa de Balconcillo, donde se acababa de mudar mi familia. No tenía la llave así que toque el timbre.
Tenía un sonido desagradable, pero más que nada extraño. Era una casa fea y de un piso que formaba parte de un condominio. Mamá puso unas sábilas carnosas y poco queridas junto a la puerta para disimular las paredes viejas y humedecidas por una tubería rota.
Inmediatamente me di cuenta que la economía de casa estaba de mal en peor. Tras el abrazo y las lágrimas de mi mamá mire a mi alrededor. No me gustaba la casa. Una anciana se asomó por su
ventana enrejada para ver a que se debía el barullo en la entrada de mi casa. Al ver a esa chismosa cerré descortésmente la puerta.
Quise saludar a mi padre pero no estaba aunque si el rastro de un cigarro, señas de que no hace mucho estuvo allí. En su lugar estaba mi hermano quien con un vaso de limonada en la mano veía el Chavo del Ocho. Al verme se paró sorprendido y efusivamente me abrazó. Ese hecho fue muy extraño. Los abrazos son impersonales cuando se dan entre hermanos. Los hermanos no necesitan darse la mano ni mucho menos. Al ver a mi alrededor noté que en ese tiempo y pese a las constantes mudanzas se había intensificado la relación entre mi madre y sus viejos objetos.
Los adornos polvorientos hacía mucho tiempo que habían perdido su función ornamental y estaban allí como pegados a la fuerza para que no sean evaporados por el olvido. Me sorprendió que aun existiera esa ballena de vidrio. ¿Dónde la compraría? Tenía una aleta rota y en esa parte, para que nadie se corte, la limaron con esmero. Todo se sentía olvidado, como un gallinero donde hace años no hay una sola gallina excepto aire caliente donde cinco moscas revolotean en círculo. En la casa faltaba luz.
No comprendía cómo el piso podía estar tan sucio ni como así esas cortinas aun eran cortinas. El piso era hueco y abajo vivían roedores. Para colmo mi mamá odiaba a los gatos. Todos los objetos se notaban demasiado próximos. Las vidas estaban demasiado cerca. Un año en el ejército me curtió y me acostumbre a los ambientes impersonalmente ventilados. Era increíble volver a ser civil. Fue difícil.
Acostumbrado a dormir en los interminables cuarteles, en los campamentos al aire libre, las paredes de la casa me parecieron estrechas. No solo eso. Por toda la casa circulaba un campo magnético de interferencias, pensamientos, emociones y miedos ajenos. Supe inmediatamente que hacía falta en el espacio un agujero de oxígeno pues sino me asfixiaría.
En eso llego mi padre. El sintió que la mirada de su hijo era otra, tal vez mas cínica, y que ya no tenía caso seguir el engaño. Era un fracasado.
¿A estaa vida has llevado a mi madre?, pensé. Yo venía renovado tras enfrentar la muerte veinte mil veces más que él
Pronto pasó el festejo y la monótona vida familiar cubrió mi vida como el polvo. Y así nuevamente volví a ser hijo.
Mis increíbles historias de la guerra empezaron a ser sustituidas por el embarazo de la vecina o los calcetines de oferta del supermercado. Esto lo entendía, mas no el hecho de que Lima fuese esa olla de grillos y como refiere la gente de provincias, "donde todos son malos y sacan ventaja de todo".
Laa civilización no me atraía del todo. No obstante decidí estudiar contabilidad en un “cenecape”, cosa que no supe jamás que significaba, del centro.
Era una materia aburridísima. Busqué trabajo. Era una miseria la ganancia por tanto esfuerzo. Nunca me gusto ser vigilante. Busque los avisos de los periódicos. Fui a decenas de ellos. A veces eran solamente engaños. La verdad es que también me faltaba fuerza de voluntad.
Vender libros, ollas o volantear, no son trabajos fáciles. Debe haber otra forma de ganar más dinero. Tal vez trabajando en un banco, pensé.
Fui donde un amigo de mi padre a ver si me conseguía un puesto. Me dijo que no. Luego fui donde otro, tampoco. Luego un amigo me dijo que ya no podía seguir entrenando perros y me sugirió reemplazarlo. Yo le dije que podía aprender y así lo hice. Me desempeñaba en el parque El Olivar enclavado en el exclusivo San Isidro. Me gustaba el estilo de esa gente de plata. Me pagaban poco, pero tampoco podía exigir más por trabajar apenas la mañana de los sábados. Me conformaba.
