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miércoles, 27 de julio de 2011

CUANDO GANO PERU

El desafío era enorme pues no es que ella, precisamente, estuviese loca por mí, sino todo lo contrario y era obligación mía mantener el control.
Pero si pasé su retaguardia fue solamente por circunstancias que aproveché y es necesario señalarlas, calificarlas y valorarlas como genialidad masculina. La primera, porque era mi cumpleaños y aunque nadie lo sabía me lo debía. Segundo, porque actué como un vulgar ladrón aprovechando su tristeza. Sufría por otro y estando confundida, sola y a la deriva lo pertinente era seducirla y terminó pasando lo que esperaba y sus palabras “no debió esto pasar nunca”. Satisfecho de aquello, volví a casa con un adiós definitivo de ella, y un hambre espantosa. Pronto me olvidé de ella pero no de sus maravillas intimidades.
Pero, y eh aquí porque les digo a estas evas tentadoras, una tarde Telma reapareció frente a mi casa, donde esperaba a una de sus amigas más horribles. Estaba con su cara triste y su sonrisa amistosa. Obviamente me acerqué y me dijo al poco tiempo, al que no quería ver nunca más, que a lo mejor estaba embarazada. Hice mis cálculos y jugué a los dados, es decir me contradije y fui un doble idiota. Le dije que no la desampararía, aunque a decir verdad, y cómo de idiotas son los jóvenes, no le dije lo que pensaba, si a lo mejor, estaba embarazada del otro.
Pero igualmente pensé que podía aprovechar su “embarazo” para nuevos goces. Fui un irresponsable, realmente y en mi galantería comencé de nuevo a acercarme.
Estos nuevos goces, que en efecto se dieron, al prolongarse se convirtieron en un problema, pues me estaba templando, y la chica, completamente loca, como me fui dando cuenta, ni se asomaba al menor signo de enamoramiento.
Vivía en una habitación en una casa grande en Maranga, y casi todo en ella estaba en un estado hippie. Sus libros en el suelo.
Sus amigas eran insoportables, chismosas, curiosas, alcahuetes, sus primas también, y no deseaba conocer a ninguna, Su intelectualismo, si bien es cierto era maravilloso -porque me gustaba eso de ir divagando en las estelas- no era lo único que me animaba a verla, sino las endorfinas y la adrenalina de cualquier soldado erecto del amor.
Ciertamente hice algunas cosas muy idiotas como protegerla y acompañarla a algunas fiestas con nuevas amigas donde ella me presentaba como otro amigo. Y así mi perseguida Telma contemporizaba en ese clima de artistas que bailaban reagge declamando a Withman mientras yo, a la deriva, sin saber con quién hablar observaba el tono de las paredes.
La anfitriona, Alenka, una intelectual más loca que ella, no dejaba de llamarla todo el tiempo, a abrazó con que bueno que viniste, y como si estuviese enamorada de ella no la dejaba respirar, pues al parecer hablaban remas básicos para la humanidad. Alenka pensaba en bolitas, si, bolitas en el aire, era espumante, alucinaba un mundo mejor, y de hecho la atmósfera marihuaneada ya nos daba un mundo momentáneamente mejor, no lo neguemos, pero a lo mejor resultó tan prolongado que hasta la pobre Alenka se aburrió de todo tan bonito y terminó en un sanatorio para cocainómanos con su cerebro hecho un pupiletras del diario Ojo.
Cansado de estar a un costado, rebelde a ser el amigo que acompañaba a mi amada Telma, tuve un arranque de dignidad acompañada de esa maldad e intolerancia propia de los craks y verdugos que no dejan moribundo en el campo, y me arrimé a esa flaquita que estaba en un mundo mejor recitando a Withman, y me sometí como hombre libre y soberano a sus besos. Fueron tantos y tan calientes que caímos al suelo del recinto bailaban y conversaban de un planeta superior.
Revolcándonos en el piso, la gente se hacía a un costado para bailar. Es un hecho que empezaba a entonar en la fiesta, cosa que por supuesto no inquietó a nadie… excepto a mi amada.
Disimulando con poco éxito su asombro, dejó de cuajo a la interesantísima a Alenka, y pasó a “ayudar” a su pobre amiga de las garras de ese tiburón. Había que llevarla a casa.
Yo estaba muerto de risa porque obligué a mi amante furtiva a mostrarse en su verdadero estado de celos, de enamorada estreñida, si estaba loca por mí y no lo sabía, y por cuanto no había nada oficial entre ambos, como yo era un amigo que recogió en el camino, decidí cortar rabo, oreja y saludar al público. Deep Purpel regresó a mi. Y Hayway star era la consigna.
El goce era, inequívocamente, el de un matador. Solo quedaba proseguir ante el auditorio de mi mismo, el más importante de todos. Estando en el medio de ellas en el asiento trasero del taxi, las empecé a besar a ambas. Estaba diabólico, femeninamente liberado, y la velocidad aumentaba y hasta ya pensaba en su amiga como prospecto. Pero mi alocada amiga obviando lo que hacía, segura de que ya no me importaba nada, ni siquiera seguir viéndola, me detuvo diciéndome por qué lo hice, porque tuve que besarla. Era una esposa celosa. ¡Que tal progreso! ¡Que humillación para ella!
Solamente con estas palabras, el cazador dejó escapar la presa, y cayó rendido ante la evidencia de que la muchacha que me ocultaba, pues estaba, celosa. El letrero en lo alto del edificio de Javier Prado ya no decía Coca Cola sino ¡celosa! El control de la velocidad ya no marcaba la velocidad, decía ¡celosa! La placa del auto, igualmente decía ¡Celosa! Estaba la gran puta más celosa de lo que yo jamás habría estado.
Si pensaba que alguien le iba a creer que no lo estaba y que nos separó sutilmente para ayudar a la pobre amiga que estaba ebria, pues nadie se lo creyó. Estaba seguro de haber ganado esa batalla. Era momento de decir baby, los hombres podemos ser genialmente estúpidos.
Ganó Perú la gente me saludaba y yo devolvía el saludo, y me encantaba sentirme rico en todo sentido.

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