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lunes, 25 de julio de 2011

TODOS LOS VALIENTES TIENEN MIEDO

Adoro los amores cortos, fugaces, perfectos. Esos que raramente pasan en la vida y que terminan con la sensación de no haber acabado realmente. Esos que al regresar fugazmente, sea en una aparición sorprendente e inesquivable, o como recuerdo vívido, obligan a uno a encender cigarrillos para soñar, tropezar, suspirar, en una intoxicación blanca de la mente, aglutinada de luces que desbocando destellos debajo de las puertas prohibidas que pensamos para siempre cerradas.
Viendo ese desorden completo, interpreto, veo, me cuezo ante el renacimiento de bing bang que me hace, otra vez, igual que ayer, fugazmente feliz e inexperto.
Es que lo extraordinario de la vida es la alteridad, mejor aún si esta lleva a sentir lo más hermoso de lo mismísimo, siendo la música, el amor, la emoción estética, las expresiones de mayor pureza del alma.
He comprobado cómo así, por más que pasen los años, la potencia del buen sentir no solamente es duradera, sino además, infinita al florecer en el centro de los recuerdos, crisol vivo que aquilata y protege nuestra vida de las desventuras producto de la cotidianidad y el aburrimiento. Y por eso el buen sentir es siempre una novela, el protagonista verdadero de nuestras vidas, un o una protagonista intrusa, intransigente, injusta e imposible que, no obstante, se mantiene como reserva ante cualquier cosa y a la cual, a manera de potencia filosofal, o surtidor de fuerza, tarde o temprano buscamos desesperadamente, así haya que atravesar medio planeta, así tengamos el mayor de los impedimentos en nuestros brazos.
¿Injusticia para quienes apostaron por nosotros en la vida? Desde luego que no. Pues la traición a uno mismo es lo que obliga a transgredir todo aquello, a lo mejor, con ningún otro fin que volver a esa belleza aburrida que nos equilibra y nos enseña que la ambición, el poder, el conocimiento, el éxtasis, es apenas el instante editado, como lo suelen ser esos amores perfectos pero cortos.
Al final me pregunto, si su final prematuro, como el de las estrellas del cine o la música, es el sacrificio inconsciente que los hace clásicos y eternos. No lo sé realmente. Pero tal vez lo sé y no me atrevo a mentarlo por temor a que esto pueda hacer pedazos el enigma.
No vale la pena pensar mucho. Lo siguiente es la concreción, y el hacer pedazos los precioso, o pasar a vivir de cien a mil por hora, hecho mismo que desnaturalizaría el apacible remanso de ver las estrellas que no existen, allí mismo, como si aún fueran.
Se que esto no termina en estas palabras, pero a estas alturas he hecho tantas estupideces que ya parece estar siendo disparando el lo que pase, cosa en la que ya he sido errático e irresponsable, sin medir las catástrofes. Pero como reflexionaba con un amigo. Todos los hombres queremos en algún momento ir al límite. Todos buscamos la alteridad una y otra vez. Pero muchos no la buscan ni la hacen por miedo. Yo tengo miedo. Momento en el cual este amigo me dice, hey idiota, todos los valientes tienen miedo.

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