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miércoles, 27 de julio de 2011

PODRIDA DE SU VIDA

Después de veinte años volvía ver a Telma, la muchacha que se desvaneció un día, para hacer su vida en Holanda.
Claro que fue un amor, digamos bonito aunque asimétrico, de esos que te sacuden hasta el desequilibrio y te desarman hasta la paralizante desnudez. Y digo esto porque todo decía que yo era para ella un amor de segunda, un tapa hueco u reemplazo momentáneo del agujero que le dejaba otro, a quien sí amaba y la había dejado por una tonta.
Pero aun así, con el tiempo decidí quedarme y hacer piruetas, contorsiones y acrobacias para conquistarla, ser un payaso para llamar su atención, cosa que hice exitosamente, y solo así ella me empezó a ver “lindo”, lo que consideré un insulto. Un héroe como yo no es lindo, soy emperador y los emperadores no son felices o tristes, son.
Pero al saber que regresaba, un personaje del mundo de los fantasmas empezó a penar en mi vida, y regresé a pocos a la adolescencia, paseando regresivamente entre pajonales verdeantes y floridos, como si ya nada más importara, es decir, volví al estado catatónico, enamorado, como si ayer fuese hoy.
Era claro que para mí sería un desafío volver a verla. Pensaba en los acaudalados momentos de concupiscencia, cuando nos enjugamos en ráfagas de besos, caricias y manoseos que, en términos militares, eran la leva de los vencedores que abrían todas las puertas y cajones, los álbunes de fotos, y cocinan en las cacerolas de los vencidos.
Con la moral en alto, este cazador no amado ya había cumplido su misión con ella, disfrutar de ella, de la vida, y lo propio era continuar el camino. No contaba con que tuviera más tarde síndrome de Estocolmo. Ella no contaba con que veinte años más tarde me seguiría extrañando.
Recuerdo que era una inofensiva estudiante de filosofía. La dejé, como dije, al no sentirme amado por ella. La dejé en sus extrañas constelaciones. Fue una despedida, honesta y dolorosa, pero digna y necesaria, pues no estando en su corazón, a ese paso iba terminar perdiendo la cabeza aún más, y hasta probablemente asumiendo pesos de los que más tarde me arrepentiría.
Aún recuerdo esa tarde cuando decidido a recuperar mi soberanía le propuse alejarnos renunciando a ese riquísimo postre frutado para chuparse los dedos que era ella. La ninfeta, que también disfrutaba hasta el pínice, a decir de Cortazar, del buen sexo conmigo, no me sorprendió al mostrar que ella esperaba que le diga adiós.
Y por eso, cuando se lo propuse, me respondió un muy confortable y cariñoso chau deseándome grandes vivencias y una vida feliz.
Me sentí doblemente mal, uno por quererla, y porque me dijo adiós como a un simple amigo, cosa que no era, pues nunca fui su amigo. Era su cachero, con respeto al público. Y no le perdoné nunca esto.
Dos años después la vi pasar nuevamente en Miraflores. Me encontraba feliz en una mesa con amigos. Telma pasaba y al verme me saludó a lo lejos con su manito.
Me acerqué. Al paso preguntó de mi vida. Me aconsejó cuidarme de mis juntas –o sea me seguía estimando o intentaba mostrarme algo de cariño.
Me informó que se iba a Holanda, pues se casaba nada menos que en dos semanas. Tal vez pensaba que le iba a decir no lo hagas, me muero por ti. De hecho no me gustó mucho la noticia. Pero más allá de lo que me impresionó verla, fingí que no me importaba ni un poquito.
La verdad es que estaba aún molesto de que no me haya amado como pensaba, pero pese a ello, ella pareció no percatarse y me dio su dirección. Quedamos en vernos. Todo decía que yo tendría el honor de darle su despedida de soltera secreta. Me pidió que le ayude a cargar cosas. Fue la excusa.
Me invitó a su habitación y no había mucho que cargar. Como si me tratara de un muchacho inofensivo que iba a sentarse en el cojín a hablar de la vida, no sé cómo superaba el riesgo de que no iba a desaprovechar aquella coyuntura, ella y yo solos en un cuarto.