Pronto me di cuenta de muchas cosas nuevas. Entre ellas que en Lima era posible encontrar ambientes agradables, permisibles, vacacionales, pero también ideales para dejar los buenos modales y dejar escapar los sueños presidenciales en el estercolero.
Al ver la calle llena de gente triste que trabajaba por tan poco creía que yo era mejor y que subiría en la vida por otro camino. Como no encontraba este camino seguía entrenando perros.
Pwro fue así como me reencontré con los parques. Note que mi naturaleza se amoldaba con los parques donde pasé emociones fuertes de ciudad. Pronto me volví un vago.
Estas vacaciones sin fin duraron dos años, tiempo en el que entrené a treinta y cinco perros. Un día empecé a quedarme sin clientes.
-¿A dónde fue Don Felipe?
-Se fue a Estados Unidos con toda su familia- me dijeron.
-¿Y los Ruiz de Somocurcio?
- Viven en España.
El terrorismo avanzaba. Los diarios informaban acerca de masacres ya no solo en Ayacucho sino en todo el país. Los terroristas volaban puentes, tomaban de rehenes a los hijos de las autoridades de los pueblos que asesinaban en sus incursiones. Luego les lavaban la cabeza con ideas marxistas-maoistas.
Los terrucos tenían un periódico que en virtud a que existía la libertad de prensa. Circulaba libremente por el país. Telahúnde permitía todo. Y claro, si el mismo devolvió los periódicos que Velasco confiscó, por qué iba a hacer lo mismo con un diario de ideas adversa.
Los terroristas llegaron a la costa. Ese martes asesinaron a unos ingenieros japoneses en Huaral, el pueblo agrícola a 100 km al norte de Lima donde la abundancia de pollos que comen algunas hormonas, por coincidencia es proporcional al número de homosexuales.
¿Por qué matar a cooperantes japoneses? Se supone que ellos estaban en el país para brindar ayuda. Para mejorar la calidad productiva en las cooperativas agrarias.
La hostilización no solo iba en contra de la gente de plata, también en todo peruano que haya desarrollado el conocimiento. Por eso los terroristas se hicieron de los sindicatos de maestros. De todos. Asimismo secuestraron las universidades amparándose en que la ley de autonomía universitaria impedía a los militares su ingreso para detener la destrucción. La universidad de San Marcos no pagaba agua ni luz. Los maestros no iban. Los estudiantes llegaban a salones con los virios rotos e imágenes de países uniformados con banderas rojas y un patriarca enchompado, feo y con lentes de carey dando lecciones. Se supone que era Abimael Guzmán, cabecilla de sendero Luminoso. A falta de agua, los baños eran plantas productoras de metano y había montañas de caca resecándose bajo galaxias de moscas. La Universidad de San Marcos, sin embargo, y dado su abandono era ideal para llevar a cachar a alguna chica. Todo era oscuro y libre.
Las cosas empeoraron y mis padres me notaban a la deriva, muy vago, porque no te buscas un trabajo o estudias bla, bla, bla.
El tránsito de pasar de héroe y orgullo familiar a mal hijo fue veloz.
En realidad nunca tuve el tipo de héroe y eso de orgullo familiar es mentira. En el Perú ir al ejército es ser de baja posición social o cholo. Por ser medio blanquito ya fui discriminado en el cuartel, pero luego supe fragmentarme y aprendí a ser de una manera que no recuerdo. Así empecé a malograrme. A llegar de madrugada, al día siguiente, a dormir hasta las dos de la tarde.
Innumerablemente fui expulsado de casa. Por qué no te vas de nuevo al ejército. Tú me vas a matar, decía mi madre. Pero sea por falta de dinero o decisión no me largaba.
Un día comenzó a preocuparme mi vida: el dinero, la mala fama. El nombre de Frank, mi gran amigo de esa época empezaba a ser muy manipulado. Frank era un neo drogadicto. La gente
hablaba mucho de él. Daba pena. A mí todavía me veían bien. Tal vez porque teía padres. La gente ataca al más débil. Me alejé de Frank del mismo modo que abandonaría a Katy. Ver
su deterioro me apenó mucho.
Pronto llegué a mis primeras cimas ideológicas. Supe que lo primero que debía hacer era establecer urgentemente mis límites. Sin hacer nada me estaba anarquizando.
Delimité mis fronteras y dejé los parques. Ya no encontraba sentido en llegar a más.
Mientras Frank era feliz vagabundo del rock. Yo reciclaba mi espíritu con legía y me disparaba al mañana. No más quería ser un héroe militar o urbano. Quería ser un verdadero canalla.

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