Pero ya no era la misma. Auscultando el entorno de su cuarto, noté que no era el mismo cuarto donde yo le robaba sus besos. No había calidez en sus paredes. En este había mucha improvisación, poco calor de hogar, y algo de sexo. La sentí puta. Pero más me afectó ver cosas inesperadas y que me atemorizaban. Pomadas, medicinas de todo tipo, y claro, el colchón en el piso. Holanda, Sida, recorrimientos (palabra inventada), pensé. Mi corazón dijo NO, y mi mente dijo, retroceder, nunca, rendirse, jamás. Pero retrocedí. ¿Cómo teniendo un bocadillo que me encantaba no lo tomaba? No le dije que ya pensaba en otra a quien si le iba a dar mi vida.
Sé que a ella no le gustó del todo mi salida, pero igual sin importarle mucho se despidió de mi vida con una comprensiva sonrisa. Esta vez ya no le tuve rencor. Supuse que quedamos a mano.
Pero me equivoqué. Ella se quedó, en realidad, con la herida de verme desaparecer, como si nuevamente yo fuese quien cerraba la cremallera de su vida, así sea ella quien viraba a otro mundo: su destino, Europa.
Pero pasaron los años, me harté de todo tipo de mujeres, -incluyendo mi bendita y maldita esposa-, y Telma apareció una noche en la red con un “hola” más que coqueto, aunque diga que no es ni nunca fue coqueta.
Era una invitación a hablar. La loca terminal era ahora psicóloga de verdad. Educada en Holanda, hablaba y pensaba en holandés. Vivía en un pueblo cercano a una gran ciudad. Me dijo que tenía su marido y dos hijos. Lógicamente nunca me habló mucho de él. No sé pero tuve la sensación de que estaba atrapada.
Las conversaciones fueron cada vez más frecuentes y una noche, dulcecita e inocente, me dijo. “Voy al Perú”.
Aunque al principio fue una sorpresa de poco impacto, la inquietud de su llegada fue creciendo con cierta moderación. Pero su reaparición virtual atacó mis profundidades ocultas y fue reverdeciéndose el mundo olvidado que habíamos hecho juntos, un mundo hermoso que se había desvanecido. Chopin, Pat Metheny, los verdes prados y las lianas amazónicas se enredaban en mi mente. Qué está pasando dije.
Ya estaba alucinando coincidencias y que era muy raro este asunto de vernos, pero la mujer que era profesional en psicología me advirtió. “Soy cartesiana”.
¿Cartesiana? Es decir calculadora, que no piensa jamás en la magia de la vida, mucho menos en las coincidencias, en el amor eterno y en los impulsos del alma. Maldita, callé. Me sentí un poco estúpido.
O estaba a la defensiva o se estaba vengando de algo, quise imaginar. No lo decifraba. O a lo mejor me veía como un simple amigo. Me rayó.
Pero si ella estaba allí, frente a mí, reflexioné, fue por un impulso del alma y no había por qué estar preparada para verme. Pero necesitaba vomitar. Sin embargo me buscó por algo. Por qué.
Pronto fueron apareciendo los datos. Mi marido es un celoso en extremo pero “estamos fusionados”, o sea, pegados como dos mocos.
- ¿Y que hace tu marido? Pregunté.
- Trufas.
- ¿Es trufero?- ¿Es decir cultiva hongos en las raíces de los árboles y huevea casi todo el año?
- Cuatro meses al año está en la casa, el resto en la tierra- ¿O sea, es un amo de casa que no se baña?, imaginé.
- Es un poema- Se franqueó, Hablaba como si se tratara de un pequines de dos metros.
¡Dios mío!. Me suicidaría si una mujer se refiere a mí como un poema. Prefiero que me diga carne sanguinolenta o maldito.
Pero ella fue adelante.
-Es muy pero muy celoso y él puede saber que hago si yo estoy en otro lado, puede saber lo que pienso. Estoy podrida de él.-
¿Podrida? ¿Y qué quiere decir eso? ¿Por qué no buscas un psiquiatra, y más bien se lo dices a un ex amor que te hizo ver las estrellas en el tálamo? Significaba mucho, incluso un posible flirt. Pensando en eso, me mantuve en estado catatónico por unos momentos.
Ataqué diciéndole que yo era un ladrón y que técnicamente lo que hacía al verme era engañarle a su marido. Y como si fuese el, comenzaron los gritos de su hijo que había despertado. Se fue a darle cuidados. Pronto abandoné el lugar.
La vi dos días más tarde. Debí salir de la ciudad por trabajo. Si no la veía esa noche ella estaría en el interior con sus padres. Ella insistía con los mensajes que la visite. Yo también lo deseaba, y le pregunté si podía llegar aún después de la media noche. Ven, me insistió.
La vi. Estaba atarantado por su presencia. No hablamos demasiado. Estaba cansada y con el hijo en los brazos.
La muy psicóloga lo tenía todo calculado, cómo reaccionaría al verme, que gestos hacer, cómo evitar mi paso, cómo entusiasmarme, cómo no mentirme, y lo peor, cómo darse delante de mí el derecho de guardar silencio de sus sentimientos porque “soy egoísta”. Estaba cansada para luchar por algo de libertad.
Pero pudo la muy cretina recordarme todo, especialmente esas cosas que yo había olvidado.
Luego nos despedimos. Dijo que viajaba al interior a ver a sus padres. Nos dijimos nos vemos luego. Ella pensaba que iría a verla. Ahora dudaba.
La extrañé mucho unos días, pero de pronto la realidad me vino de golpe y de primera. Dije, no, no puedes estar en estos transes.
Pero la cartesiana apareció nuevamente en la red -ya estoy harto de sus coqueteos- y le dije cosas que obviamente reflejaban mi interés intacto en ella. Y me respondió otra vez la psicóloga: “es la memoria sensorial”.
La maldita tenía respuestas científicas para todo lo que sentía. Había hecho una prognosis de todo lo que podía pasar entre mí y en ella.
Y en efecto, en psicología memoria sensorial es sentir algo sin que exista el estímulo, y ella era un recuerdo. Ella pensaba que ya no me iba a gustar. O a lo mejor se le ocurrió que yo estaba enamorado del recuerdo.
Pero si todo tiene un estímulo, en qué medida mi recuerdo era un estímulo para verme. Qué le estimulaba a ver a quien no amaba. ¿O porqué necesitaba recordar en Lima a un amor mediocre y secreto? Y allí estaba la clave. Necesitaba que sea secreto.
La primera noche que nos vimos le vi las piernas, el rostro y los senos más que apetecibles.
Entonces pregunté. Por qué secreto Y e respondí ¿Quién puede sentirse seguro al lado de un trufero que puede controlas debajo de los árboles el crecimiento de ciertos hongos rarísimos? Ella no amaba a su poema, pues estaba minado de celos, un instinto posesivo muy fuerte, producto del encierro en el que vivía, lejos de el mundo académico de la pobre Telma, que acaso a casusa suya no significaba un despunte total en su carrera, pues en pocos lugares de la red había su nombre. Pensé por que debía llevar el apellido de su marido siempre si le tenía podrida.
Y vino otra revelación, y sin salirse de su cartesianismo me confesó.
-Me conoces más que nadie, más que mi marido.
Concluí en que andaba en busca de amor, adrenalina, salvajismo, lejos de Holanda, que su marido estaba loco con sus trufas, baldes, con su nariz, que lo olía todo, y quien para competir con ella leía apasionadamente a Gyde y mentaba las frases más complicadas que podía encontrar.
Ella temía que su marido me huela, y qué mejor cosa que hacerlo con el único tipo a quien no se traicionaría del todo. Coartada perfecta.
Pero se equivocó en algo. En que yo escribiría la historia, por que quien la iba a liberar no era yo a ella, sino ella a mí. Solo que esta vez estaba destinado a un triunfo total, como los rayos del sol que despuntan y hacen astillas en el nuevo amanecer

1 comentario:

  1. Hola lei entre lineas lo que escribe de Telma ..pese a lo que digas siguen siendo tu debilidad las feminas...soy Alamoday(Juan)pero estoy en Lima y esta realmente Rossano ..te buscare cuando acabe lo que vine a terminar de hacer...un saludo

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